«No te comas las uñas» –le dice su papá a Pepe… pero Pepe, en eso, no le hace caso.

Pepe, el político, también fue niño… Pepe, el Senador también es, antes que nada, una persona que jugó e hizo travesuras. No es difícil imaginárselo corriendo por los prados verdes del rancho familiar en Normandía, pueblo de nombre mundialmente conocido, pero que a diferencia del Normandía donde murieron miles de soldados con la misma rapidez que el General Dwight “Ike” Eisenhower cruzaba información con el general Bernard Montgomery, el Normandía de Perote tiene la apacibilidad de las montañas suizas.

¿Qué habrán hecho los niños Pepe y Ramsés con toda esa naturaleza viva, volviendo a casa solo hasta que el atardecer amenazaba con envolverlo todo con una impenetrable neblina? Quisiera saberlo.


Hijo, no te comas las uñas –le repite su papá a Pepe… pero Pepe, en eso, no le hace caso.

Pudo haber sido una instrucción suave, tersa y llana, con la conciencia del padre que sabe que el comerse las uñas le dejará marca y que el hijo, para lo que está reservado, debe llegar limpio como las ovejas a la sinagoga. En la explosiva hierba que te arranca los suspiros de las tierras de Perote, los niños juegan, se avientan, se cuidan… y vuelven sudados, sucios de la tierra negra más fértil que se puede encontrar… son los pocos ratos de ocio que permite el campo; esparcimiento ganado después de un arduo día de trabajo y levantarse al despuntar del sol. El frío dejará una piel quemada. La nobleza del campo una lección.


Hijo, te comiste las uñas –le dice su papá a Pepe… y Pepe se ve los dedos y piensa, no me las comí tanto de chico, como ahora de grande.

El Senador llega a la reunión de la Asociación de Periodistas Veracruzanos con puntualidad inglesa y nos toma por sorpresa acomodándonos. ¿Lo que va a decir será algo distinto? ¿Me convencerá? Es el recelo normal del periodista, un recelo que puede obnubilar, que no deja ver demasiado lejos en el horizonte pues unas nieblas espesas y espumosas nos centran a lo que se nos presenta enfrente.

Pepe Yunes llega, casi cuarenta y cinco años después de haber corrido descalzo sobre las puntas afiladas del pasto de Perote, a un salón incómodo. Más de veinte dueños o directivos de medios de comunicación están ansiosos por preguntarle lo que todo mundo quiere saber ¿Va por la de dos o por la de seis? La política veracruzana tiene sus propios ritmos y sus propias claves. A un administrativo de la Federación, por muy encumbrado que esté, aun habría que traducirle esta pregunta como el criptógrafo traduce los signos egipcios. Pero él no come ansias.

Se toma su tiempo.

Recorre la mesa dispuesta en herradura saludando de mano a todos los periodistas allí presentes. Antes de llegar a mí, saluda a Benjamín Domínguez, prolífico Director del semanario Punto y Aparte, publicado por primera vez el jueves 2 de octubre de 1978 -diez años exactos después de Tlatelolco-. Toma con la mano derecha el brazo izquierdo de Benjamín y la izquierda la coloca sobre el hombro del director y le pregunta: ¿Cómo está tu nieto?… va rompiendo el turrón con todos.

Sigue caminando y me saluda. Su cabeza, accionada por un resorte retráctil, retrocede unos milímetros apenas perceptibles. Me doy cuenta que no me recuerda. ¿Cuántos políticos me han abrazado, sonreído y hablado, pero no me recuerdan? Demasiados. Pero él no juega a conocerme. Me presento. Soy ___. Mucho gusto y sigue su camino. ¿Qué hubiera preferido, que me saludara fingiendo que me reconoce?


Hijo, no lo olvides, no te comas las uñas –le dijo su papá mil veces.

Termina de saludar a los más de veinte periodistas y se sienta.

Lo veo distante. Es la primera impresión que da. Pero es político y sabe su negocio. Tendrá escasos minutos, treinta o cuarenta cuando mucho, para desdoblar su esencia, dejarse ver como es, como ha aprendido a ser desde que corría por Normandía.

Busco en su muñeca el Rolex… no hay; el anillo de oro… no hay; la pulsera eslabonada… no hay. Y me nace la duda de si será una costumbre de años desde que en el rancho su padre los ponía a trabajar y toda esa ornamentación resultaba incómoda, o si será la conciencia planeada, sistemática, ejercitada, de la disciplina rayana en lo militar de un político.

Busco en su camisa el logotipo distinguible del cocodrilo Lacoste, el caballito Polo, el pingüino Penguin, el borrego Brooks & Brothers… pero su camisa de algodón color beige a cuadros grandes, con botonería discreta en el cuello, no tiene insignias, y me recuerda las camisas que usaba un viejo amigo de Banderilla, güero, grande y de ojos claros, como las que se enmohecen en mi clóset y que casi no ocupo. El cinturón café, sin marca, destaca apenas sobre su pantalón verde oliva Dockers, de los que no se arrugan. ¡Qué enigma!


Pepe, no te comas las uñas.

La figura distante de Pepe escucha, observa, analiza con facilidad. Sabe lo que quiere decir. Sabe lo que la Asociación de Periodistas Veracruzanos quiere escuchar, pero no será fácil. No se va a lanzar así como así, directo, como Cantinflas sobre la res. De las mil palabras que salen de su boca él sabe que sólo diez, veinte o cuando mucho treinta, son catalogadas como de ocho columnas por los medios. Antes… antes de dar esas palabras de ocho columnas… lo escucharán.

Pepe habla, mira a los ojos de sus interlocutores. Somos casi treinta ¿y por qué sigo sintiendo que me sigue viendo solo a mí? Entiendo que cuando Pepe habla, mira a los ojos aunque sean docenas, y nos trae a su obra, al proscenio mismo de su escenario.

Diluye su discurso, diáfano, tranquilo, plagado de cifras que se sabe de memoria, cifras que acaso practica y que domina… cifras que se le engolosinan y se le hacen agua en la boca… una radiografía del país escalando valles y montañas entre sus molares.

Entierra su dedo índice en la mesa, una, dos, tres veces, señalando que quien vea la política como un trampolín para el beneficio propio… “que sepa que le va a costar”. A los veintiocho años se convierte en Presidente Municipal de Perote, a la edad en que la mayoría piensa en fiestas, borracheras y excesos, él tiene la conciencia que su periplo apenas empieza, un viaje largo y obstinado que comenzó tirado en el vasto llano frente a su casa de Normandía, mordiéndose las uñas y escuchando el silbar del aire que viene del Este zigzagueando entre las interminables hileras de pinos. Ernesto Zedillo es Presidente de México. Miguel Alemán es Gobernador. Pepe Yunes es Presidente Municipal. Pese a eso, a tener todo el aparato político a su favor, asegura estar consciente que no puede meterle mano al cajón.

En sintonía perfecta también tiene las manos cortas, los dedos romos, las uñas perfectamente cortadas y limadas, manicura obligada… a excepción de las uñas de los dedos índices que le quedaron puntiagudas.

Te lo dije hijo, que no te mordieras.

Continúa hablando acerca de las reformas estructurales generadas en el Senado y la Cámara de Diputados. Explica que eran reformas necesarias y que de no haberlas realizado ahora nos estaríamos preguntando por qué no las hicieron. Habla y convence. Político que no convence, no es buen político. Son temas complicados, reformas que la sociedad siente en los poros y le recorren la piel, pero Pepe continúa hablando, y aunque a veces enrojece activa un termostato interno y recobra el color, quedando solo una pequeña mota roja en su mejilla derecha. Les habla a los presentes por su nombre y cuando nos damos cuenta ya somos parte de la obra, actores principalísimos de una escena que comenzó distante. Los periodistas preguntan, y a pesar de sus dilatadas carreras a algunos les tiemblan las manos, les sudan los pómulos, pero el Senador no suda, sonríe muy poco, el rostro adusto, el ceño fruncido, el dedo índice de la mano derecha ligeramente chueco y sobre él, sobre la uña puntiaguda que comenzó a morderse en los viejos prados, apoya el dedo índice de su otra mano y comienza a enumerar.

Han pasado diecisiete años desde que se sentó tras el modesto escritorio de la Presidencia Municipal de Perote y ahora, la silla común de su curul en el escaño del Senado es mucho más cara que todo el mobiliario de su vieja oficina municipal. Puede ser que jamás le haya pedido su padre que no se mordiera las uñas, pero los ciudadanos comunes buscamos esas vetas de realidad detrás de los políticos, y cuando podemos imaginarlos como nosotros, despertándose en la madrugada atacados por la gastritis, sin poder dormir por cuidar al hijo que en la cama suda una fuerte calentura, caminando descalzo al refrigerador para comerse un bocadillo nocturno, o mordiéndose las uñas por el estrés o la tensión… solo entonces, cuando los despojamos del manto áurico, es que podemos realmente escucharlos y encontramos detrás de sus palabras, de sus números y sus proyecciones, a la persona. Pepe Yunes es un político que te vende eso: el traernos a los pies de su escenario y hacernos partícipes de su obra. Se ha convertido en un político exitoso. Así lo imaginó desde hace muchos años, con la misma precisión con la que Ike Eisenhower imaginó el desembarco en Normandía.