Antonio Luna, líder del Frente Cardenista, no deja de tener cierta razón en cuanto al análisis que elabora con relación al delicado problema social que vive no solo la comunidad veracruzana sino el país entero.

Sí, tiene parte de razón. En lo que de ninguna manera se puede estar de acuerdo con él, es con sus métodos que crucifican a toda una población que no tiene por que padecer el infortunio de la parálisis provocada por el secuestro de sus vías de comunicación. El remedio con el que pretende presionar a la autoridad para resolver sus problemas, es de tal suerte trascendental que llega a ser contraproducente.

Mas lo son aun sus declaraciones de iluminado cuando afirma que su actitud es una “bendición de Dios”, involucrando figuras religiosas para justificar su actitud. Se auto considera un idealista dispuesto a ofrendar su vida en favor de su lucha por los pobres creyendo que ese es el camino idóneo para lograr que su misión, casi divina, sea culminada por el éxito.

El problema que combate Luna no se genera en el ámbito xalapeño, es de muy superior origen y no se resuelve frente a Palacio de Gobierno. Si los argumentos que hace valer Luna son validos, no es bajo la presión de tomar como rehén a una pacifica comunidad de habitantes que sufren sin culpa el castigo impuesto a inocentes por la voluntad de un grupo de personas que sin derecho imponen a ajenos. La Constitución protege la libre manifestación de ideas, mientras no afecte derechos de terceros que la misma también garantiza.

Si las ideas que sostiene Luna al señalar innegables desviaciones y deficitarias políticas públicas en detrimento de los ciudadanos de su agrupación, son validas, no es la forma violatoria de ese derecho que reclama, como se habrá de solucionar un enorme problema que viene acumulándose por décadas y solamente atropellando la cordura puede pensarse que su fórmula es la correcta, para remediar vicios estructurales acumulados durante largo, largo tiempo.

Enarbola el tema de la pobreza social como causa eficiente de sus bloqueos. El asunto es más complejo y su solución no está en apropiarse de las calles de la sufrida Capital de Veracruz. La ciudad se pregunta de dónde saldrá tal cantidad de recursos que mueven en autobuses de primera clase, según dice Luna, a 30 mil manifestantes; que también pueden ser solo 400 pueblos. Ninguna organización en la pobreza puede ser capaz de semejante gasto. ¿De dónde sale ese dinero?

La manifestación que encabeza no afecta a los ricos, a quienes imputa ser el motivo de todo su discurso; lastima a toda una comunidad ajena y azorada, a la cual perjudica sin lograr ninguna reacción de Slim ni de Chedraui ni de ningún rico a los que públicamente señala.

Por su parte la autoridad constituida, soporta la contumaz embestida sin elementos suficientes para remediar las exigencias. La consigna es no violentar a los protestantes, no producir ni el más mínimo roce que pueda significar un problema político en vísperas de compromisos de alto relieve que dañarían su realización. Hace su sempiterna aparición el Síndrome del 68; Tlatelolco y sus graves consecuencias. Ni pensar en el más insignificante acto de autoritarismo. Una falla por pequeña, podría incendiar la pradera que esta reseca.

Entonces, tolerancia infinita, negociación, dialogo hasta el sacrificio de valores y derecho. Hay que resolver el punto crítico como se pueda. Muchos ya saben cómo se resuelve. Casi todos lo saben y este juego de presión, se convierte en una industria. La industria del amago a la autoridad para que, con la ciudad de rehén, negocie, trance, ceda…… y nos vamos. Problema recurrente, crónico. Solución efímera, en zonas de sombra, dialogo pervertido, negociación indecente.

Qué tristeza. Resabios del 68, ¿Drama inconcluso, beneficios pendientes? La corrupción como telón de fondo. Cuando las instituciones son débiles, cuando han abdicado paulatinamente a su potestad, a su imperio, tienen que ceder, doblegarse siempre por haber perdido poco a poco la fuerza estructural, moral y legal que nunca debieron haber extraviado. Esa es también otra clase de pobreza, la pobreza institucional, que igualmente estraga a la sociedad en general, ante la deficitaria respuesta oficial frente a problemas, casi de toda índole.

En la actualidad, cualquier pequeño grupo de personas que se inconforme por cualquier futileza, está en posibilidad de domeñar la acción de la autoridad del nivel de gobierno que sea. Que doloroso tener que aceptarlo y que pena admitir que no se advierte una salida al alcance.

El reto es mayúsculo. ¿Quién tiene la bíblica honda de David capaz de aniquilar al gigante Goliat, recipiendario imaginario de la galopante corrupción, causante directa del maleficio? ¿Quién?