Solo los libros sacarán de la barbarie a éste país.
José Vasconcelos

La transición del siglo XX al siglo XXI ha marcado una serie de fenómenos de toda índole a nivel internacional, exponiendo que nuestras economías y democracias están pasando por un periodo de densas transformaciones estructurales.
Las cuales reclaman de sociedades del conocimiento, críticas y propositivas ante los problemas ocasionados preferentemente por un desgaste institucional propio de dirigentes con escaso sentido del deber y una fuerte perspectiva mercantil.
En ese sentido el quehacer universitario es más que un momento de vida, es –quizás- la columna vertebral dentro de la existencia futura de los que hemos tenido la oportunidad de transitar por las aulas. Los catedráticos, el entorno, los amigos y los libros forjan el carácter de los individuos y la dinámica futura de los próximos liderazgos.
Más, cuando educar quiere decir fortificar el alma, el carácter y modular el temperamento hasta fundar la racionalidad y alejarla de la barbarie.
Por lo anterior no es casualidad, que en gran medida los avances conseguidos en términos de democracia no se hayan terminado de fabricar en éste país, pues la mecanización de las actividades dejó de lado el aspecto crítico para dar paso al desánimo.
Como toda democracia inacabada, la mexicana se encuentra ávida de sonidos que sean generadores de vertientes de bravura, en función a una capacidad cognitiva propia de personas pensantes y asertivas con la vida institucional, privada y social.
Ante esa premisa, es imprescindible que todos los que participamos en la vida académica e institucional, con nuestros actos dejemos de lado todo tipo de estereotipos reduccionistas y simplistas, para dar paso a la pluralidad y la universalidad de las ideas, elementos fundamentales que contienen -además- el porvenir de nuestras demarcaciones.
Sobre todo cuando en el caso de las universidades públicas no deben olvidar que están fundadas para servir de capilaridad, para que con base al esfuerzo y el talento los estudiantes alcancen puestos directivos a través de los cuales y en función a su sensibilidad, logren establecer un efecto de equilibrio ante las desigualdades propias del comportamiento de los hombres.
Para ello, las ideas surtidas en las aulas, en los pasillos, en las bibliotecas deben generar eco y verse reflejadas en la vida diaria, hacer trascender a la sociedad alimentándose de la universidad.
Porque en las contingencias sociales, económicas y culturales que se presentan a diario, el crisol universitario despeja las incógnitas del rumbo que anhelamos como sociedad. Los sueños de las y los jóvenes es el oxígeno de la de los pueblos.
Jóvenes sin sueños, sin pensamiento crítico, sin perspectivas de vida edificadas en el ahínco del esfuerzo, son como cuerpos sin motricidad y perplejos a la rotación física.
La pujanza que presenta la Universidad está orientada a la formación y capacitación de nuevos profesionales, que abracen el avance tecnológico y la investigación, y así solucionar los problemas de la población; una clara muestra de ello, son las figuras notables que han logrado influir en campos como la medicina, la física, literatura, la economía y el derecho.
De tal suerte, que desde las aulas se debe alentar a los estudiantes a ser mejores, lejos de las perspectivas de monetaristas propias del entorno, que sepan que la riqueza es un producto no un fin.
El buen ánimo de trascendencia es el engrasante que le da fluidez y efectividad a la máquina de la productividad, conjetura esencial del porvenir privado y público de todas y todos.
Estudiantes, familias y catedráticos, en mayor o menor medida, significamos una triple hélice que es insustituible para la vida económica y social,-por donde se le quiera buscar- ese papel tenemos y lo debemos de asumir en su más grande y extensa amplitud.