Xalapa, nuestra casa común, tiene sus problemas y sus fortalezas; mucho se ha dicho de ambas realidades, algunas obvias, otras no tanto. Siempre tendré una actitud positiva, por voluntad, resaltando sus cualidades, como es su pluralismo político, su participación ciudadana, sus actividades y vocación cultural pero, en este espacio, abordo alguno de sus problemas mayores.

Tenemos gobiernos municipales de corte clientelar y supeditados en cuestiones claves a los designios del ejecutivo estatal y su aparato de gobierno, en muchos sentidos al ayuntamiento se le da trato de regencia; no hay control mínimo, ni coordinación en asuntos de seguridad y tránsito; el Cabildo no hace eco de las demandas ciudadanas, en asuntos trascendentes, de interés general, es prácticamente ausente. Dependemos de la voluntad y energía del gobierno municipal, que no siempre se nota. Falta bastante para verse reflejados, por su voz y defensa, en un Cabildo de tendencia burocrática.

Tenemos un problema mayor y delicado en el número de taxis que circulan por la ciudad, sin comentar, por ahora, el caso similar de los autobuses. Es tal la desproporción de la cantidad de unidades de servicio público de transporte que, en modalidad de taxis, llenan las calles de Xalapa, que hacen prácticamente inviable cualquier plan de movilidad. Hablamos de un aproximado a diez mil unidades entre nuestro municipio y poblaciones aledañas, que hacen de esta zona una de las más altas en taxis a nivel mundial, proporcionalmente hablando; en ese enfoque estamos por encima de ciudades como Madrid, Barcelona, Nueva York, etc.

En el año 2004 Xalapa contaba con unos 2600 taxis, a diez años ha incrementado ese servicio en un 300 por ciento, cuando tradicionalmente por sexenio se entregaban unas 600 concesiones; al ritmo que vamos en diez años se entregaron lo que debió haberse dado en cuarenta. Esa cantidad no obedece a planeación alguna, a estudios técnicos, a viabilidad del servicio o a leyes del mercado, de oferta y demanda. Es resultado de una visión extraña, mezcla de ambiciones, frivolidad y pérdida de rumbo: se hace por que se puede y, además, se obtienen ganancias económicas y políticas. Es una política del caos, irresponsable, que crea y hereda problemas.

El número de taxis con que cuenta Xalapa y las región generan una problemática enorme, entre otras: devalúa económicamente y en calidad el servicio, lo vuelve informal, engancha en deudas delicadas a los que todavía le tienen fe a este trabajo y abre la posibilidad real de que esas unidades, como se publica constantemente, se vean envueltas en accidentes y en actividades ilegales. Simplemente se ha vuelto una actividad sin ganancias claras, de sobrevivencia. Aparte se puede hablar de la congestión vehicular que provoca la saturación de taxis.

No debiera minimizarse el origen y los efectos de esa política alocada, de ocurrencias y negocios, se tiene que abordar el problema con seriedad y señalar responsabilidades. Para Xalapa es un conflicto serio, se le carga la mano desde cómodas oficinas estatales, en donde lo que menos importa es nuestro bienestar. Estamos ante lo que puede calificarse como un atentado al municipio, sin que surjan voces institucionales de nivel municipal que nos defiendan. Para rematar, en una actitud ya irracional, han continuado otorgando concesiones de taxis para Xalapa y las región, con lo cual aumentan los problemas de ese sector; este año deben llevar unas 600, pero no se les ve freno alguno. Es nefasto y agraviante el grado de irresponsabilidad de los que toman esas medidas, seguramente foráneos a Xalapa, como ocurre en otras áreas donde personas que van de paso deciden por nosotros.

La sensación de vivir en una tribu, de ser tratados como súbditos, de vernos en el espejo del abuso y la impotencia a la ves, aparece y se consolida cuando padecemos actitudes locuaces como las descritas, donde nadie da cuentas, nadie justifica y explica esas desiciones tan negativas y devastadoras de una ciudad normal, sana y con aspiraciones de civilización.

Ufa.1959@nullgmail.com

Recadito: Ahora al atole con el dedo se le llama pomposamente «Contraloría social».