Son sólo siete palabras que han estremecido las letras. Aunque pareciera una frase abandonada por el temor a la página en blanco o porque el tema no daba para más, en sí es el cuento más breve de la literatura, una obra maestra: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí… Augusto Monterroso, mejor conocido como Tito, es el culpable de la escritura de millones de páginas sobre esa sola línea. Y es que la brevedad, la concisión, la linealidad y un estilo directo son las características de la narrativa del desaparecido escritor guatemalteco nacido en Honduras y radicado en México desde hace medio siglo. La vida es corta y el arte largo, decía el escritor mejor conocido como Tito al definir su virtud para ser breve, sin embargo el autor de La oveja negra y demás fábulas no le daba más crédito a este atributo literario que el resultado de su trabajo. “Habrá habido momentos en que yo hasta reniegue de la brevedad en busca de otras posibilidades y entonces hasta lo habré visto como algo de lo que me quisiera deshacer. Bueno, sí, la brevedad, pero realmente yo no voy pregonando ni preconizando la brevedad. Cada escritor escribe como puede: larguísimas novelas o cuentos o aforismos o fábulas. Puede ser que en un momento me haya quejado de la brevedad deseando poder escribir relatos más extensos, pero no es mi idea, no ha sido mi idea, no creo que vaya a cambiar”. También solía decir que como artista que es el escritor, tiene que conocer su oficio y en ese momento se presenta el problema de la técnica o de las técnicas: ¿cuál de las posibilidades que presenta este arte va a usar para determinada situación? Entonces escoge una técnica que contenga diálogo, otra que sólo sea narración, en fin. Cada tema tiene su propio tratamiento y dimensión. Hay cuentos que piden mucho más tratamiento, lo que les da una longitud mayor y otros que pueden decirse con menos palabras. Pero pese a lo que pensaba siempre tuvo a la brevedad, a la concisión y a la concentración como las cualidades de su obra. Definitivamente, prefirió estos elementos en la medida que usaba unos y otros tipos de cuentos y porque generalmente lo que buscaba, según decía, son tres cosas fundamentales: la verdad que como escritor iba a encontrar en ese mismo tema y a reflejar, tanto una verdad externa de las cosas como una verdad literaria; la intensidad, porque su propósito era hacer la concentración en la intensidad. Eso de por sí está pidiendo brevedad, porque algo muy intenso no puede durar mucho y hay que expresarlo pronto y lo mejor posible y, tratándose la literatura de un arte, buscaba la belleza, en este caso, la belleza formal. Todo esto le llevaba a que finalmente lo que busca el artista es la poesía que se encierra en las cosas y en los seres vivos. En cierta ocasión, en una entrevista para Arena, el suplemento cultural de Excélsior, Tito Monterroso le confesó a Claudia Posadas su temor a estancarse o quedarse en una sola forma para tratar cualquier tema. Por eso siempre trataba de no repetirse, de buscar siempre nuevos enfoques. Así es como usó la fábula, el cuento tradicional y el cuento breve y brevísimo, entre otras formas narrativas. Y todo esto, comentaba, tiene que ver con todo un mundo de circunstancias o de asuntos que están involucrados en el arte de escribir cuentos. Pero cada uno de estos temas puede ser motivo de cursos enteros para tratar de acercarse a su elucidación y a su exposición que nunca será completa. Su cuento sobre el dinosaurio lo volvió inmortal desde ya y, de acuerdo a algunos críticos, no necesariamente es su mejor texto breve. Es un cuento ambiguo en el cual los mismos críticos identifican un enigma. Al opinar al respecto, el Premio Juan Rulfo de la FIL de Guadalajara expresaba que es todo eso junto, y más. Efectivamente, ese cuento llamó mucho la atención desde el primer momento porque no se usaba publicar textos tan breves. Entonces no siempre fue bien recibido, se decía que no era un buen cuento ni nada, y hasta anda por ahí la broma que le hizo a un crítico, cuando le dijo que “efectivamente no es un cuento, es una novela”. Tuvo mucha suerte, a la gente le llamó la atención. Sin embargo, y después de esto, decía que no se iba a poner a escribir cuentos de una línea o de dos líneas, porque eso fue en su momento. “Entonces, el problema no fue pensarlo, sino publicarlo, porque no se usaba y más bien mucha gente cree que yo sólo escribo cosas así y no es cierto. Por otra parte, el misterio que pueda tener, no lo voy a decir, eso tiene que resolverlo cada quien”, comentaba. Monterroso se definía como extremadamente tímido y aprendiz de escritor. “No me gusta decirlo –decía– pero yo me he acercado a la literatura con mucho temor. Yo me formé prácticamente leyendo a grandes autores, quienes creo que me asustaron porque son unos modelos muy pesados, muy grandes. Entonces siempre me acerqué con temor al hecho de ser escritor todavía no siento que sea escritor. Y todavía tengo problemas que no he podido resolver nunca, y eso se ha unido a mi timidez. Y bueno, pues ¿qué hago? Entonces los actos públicos y todas esas cosas no es que no las quisiera, es que no soy para eso”. Exiliado desde la caída de Jacobo Arbenz en Guatemala, Monterroso no cejó, aunque sin decirlo, en seguir siendo un maestro de la brevedad y siempre insistió en que la vida es corta y el arte largo. Por eso decía que no tenía mucho tiempo para desear ser novelista, aunque publicó Lo demás es silencio, una novela que está hecha de cuentos. El cuento, comentaba, no importa qué tan breve sea, debe ser intenso desde la primera línea, porque si lo logra lo acerca al poema. Y es que escribir es como luchar contra la corriente, decía el escritor más parafreasado del mundo y para quien vivir era común y corriente y monótono. “Todos pensamos y sentimos lo mismo: sólo la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los malos”, dijo en una ocasión el maestro del ingenio y a quien se le adjudica la frase de que “un optimista es alguien al que le faltan todos los datos”. Tito Monterroso murió en 2003 a los 82 años en la Ciudad de México. “Fue un gran hombre y un gran escritor. Todo lo que diga, está de más”, afirmó Gabriel García Márquez en el velatorio de Monterroso, quien junto con Alvaro Mutis y otros escritores acompañaron a su viuda, la también escritora mexicana Bárbara Jacobs. Sus amigos colocaron un pequeño dinosaurio de tela sobre el féretro, quizá pensando en que cuando Tito se despierte el dinosaurio todavía esté ahí. Hace muchos años, un crítico literario le preguntó a Monterroso qué sensación le producía ser considerado un humorista. La respuesta del escritor fue todo un autorretrato: “Agradable, no por lo de humorista, sino por el hecho de ser clasificado. Me encanta el orden”. Lo que podría no ser más que una salida brillante del narrador, cuenta Javier Rodríguez en su crónica de El País en ocasión de la donación en 2008 de su biblioteca a la Universidad de Oviedo, cobra todo su sentido a la vista de la pulcritud con que conservaba y clasificaba sus papeles: Es lo primero que se aprecia al contemplar una parte mínima de su oceánico legado repartida por la sala de togas del edificio histórico de la Universidad, convertida en improvisada cámara de selección. Todo el material ha sido espigado de entre las 14 enormes cajas de madera, unas cinco toneladas en total, que llegaron desde México. Su viuda hizo la donación a la casa de estudios asturiana de la biblioteca y el archivo personales de su marido. A falta de algunos originales, que se custodian en Princeton, en Asturias, cuyo principado le otorgó el Premio de las Letras en 2000, queda depositado todo lo que dejó al morir en 2003 el creador de El dinosaurio, un relato de siete palabras (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) que su autor, con sorna, terminó considerando una novela.