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De pronto los pensamientos se mezclaron con lágrimas, para dar forma a un sentimiento de coraje e impotencia.

En un café y de una mesa cercana salió un misil que iba hacia ningún lado, pero dio en el blanco: “La gente aguanta y ni se da cuenta de lo que le pasa”; “con cualquier regalito que les lleves, no sólo olvidan todo, sino que hasta te tratan como rey”; “son gente buena, son gente noble, pero no les puedes dar más porque no saben que hacer y en lugar de hacerles un bien, le haces un mal”.

Quienes manifestaban ésta clase de razonamientos no eran académicos o investigadores de alguna universidad o de alguna ONG, eran unos personajes típicos con facha de políticos que suponen que saben todo y se sienten expertos en controlar al mundo. Esos que se emplean como asesores de algún funcionario o que forman parte del “grupo” en el poder y sus “sabios” consejos le cuestan muy caros al pueblo.

Bien dicen que la ignorancia es osada y no conoce límites; de ahí que nos resulte como un acto de extrema insensatez el que llevemos a ese tipo de personajes a espacios de poder, porque el alcance de sus estupideces puede ocasionar la extinción de todo el patrimonio logrado en toda una vida de trabajo y sacrificio.

Cuánto será demasiado o cuánto será suficiente; como para suponer que todavía podemos aguantar mucho más sin que el pueblo diga algo.

No había transcurrido mucho tiempo cuando en todos los medios de comunicación nacionales apareció la muestra extrema del sometimiento intelectual en el que se vive hoy en México. “No hay conflicto de intereses”. Punto.

El silencio es roto por quienes se atreven a exponer su descontento en las redes sociales; algunos más ingeniosos elaboran los gráficos conocidos como “memes” y que exhiben de forma chusca los abusos del poder, como una forma de catarsis que aminore la presión interna de rabia y coraje.

El tema se adueña de las mesas de café y el pueblo sucumbe en el hábito de “arreglar” al mundo desde ese espacio, en un ejercicio que dura mientras en la taza humea el delicioso líquido. Después del último sorbo se vuelve mágicamente a la dura y cruel realidad.

Mientras tanto en otro espacio, 500 personajes se disputan un sitio físico dentro del Congreso Federal en una clara intención de ubicar en los mejores sitios a los poderosos y dejar en gayola a la morralla, en una forma de lenguaje que les recuerde en cada sesión que “hay niveles” de propuestas y que la chiquillada difícilmente podrá impulsar alguna.

Esto sepultará las promesas de campaña y provocará el caer en la tentación de crear un “pacto por México” en el que “caben todos” y se sientan en la misma mesa como “iguales”.

Aunque la prostitución sexual está reglamentada en nuestro país desde 1862 con un afán higiénico y moralizante, la prostitución política es hoy una práctica común y “conveniente” para resolver los intereses de los partidos, de los grupos de poder y también los personales; de modo que ni vergüenza les da el vestirse con otra camiseta y traicionar a quienes los llevaron a ese sitio a través del voto, engañados por sus discursos saturados de promesas.

La lectura política de hoy es poco entendible y cada vez más confusa; no hay claridad de objetivos hacia el pueblo y se percibe claramente la intención de beneficio particular.

El pueblo aguanta y acepta lo que le pongan; los gobernantes aplican sus decretos y si se equivocan pues mandan otros decretos bajo el consejo de sus sesudos asesores que comen del pueblo pero pisotean sin piedad a quien les da de comer. Porka miseria.