Le pregunto a mi madre Irma si tiene chile piquín mientras observo la bolsa de manzanas que acaba de comprar Brenda a unas “marchantas” en la calle Real, aunque creo que ya pocos la citan así… la ubican mejor como Poniente 7 en Orizaba.
La niña, ataviada con la clásica falda negra junto con su abuela, ofrecen manzanas a los transeúntes… son los auténticos vendedores ambulantes. ¿Por qué? Porque ya no se establecen sentadas en alguna calle, en algún resquicio, en la banqueta… lo tienen prohibido por órdenes del alcalde. Pero no está prohibido caminar y ofrecer sus productos.
Mi madre está hiper encabronada con Juan Manuel Diez Francos desde la anterior administración por eso, porque considera injusto que se les prohíba a las “marchantas” o a cualquier otra persona, establecerse en las banquetas para vender.
II
Si bien, la diferencia en población entre Orizaba y Xalapa es abismal, muchos de sus habitantes no dejan de comparar a estas dos ciudades muy seguido… pero creo que lo hacen más por el clima tan parecido que hay entre ellas. Cuando hablo por teléfono desde Xalapa a Orizaba, y pregunto por el clima, no es novedad que me digan que está lloviendo en la Pluviosilla como igual ocurre en la Atenas en ese mismo momento.
Pero quizás por ese mote que durante el porfiriato se ganó Orizaba como la Ciudad más Educada, mis paisanos nunca dicen la verdad hasta que yo doy pie a comentarlo: “Está mejor Orizaba que Xalapa” y entonces, ellos asientan con una cara de “lo sentimos mucho, pero es cierto”.
III
Una ciudad limpia, ordenada, con un eslogan que obliga a aplicarse en cuanto uno lo ve por los distintos puntos en que lo desperdigan: “Sonríe, estás en Orizaba” y sí, pues sonreímos.
—¿Tienes chile piquín en la casa?
—Tengo chile seco…
—No, lo quiero para las manzanas— Le respondo a mi madre mientras salivo imaginando esos frutos amarillos bañados en polvo picosito… para eso, Brenda ya interrogó a unos muchachos de los Boy-Scouts sobre el famoso teleférico. Ya le dijeron por dónde subir, lo que hay y el costo.
Mi madre no se ve animada para subir y Harry tampoco… llevamos más de una hora caminando por la ciudad y ya rodeamos la Alameda… ¡pide sombra! Harry… bueno, también mi madre.
IV
En las instalaciones del Teleférico, hay una iglesia en miniatura donde le pido a mi madre que pose para tomarle una foto. Dejo en un banco las manzanas y busco evitar la contraluz del mediodía. Unas fotos más con Brenda en otra banca y el río como fondo. Vemos un anuncio que dice que personas que sufran claustrofobia, presión alta y no recuerdo qué más, es preferible que no suban. Queda descartada mi madre quien ya se posesionó de una banca y Harry descansa a sus pies. Brenda y yo sacamos boleto. Industria italiana y francesa en su elaboración… ¡je! eso me tranquiliza un poco. Una breve plática mientras esperamos la cabina con el encargado del ascenso quien cuenta las veces que se detuvo el teleférico… errores que fueron subsanados pero que aún la gente los recuerda como parte de una leyenda negra. Al firmar un libro donde pongo mi nombre y lugar de residencia, es increíble, pero no veo a nadie de Orizaba pero sí de otros estados ¡y hasta países!
Son 50 pesos por ascenso y descenso. Dos horas para estar en el eco-parque del cerro del Borrego. El paisaje es impresionante. Sencillamente no hay comparación. Busco el Campo ADO, busco el campo del Tecno, busco al Martín Cuburu… entre algunas gramas donde jugué… En la cima, hacemos un recorrido de “fast-track” porque tenemos al Perrhijo y a mi madre esperando bajo la promesa de volver pronto.
V
Sí, el descenso aún fue igual de espectacular… y en el libro de comentarios pongo, sin empacho, que Orizaba debería volver a ser la Capital de Veracruz.
El gobernador Apolinar Castillo, el 8 de mayo de 1874, declara a Orizaba como capital de Veracruz.
Cuatro años después, Juan de la Luz Enríquez lleva los poderes a Xalapa.
Por eso, los atenienses, dieron sus apellidos a la ciudad: Xalapa de Enríquez. Por eso, los orizabeños, al parque que está en el centro de la Pluviosilla, le dieron el nombre de Apolinar Castillo… ¡ah! y al cementerio municipal, el nombre de Juan de la Luz Enríquez, lo que a mi juicio sigue siendo una broma muy fina de los chayoteros.
VI
Con rumbo a la casa, contando a mi madre lo maravilloso del paseo en el teleférico, Brenda lanza una pregunta que me hace recordar el porqué siempre estoy tentando mis bolsillos con un frenesí inquietante: “¿Y las manzanas?” Mis manos están vacías. “¿Las dejaste en el Cerro?” Mi memoria empieza a trabajar en retroceso. “¿En el teleférico?” No. Las dejé en una banca justo cuando le tomaba fotos a mi madre buscando el mejor ángulo que evitara que me diera la contraluz… por supuesto, alguien debió comer manzanas gratis este sábado en Orizaba que, insisto, luce tan perfecta que bien merecería ser la capital de Veracruz otra vez.

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