No debe haber discusión alguna respecto a la existencia de una cultura política en Xalapa y en resto del estado de Veracruz; definirla es tarea de los estudiosos, con la contribución voluntaria o no de los actores políticos. Habría que empezar por ubicar sus niveles democráticos, como la tarea central de sus analistas, y enfocando sus praxis. La idea es saber que tanto de rasgos democráticos registra la actividad política en nuestro entorno. No es un asunto ocioso, son cuestiones de gobierno y de representación; están de por medio los partidos políticos, los medios de comunicación y, sobre todo, los intereses de los ciudadanos. Tiene que ver con políticas públicas, programas, presupuestos y ejercicio del poder; por  lo tanto, nos inmiscuye a todos, participemos  o no, nos enteremos o no; abarca a los activos y a los pasivos, a los votantes y a los abstencionistas, al que lee prensa y al que no; nos perjudica o nos beneficia a todos.

Nuestra vida política tiene que ver con lo público, es una realidad concreta, se transmite a la observación y al imaginario de la gente; tal como es se ve, se reproduce en sus vicios y méritos, confirmando modos y tendencias. Las nuevas generaciones de políticos, los jóvenes, creen que no hay otro tipo de política, que así debe ser; adquiere absoluta cartilla de normalidad. Modificarla para bien, en sentido democrático, es muy difícil  por el cúmulo de intereses que la rodean y por las costumbres. Se han presentado oportunidades en las alternancias municipales y en el congreso, dejando muy poco de novedades en tanto los que las encarnaron resultaron casi lo mismo que los tradicionales; casi todos  los que obtuvieron  mayoría en esos ámbitos venían del oficialismo o, de ser de origen diferente, también se rindieron al perfume del poder. 

Casi resulta increíble en estos tiempos globales y de la información, con el antecedente de alternancias nacionales y con el internet tan extendido, que todavía estemos rodeados de opiniones pueblerinas, partidos sin ideas y funcionarios sin méritos. Algo de nuestra cultura está presente en el debate público: hueco, débil e intrascendente. Tenemos políticos que no escriben y no publican, que sólo leen discursos; dirigentes de partidos que no exponen ideas y visiones, que no salen de su vida de  autoconsumo; medios y periodistas que especulan sobre los candidatos a todo o que refieren las cualidades de algún funcionario. Eso me parece atraso, circular y, en gran medida, inútil. Claro que hay excepciones, sobre todo entre los analistas políticos.

Visto así este tema, surge la imperiosa necesidad del debate público, de que los políticos, legisladores y funcionarios fijen postura; pero igual que los medios eleven el nivel de la información y el análisis. El efecto debe ser la politización social y la participación ciudadana. Habría consecuencias democráticas, el ideal de la política en sentido amplio. Hablaríamos entonces de una cultura política democrática, de cuyo nivel y ascenso tendríamos que hacernos cargo todos. Entre más evolucione la política más alta es la exigencia para sus practicantes, cerrando el paso a improvisados y charlatanes. 

Es de una curiosidad sonrojante cuando se leen cuestionamientos a la politización de asuntos públicos, sobre todo cuando surgen de políticos o de partidos. Lo más seguro es que confundan con partidización. Por supuesto que la politización es deseable e indispensable en todos los asuntos públicos si se entiende como la participación de los ciudadanos con opiniones y actos. Al final hay que luchar por eliminar la separación casi abismal que existe entre los políticos y los ciudadanos, ya que se crean vacíos, impunidades y desnaturalización de funciones. No deben ser ellos, los lejanos, los que nos hacen favores; al contrario, su deber y responsabilidad es servirnos y representarnos. Para tal efecto se requiere una ciudadanía informada y exigente, lo que plantea canales de información y acceso a los políticos, así como un cotidiano debate de las posturas y acciones de los que ejercen el poder público.

Otra enorme curiosidad es que los partidos no tomen posición sobre los principales asuntos del estado, que no digan que piensan respecto a los hechos más relevantes. Al no hacerlo contradicen su rol teórico y se niegan así mismos. La razón de ser de dichos partidos es articular las inquietudes y demandas de la gente, ante los problemas deben tener una posición clara y diferenciada, si no lo hacen entonces sólo son membretes intrascendentes. Eso lo vemos en Veracruz con claridad, partidos chicos y grandes dedicados al autoconsumo, al chocholeo, al palerismo y, en no pocos casos, a organizar clases de cocina y costura. Es urgente invitarlos a asumir posturas sobre los grandes problemas del estado para que definan acciones y le sirvan a la gente; de otro modo no pasarán de ser un estorbo.

Recadito: Están en grande los festejos por los 25 años del Mopi.

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