Ayer, domingo, mujeres de diferentes partes del país salieron a ocupar las calles de sus ciudades. Si en la cotidianidad, el espacio público es un territorio por el que es necesario transitar, pero con aprehensión gracias al miedo provocado por las distintas manifestaciones de violencia que vivimos en él, este 24 de abril decidimos llenarlo de gritos, de rabia, de indignación, pero también de alegría y apoyo. Gracias a las redes sociales, pudimos ver batucadas feministas de distintas partes de México, así como distintas mujeres sosteniendo carteles, a menudo con los mismos mensajes: “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”, “Vivas nos queremos”, “El espacio es público, mi cuerpo no”.
En Xalapa, la marcha inició con un estremecimiento: “¡vivas se las llevaron, vivas las queremos!”. Y es que tan sólo en el primer trimestre de este año, la entidad veracruzana ha registrado la desaparición forzada de 74 mujeres de diversas edades. Aquel primer grito traía en las entrañas no sólo ese número, ni siquiera aquel que podemos adivinar mayor conforme retrocedemos en el tiempo, sino los rostros de quienes, desesperados, anhelan cada día el reencuentro con una mujer que un día no volvieron a ver: una hija, una madre, una amiga, una hermana, una pareja… Las primeras que salieron desde el Monumento a la Madre, en la marcha de este domingo, no fueron las que gritaron, sino las que hasta ahora sólo parecen ser número y dolorosa memoria.
Aunque hubo algunas que llevaban blanco o gris, varias mujeres vestían de negro, cual riguroso luto. Dado lo descrito antes, pareciera que no es para menos. Pero también estaban las que vestían de morado-violeta, el color del feminismo. Dicen que quien se pone las “gafas violetas” una vez, nunca se las vuelve a quitar. Y esas gafas funcionan para todo: para la música, las novelas, las películas, los libros, los “piropos” callejeros, la vida diaria, y hasta para la voz. Porque cuando una se las pone, la lengua le empieza a quemar.
Por eso, desde la garganta de las asistentes a la marcha salían expresiones como: “¡Fue el esposo, fue el patrón, fue el estado represor!”, “¡No, no, no somos infiltradas, somos ciudadanas y estamos indignadas!”, “¡No fue crimen pasional, fue un macho patriarcal!”, “¡No, no, no me da la gana, ser una mujer sumisa y abnegada. Sí, sí, sí me da la gana, ser una mujer consciente y liberada!”, “¡No, no, no. No me da la gana, ser asesinada por quien dice que me ama!”. Como ocurre siempre en Xalapa, el viaducto fue el punto donde estas palabras se intensificaron y llenaron los bajos del parque Juárez. En la semioscuridad, las consignas resonaban y adquirían un sentido más allá de la demanda: lo catártico de gritar junto a otras mujeres lo que se exige en cada paso en la calle, ante cada nueva desaparición, ante cada nuevo feminicidio que es menospreciado por las autoridades que deberían aplicar justicia.
¿Quiénes asistieron a la marcha de este domingo contra las violencias machistas? Aunque en comparación con otros estados del país, incluso con otras manifestaciones públicas ocurridas en la capital veracruzana, la concurrencia que fue pequeña, su diversidad no. Claramente estaba compuesta por una gran mayoría de mujeres de todas las edades, pero también hubo hombres que marchaban codo a codo con sus compañeras. Con las frentes en alto, pero las bocas cerradas: aliados feministas, no protagonistas. Entre la multitud, también resaltaban las niñas y los niños que durante los primeros minutos de la caminata parecían asombrados, quizás hasta confundidos. Pero poco a poco, con la ayuda de los adultos que jamás soltaron sus manos, fueron adquiriendo confianza. Frente a mí, pude ver a una niña de unos 10 años compartiendo cada vez con mayor desenfado las consignas del grupo con el que iba. Probablemente no se dio cuenta del instante en que pasamos frente a otra niña de su edad que miraba el contingente con fascinación y desconfianza a partes iguales.
Al igual que sus asistentes, la agenda feminista de la marcha fue variada: la protesta no se centraba en un punto específico, pues la violencia machista tampoco lo hace. Si se focaliza en algo, es en su víctima: todos aquellos seres que no pertenecen al modelo de la masculinidad tradicional. Por ello, este domingo marchamos en contra del acoso sexual callejero, de la violencia obstétrica, de las leyes que criminalizan a las mujeres que abortan y de quienes las promueven; este domingo, repudiamos la violencia sexual, el estado capitalista y opresor, la sociedad heteropatriarcal y lesbofóbica y transfóbica; así como la violencia de género, el amor romántico que mata, los feminicidios y las desapariciones.
Por supuesto, la manifestación de este domingo no podía terminar sin antes pasar lista a nuestras ausentes: a Gaby Benítez, Nadia Vera, Regina Martínez, Berta Cásares, Rosa Luxemburgo; a las muertas de Juárez, de Zongolica y de Veracruz. Al oírlas mencionar, todas las presentes exclamábamos “¡presente!” al unísono, con la potencia que su recuerdo merece.
Este domingo, el centro xalapeño, tan frecuentemente hostil con las mujeres, se volvió nuestro territorio. Lo llenamos de nuestras voces y nuestra capacidad para unirnos. Este domingo, iniciamos la Primavera Violeta y ésta nos demostró ―como dice Tania Tagle― que podemos no ser flores, sino hogueras.

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