Por Ramón Durón Ruíz

El sabio escritor norteamericano Ralph Waldo Emerson dijo: “El éxito consiste en obtener lo que se desea… La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene” El Filósofo de Güémez ha aprendido de los viejos de su tierra, que el secreto de la vida es ¡ser feliz!, en el AQUÍ y el AHORA, con lo que eres y con lo que tienes, que lo demás… llega por añadidura.

La Tierra del Filósofo, girón de la patria mexicana con su multicolor paisaje, lleno de lirios y coyoles, gladiolas y belenes, bugambilias y rosales, mezquites y naranjos, agave y pastizales, matorrales y bosques, con sus cristalinas aguas en sus ríos y presas, en conjunto tejen una acuarela policroma que cautiva al visitante más exigente y por si eso fuese poco, engalanan con su sapiencia nuestros viejos, que son una amorosa escuela de vida.

Aquí, en la Tierra del Filósofo hay amabilidad, sencillez, generosidad para dar, humildad para vivir, que en conjunto hacen que arribe la anhelada felicidad y en el infinito, hay un ramillete de estrellas suspendidas en el Cielo, que como tachuelas de plata, –donde los niños cuelgan sus sueños–, titilan como silenciosos testigos de una esperanza que se cuaja en cada hogar, en donde diariamente se gesta y se forja la fe de una Patria nueva, nutrida por las gestas heroicas de nuestros próceres, que nos heredaron un ramillete de valores, por el amor y la perspectiva que nos da la magia indisoluble de la solidaridad, que aquí se ejerce de manera natural.

La geografía de la casa del Filósofo esta plena de una dualidad indisoluble: las enseñanzas de nuestros abuelos y la tierra acogedora, donde se entremezcla el agua argentina y cristalina de los ríos Corona, San Marcos, Guayalejo, Purificación y Blanco, el arroyo Grande, que generosamente alimentan a la presa Vicente Guerrero, con la tierra fértil de la llanura costera, lomeríos y la gran Sierra plegada de los San Pedro, todo como un hermoso tapete multicolor… de belleza inacabable.

En cada casa hay mucho que aprender, y por si eso fuese poco, los jardines en los hogares son cultivados por las manos laboriosas y santas de sus mujeres; la tierra en el campo labrada, cultivada por las manos callosas de sus hombres de trabajo y en las aulas, nuestros generosos maestros, enseñando a los párvulos el ABC de la vida.

Las miles de aves –cenzontes, cardenales, palomas, hurracas, chinchos, jilgueros, guajolotes, lechuzas, chicos, loros, canarios, chuparrosas, correcaminos–, cautivan y maravillan a propios y extraños con su multicolor belleza y sus alegres cantos, que con su sonata, son un homenaje de ternura a la vida, que ni la más bella sinfonía de un genio musical puede igualar.

A mi Padre DIOS se le paso la mano en mi tierra, aquí hay una rica variedad de fauna silvestre que va desde el oso, el tigrillo, el gato montés, el guajolote silvestre, la víbora de cascabel, el venado cola blanca, la paloma morada y ala blanca, el armadillo, el tejón, el tlacuache, el conejo y el coyote.

Cabe hacer mención “la atracción que representa para turistas extranjeros y nacionales, que visitan el municipio en los meses de julio-septiembre, atraídos por la cacería de la paloma ala blanca y de noviembre a enero por la caza del venado cola blanca”1

Los visitantes que llegan a Güémez, son flechados por el acogedor trato y la amable anfitrionía de su gente, por el kiosco de su hermosa plaza, por la belleza de su iglesia de San Francisco de Asís, que en un inicio fue hecha de barro y madera, en 1771 inició la construcción de una sola nave, con sacristía y capilla lateral del lado del evangelio, un bautisterio, hoy funciona como parroquia y en más de dos siglos y medio de antigüedad, frente a su fachada decorada por una espadaña de tres vanos, ha visto pasar a miles de enamorados y sus descendencias.

Los atrapa la curiosidad sin límite por conocer la rica tradición oral, las costumbres, los personajes, la sin igual gastronomía norteña –que cautiva al más exigente paladar– que desde las cocinas de humo produce el encanto de un maridaje de sus olores, sabores, colores y amores, que son un homenaje que brota del alma y de las manos mágicas de las hacendosas mujeres, que viven el milagro del nuevo amanecer, con una sabiduría, una genialidad culinaria y una alegría que contagia.

En Güémez, –la tierra del Filósofo–, el visitante entiende por qué es fácil sucumbir ante el encanto natural de sus parajes poseedores de un paisaje que embriaga los sentidos. Aquí se vive al ritmo y tiempo de la naturaleza, se fluye armónicamente con el universo; hacemos nuestra la genialidad de Balzac, que afirmó: “Por el hecho de envejecer no se deja de reír; mas dejar de reír te hace envejecer” por ello viviendo en una eterna juventud el viejo Filósofo afirma: “En política el que sabe, sabe; el que no… ¡ES JEFE!”

1. información proporcionada por el INEGI

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