Agustín Basave, con mucho, es el intelectual orgánico de la izquierda nacional. También, muy por encima de su amigo Jor G. Castañeda y de H. A. Camín y del tamaño de Roger Bartra. Bajo estas premisas, su llegada no sólo como diputado federal por segunda ocasión, sino como posible presidente del PRD, es una bocanada de aire fresco para la política nacional.

Y es que en los últimos años nos hemos visto enfrascados en el pragmatismo, la corrupción pero, sobre todo, la superficialidad en las ideas, lo que se traduce en un legislativo entregado a los intereses del Presidente, y una oposición enclenque, débil, sin mayores argumentos para debatir. De esta manera el Pacto por México fue posible: con una oposición dispuesta a ser comprada por el Departamento de Estado norteamericano.

Agustín Basave es un intelectual reconocido en cualquier parte del mundo. Su obra, sus artículos, su trabajo académico en la Ibero lo han posicionado, a mí parecer junto con Otto Granados, en ser los expertos por antonomasia de los asuntos públicos. Si bien cada uno en su trinchera (Otto en la administración pública y Agustín en el análisis político), el trabajo de ambos recupera una de las esencias del pensamiento mexicano: el liberalismo. Porque aun a pesar de ser una ideología europea, en México durante dos siglos ha sido una constante.

Es también rescatable que el doctor Basave esté buscando darle una nueva imagen al PRD. Por ejemplo en Veracruz, es consabida la división que existe entre los perredistas rojos y los amarillos, por lo que la llegada del intelectual asegurará una postura ideológica firme, alejada de los intereses de grupo y con un fuerte sentido social.

También es para los mexicanos el despertar de la esperanza. Su cercanía con Luis Donaldo Colosio lo marca con un halo de entendimiento, de afecto, de cariño con su persona.

Su regreso a la política es una buena señal para el futuro.

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