*Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista. Michael Levine

Como seres humanos finitos que somos, jamás entenderemos porque alguien tiene que morir y tal enigma se agiganta cuando la persona que fallece es menor que uno. La muerte siempre nos conmueve y nos duele hasta los entresijos del ser, pero una muerte repentina, que corta de raíz tantas ilusiones y proyectos, una muerte que trunca de golpe una vida de estabilidad familiar y social, desborda todos nuestros esquemas, da al traste con nuestras seguridades y sacude los cimientos sobre los que basábamos la vida. Ahora que escucho repetidamente que en nuestro país “la vida no vale nada” y observar que muchos otros se han erigido en verdugos de muchos connacionales en la búsqueda de poder, dinero y fama, digno es el compartir los sufrimientos que muchos podemos enfrentar con tal de mantener con vida a un ser querido, principalmente si ese ser querido es hijo nuestro. Desde el primer suspiro de cada ser, la preocupación de los familiares más cercanos es de velar por la mejor vida de éste, tratando de que no sufra las inclemencias del medio. Pero que terrible es cuando a los pequeños les afecta alguna dolencia, enfermedad o mal, la vida para quienes están a su lado se vuelve un infierno, mayormente cuando este mal es persistente y en ocasiones es mortal. Triunfar sobre las enfermedades es una proeza que casi nunca es valorada, pero que es una ocupación de tiempo completo para padres responsables o familiares que se solidarizan con la pena que aqueja a la familia. Noches de desvelo, atenciones al paciente con la privación de descanso, diversión, sueño, alimentación y vida social desaparecen cuando se tiene que estar al pendiente de un ser que nos requiere de tiempo completo, independientemente de los servicios profesionales de los apóstoles de la medicina (médicos, enfermeras y trabajadoras sociales). Al reiterar que esos sacrificios son poco valorados por quien lo recibe -pero quien los hace; sin duda los volvería hacer por amor, cariño y abnegación, sin esperar recompensa, solo la satisfacción del deber cumplido-, y mucho menos es para esos malandrines que suprimen la vida de un semejante con toda sangre fría, sin remordimiento ni pudor. Fracasar en mantener con vida a uno de los hijos es terrible, ya sea en manos de los delincuentes (como les sucedió a más de cuarenta jóvenes de la escuela normal rural de Ayotzinapa, Gro. “Raúl Isidro Burgos” y tantos otros inmolados en secuestros, violaciones, etc.,) como los que mueren de alguna enfermedad o accidente. Aunque la vida sigue, después de la pérdida de un ser querido esta se debe encarar con mayor fuerza que antes. Para superar el dolor que se siente debemos eliminar cualquier sentimiento de culpa que surja. Afrontar la muerte de un ser querido es uno de los escollos más terribles que tenemos que superar en nuestra vida. Pero siempre es posible encontrar nuevamente el sentido a nuestra existencia, y seguir adelante. Llorar es uno de las fórmulas idóneas para tratar de encontrar paz en el corazón, Voltaire expresaba «Las lágrimas son el lenguaje silencioso del dolor» sana catarsis que no debemos detener y puede ser muy positiva para afrontar estos duelos Cuando perdemos una persona querida; principalmente a un hijo sentimos que han quedado miles de cosas pendientes por decir o hacer, que no le expresamos en vida cuanto la queríamos o que hemos quedado en deuda con su persona. Tantas preocupaciones, ¿para qué? Tanto esfuerzo, ¿para qué? Tantos planes y desvelos, ¿para qué? Es entonces cuando nos topamos de bruces con una dimensión real de nuestra condición humana: la limitación, la fragilidad, la impotencia, la frustración. El aplomo, la seguridad y convicción entra en momentos de conflicto, que puede quebrarse en cualquier momento con la fragilidad del cristal. Muchas veces tales situaciones se agudizan por factores externos a uno, principalmente por la incomprensión de quienes juzgan sin sufrir tales contratiempos y desgracias, no les importar el dolor que se experimenta, y exigen cumpla uno óptimamente las encomiendas cotidianas, que el dolor perturba y nos hace titubear. Lo anterior sucede en su mayoría de los casos con las personas que tienen que ver con nuestra actividad laboral y/o profesional; pues en ninguna cláusula de cualquier contrato laboral contempla el velar por los vástagos, sin importar el grado de gravedad que se encuentren. ¡Cuestiones que no cambiarán, mucho menos en las actuales convivencias, donde el sentimiento y dolor son insignificantes ante la productividad! Así como hemos puesto lo mejor de uno en momentos de conflicto cuando algún mal no buscado llega a nuestras entrañas y se ensaña con los seres que uno más quiere, de igual manera debemos actuar si todos nuestros intentos fallan y la muerte llega con sus designios de desolación y dolor. Sin duda que existe una fuerza superior que logra lo impensable, y aunque parezca que cualquier persona pueda derrumbarse, un algo divino aparece para paliar el dolor. Por ello se debe reconocer a todos aquellos seres que enfrentan las calamidades de la vida, desde que sus hijos son pequeños hasta siempre, lo contario para los que no. Sin duda la recompensa para cada uno está más alla de los alcances de un simple mortal ¡Estamos! alodi_13@nullhotmail.com