Todo empezó por una llamada que provenía de un número ignorado.

La voz embozada del otro lado de la línea me dijo que tenía una información exclusiva y que se había propuesto dármela para que yo la manejara en mi “gustada columna”.

Quería que nos encontráramos para pasarme una lista. No me lo van a creer, pero me citó a cierta hora de la noche ¡en un estacionamiento! El recuerdo del Watergate gringo, y de los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein se hizo presente de inmediato. Dudé un momento si comentarle que iba a ser necesario que me diera un nombre clave, pero él me allanó el caso cuando me dijo:

—En adelante, me podrá identificar como “Sur Profundo”. Si sabe hablar inglés, lo entenderá…

(Y lo entendí porque pregunté: el informante secreto de los legendarios periodistas del Washington Post se hacía llamar “Garganta Profunda” -Deep Throat en inglés- y su vernáculo émulo adoptó un nombre fonéticamente muy parecido en ese idioma: “¡Deep South!”).

Bueno, para no hacerles largo el cuento, tomé todas las precauciones que pude y me encaminé a ver al desconocido, quien me esperaba en una zona poco alumbrada del estacionamiento de Plaza Ánimas. Llegué, lo hallé, me identifiqué y después de un brevísimo saludo me comentó que tenía la lista definitiva, la buena, la precisa que se estaba manejando en el CEN del PRI, en Gobernación, en la Presidencia, y por ende era la que traían también en el Palacio de Xalapa y en el edificio de Ruiz Cortines.

—Hace unos días leí que usted comentó sobre los que encabezaban las listas, pero me dio pena que no le atinó a ninguno. Por eso quiero darle este documento, que trae los nombres verdaderos de quienes serán ungidos por el partido como los candidatos y las candidatas a las diputaciones federales del año entrante.

Yo le contesté que no había tratado de atinarle a nada, que simplemente había reproducido los nombres que a mi parecer aparecían de manera más consistente en la prensa y sobre todo en las columnas. Le dije también que, sin embargo, le agradecía su gesto hacia mí, y que como reportero que he sido toda mi vida no iba a cometer la imprudencia y/o la insensatez de dejar de recibir una información.

Antes de aceptarle el documento, le aclaré que lo iba a utilizar de acuerdo con mi criterio periodístico, y que incluso acataría en hacerlo público siempre y cuando considerara que tenía algo de validez o de veracidad.

Cuando me entregaba el sobre, escuché un ruido atrás de mí y volteé a ver que era solamente un vehículo que pasaba por ahí, conducido un tanto temerariamente por una señora de edad más o menos avanzada -si es que eso existe-.

Al regresar la vista, mi desconocido informante había desaparecido, tragado por la oscuridad de los rincones y sin hacer ningún ruido. ¿Habría sido un sueño mío, una ilusión?

Lo real es que el sobre existía sin duda, estaba en mi mano, y me dispuse a abrirlo… (continuará).

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