A la hora de la comida a las cansadas masas de trabajadores nos ponen en Televisa a la Señorita Laura y a Lolita Ayala. No es casual, Amlito diría que esos programas nos los ponen las Mafias del Poder en sus continuas campañas publicitarias para mantenernos apentontados como caperuzos domesticados. El programa de la Señorita Laura es estiércol refinado y Lolita Ayala con su línea de la salud nos transmite imágenes nítidas de las hemorroides y el pie de atleta (provechito Lolita), ni a cuál irle. El programa que, sin ser precisamente séptimo arte, medianamente degluto es el de 100 Latinos dijeron. Y no por la depurada técnica histriónica de Margo Antonio Regil, quien como payasito se muere de hambre, sino porque parte de la esencia del hombre es buscar el sentido de pertenencia, pues no está en nosotros sentirnos derelictos en el mar. El saber que de cada cien personas hay un alto porcentaje que piensa como nosotros nos da aliento para seguir adelante pues es señal de que aún no nos volvemos locos.
Hay, sin embargo, un minúsculo sector poblacional que se emperra en no seguir las buenas costumbres y ser el pietrito en el arroz. Ellos son los que dan al traste con este programa que ensalza la cultura del cine de las ficheras. Es normal que si a cien latinos le preguntan ¿Qué se necesita para cambiar una llanta? La mayoría indique que es necesario un gato hidráulico –pues ni el Juanote era tan pantera como para levantar un Volkswagen-; una llave de cruz o cruceta, por aquello de la incomodidad de aflojar los birlos con la yema de los dedos, los hombres podemos hacerlo, claro, pero qué necesidad. Ahora bien, de allí en fuera, y quedando pendiente una sola opción, se decanta la oleada de necesidades lógicas e ilógicas. Lo normal, pensaría cualquier talachero al que le lleven el auto ponchado es preguntar ¿señito, y la llanta de refacción?
Pero esa opción, increíblemente, no estaba considerada dentro de las tres más comunes. Ahí es cuando pande el cúnico entre los participantes y comienzan a rafaguear ideas absurdas. Un tacón de madera para calzar el auto; el talachero; aire; que en primera instancia esté ponchada; el número del seguro de Liverpool; una grúa; el alcalde que prometió arreglar todos mis problemas; triángulos reflejantes. Increíblemente de cien latinos ninguno de ellos optó por cualquier de estas opciones. La respuesta correcta era: “un desarmador”. Whaaaat? I mean, whaaaaat? Imagino muchas utilidades de un desarmador, pero para cambiar una llanta como no sea para quitarle los cordones de plástico con los que amarramos los tapones, no le encuentro el cuít.
Al ser espíritus colectivos nos tranquiliza interactuar con otros seres que compartan nuestro modo de pensar, por eso nos resulta aterrador encontrarnos personas que se han salido de los esquemas. Esa ahí donde radica nuestro insuperable divorcio con las clases gobernantes, en que vemos la realidad de formas distintas y lo que es peor, existen algunos especímenes empecinados en demostrar su desértica capacidad mental. Todavía no conozco al ímprobo político que se resista a utilizar la arcaica muletilla “Vamos por buen camino”, que es constantemente modificada con el visto bueno de los asesores de imagen que están todo el bendito día susurrándole al oído al político “Tú de ahí no te salgas, di que vamos bien, vamos bien”. Y qué pasa cuando el pueblo por fin los cacha en la maroma, el consejo de los asesores al político es que diga “Mi vida, no es lo que parece, vamos bien”.
No obstante, de entre el pantano, sobresale, de vez en cuando, con el plumaje manchado uno que otro político que no obstante pertenecer a ese minúsculo porcentaje con el que no nos identificamos, declaran severas sandeces con ganas de acelerar el divorcio. ¿Cómo no sentirse alejado de la clase gobernante? Quede pues, a modo de gran final, el siguiente pensamiento del gran filósofo del Sur, Fernando Ortega, Gobernador de Campeche: “…la pobreza es cuestión de actitud, es pobre quien no trabaja, es mejor pedir a Dios la bendición para el éxito y no utilizar los apoyos oficiales para consumir licor”. Me pasó, a guisa de un aún más grandioso final, lo que a Condorito: ¡Plop!
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