Estoy seguro de que usted los ha padecido, porque es una pandemia que está en todas las casas y todos los edificios y todas las calles de Xalapa: personas que traen un envoltorio con papeles de todo tipo, y que al menor descuido le dejan en sus manos una tarjeta, una hoja suelta, un volante, un tríptico o hasta una publicación; papeles que no tienen otro fin que hacer publicidad sobre un producto, una negociación o un servicio (además de provocar basura que usted deberá desechar de la manera que pueda).
Debido al trabajo efectivo aunque ingrato de estos agentes del desperdicio, permanentemente traemos las manos o los bolsillos llenos de anuncios en papel que casi nunca nos sirven para nada. Y también nos repletan los asientos de los automóviles o las bolsas de las damas o los portafolios de los caballeros… y los buzones de las casas, o el piso bajo las puertas de entrada en donde no haya un lugar destinado para depositar el correo.
Dé usted tres pasos por cualquier calle del centro o por muchas de la periferia; permanezca más de dos segundos en un crucero con el coche esperando, ya sea la luz verde o que se desenmarañe el tráfico; camine por el pasillo que quiera de un centro comercial, e irremediablemente se encontrará con un muchacho o una jovencita que le ofrecerán la ilusión impresa de una oferta inigualable, de un servicio barato y eficiente, de un empleo por fin bien remunerado, o de un negocio que dejará pingües ganancias “casi sin invertir nada”.
Y súmele usted los volantes de pizzerías, cafeterías, restaurantes varios; fontaneros, mecánicos, jardineros, cerrajeros (y hasta un afilador, que ya dejó para siempre el silbato que nos hacía soñar con la promesa de un dinero que llegaría si se rascaba uno la palma de la mano, y ahora se anuncia con un mugre papel que ni la ilusión nos permite); agencias de seguridad privadas -y agencias privadas de seguridad, que no es lo mismo-, policías auxiliares que piden un óbolo por sus relativos servicios; escuelas de todos los niveles, cursos de idiomas, cursos empresariales, cursos de autoayuda, cursos…
Y también hay que anotar las revistas de propaganda que ahora hacen las grandes tiendas de electrodomésticos y los enormes almacenes: que si Crediland, que si Sears, que si Fábricas de Francia, que si Chedraui, que si Wall Mart. Por fortuna, los gobiernos están haciendo a un lado la costumbre de imprimir periódicos para promover alguna de las grandes obras que dicen que han hecho o a algún personaje público que dice que ha hecho mucho.
Primos hermanos de esos papeles, pero igualmente perjudiciales para la limpieza citadina, son los recibos mensuales o semestrales de la CFE, de CMAS, de Telcel, de Telmex, de las tiendas de autoservicio, de los almacenes otra vez; de los bancos, que son recibos de cuentas corrientes y/o especiales, de tarjetas de crédito. Todos esos son sobres que también contienen en su interior propaganda en más papeles que vienen junto a la información propiamente dicha de la cuenta.
Es propaganda basura, porque casi nunca sirve para nada. Nunca he escuchado a alguien que diga: “Mira, vamos a comer a esta lonchería. Me acabo de enterar de ella por un volante”.
Alguna autoridad debería reglamentar este desperdicio de papel. Y si ya existe, alguien debería aplicar el reglamento, los reglamentos.
Por favor.
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