A todo mundo alguna vez nos ha sucedido que queremos comprar algo, metemos la mano al bolsillo y ¡sorpresa!, la cartera no está en su lugar; buscamos en todas las bolsas del pantalón, en la camisa y nada. Nos refugiamos en la esperanza de que la encontraremos en la chamarra, vamos donde dejamos esa prenda de vestir; apresuramos la búsqueda por todos lados y nada.

Tratamos de calmarnos, de tranquilizarnos; hacemos el esfuerzo de recordar dónde usamos la cartera; nos preguntamos, ¿lo hicimos por mostrar alguna credencial, compramos algo?, le damos vuelta a mil por hora al disco duro del cerebro y por más que tratamos de recordar, la idea no llega; poco a poco nos vamos convenciendo que la cartera se nos salió del bolsillo, la olvidamos en alguna parte y como recurso final, pensamos que alguien nos la carranzeó.

Un día, hace ya algunas lunas, el más grande de mis tigrillos, llego a casa con un celular. El que escribe confiesa que no es aficionado a las mejores marcas ni al último grito de la tecnología celulares; con que se pueda recibir, hacer una llamada o enviar un mensaje, con eso es suficiente; no importa que sea pantalla a color, en blanco y negro o digital, que sirva para comunicarnos es suficiente.

Cuando mi hijo me mostró el cel., le dije. Hijo, si se comunica contigo el dueño del aparato, regrésalo, porque es posible que para ti no tenga importancia ese teléfono, pero para el que lo perdió debe ser importante, que te digan dónde y te llevo a entregarlo; de inmediato mi hijo me contestó; papá, con mucho gusto lo entrego a su propietario, pero me han hablado ya en tres ocasiones y me han dicho. ¡Ya sé que tú tienes mi celular hijo de tu ($%&”)!, ¡A sí, eso te dijeron, no lo entregues, así no se pide un favor!

Hace unos seis meses, en mi “Bocho”, acompañado del más chico de mis tigrillos, circulábamos por la calle Santos Degollado; de pronto nos rebasó un chavo con una motocicleta y observamos como de su bolsillo trasero se le salieron algunos objetos. Detuve la marcha del vehículo y recogimos lo que al motociclista se le había caído y de inmediato nos percatamos que eran unas llaves y su cartera.

Continuamos la marcha y le dije a mi hijo, Ojalá alcancemos al muchacho para entregarle sus pertenencias. No había terminado de decirle esas palabras cuando el joven, con dificultad, se orilló y estacionó su vehículo. Caminando en sentido contrario el joven avanzaba y no dejaba de mirar hacia el arroyo de circulación, con la esperanza de localizar lo que se le había caído.

El joven no le interesaba ver que vehículos pasaban, lo que le importaba era ver a lo lejos sus pertenencias. Cuando lo tuve a mi alcance, vamos, que podía escuchar mi voz, le grité; muchacho, miró hacia el bocho y ni mi rostro observó, estiré mi mano, le entregué sus pertenencias y le dije, no guardes nada de valor en los bolsillos traseros, es más fácil que te los roben o como en este caso se salgan y los pierdas.

El joven solo alcanzó a decir gracias, el tránsito por esa calle en esos momentos era intenso y no podía detenerme, así que el afortunado motociclista, no pudo ver quien le había regresado sus pertenencias; lo que si me dio mucho gusto es poder servirle a uno de mis semejantes y sobre todo que sirviera de ejemplo para mi tigrillo, para que él en su vida, le sirva de experiencia, de una buena experiencia y que actúe como su padre alguna vez le enseñó.

Podría hablarle de algunas más bonitas experiencias de esta misma naturaleza, pero no se trata de platicar nuestras virtudes y como siempre lo he dicho, en esto de la tecleada, lo que nos falta es espacio, pero si les quiero decir que en alguna ocasión, cuando mis amigos se han enterado que yo he regresado alguna cartera con tarjetas de crédito y dinero en efectivo, lo menos que me han dicho es que soy un tonto, que para qué regreso la lana.

Lo hago porque así me lo dicta mi conciencia, no hay dinero que sobre, y siempre estamos dándole duro para ganarnos unos pesos, pero en lo personal se, que el dinero que más se disfruta, es el que con el sudor de la frente se gana, rinde más y da más satisfacciones y si se actúa bien, le va a uno bien; siempre les digo a mis tigrillos que actúen bien, que hagan como dice la canción que canta Alberto Cortez, “nunca ofendas a nadie, para que nadie te ofenda”.

Hace unos días, en la calle de Ruiz Cortines, por el Cerro de Macuiltepetl, estacioné mi vocho, cuando ya me retiraba, me subí al vehículo y de pronto en el parabrisas vi una nota; es común encontrar recados y estaba a punto de tirarlo pero algo me hiso leer la nota y así decía.

A quien corresponda: Mi auto estaba estacionado y el freno de mano se rompió, le di un golpe a su defensa. Estoy a la orden, dejo número de Cel.

Me bajé del vehículo, observé el golpe en la defensa delantera, parecía algo sin importancia, pero cuando encendí las farolas, la luz estaba inclinada hacia el piso, poco era lo que alcanzaban a iluminar, ahí me di cuenta del problema. Más tarde me comuniqué al celular que estaba escrito en la nota y una voz joven me respondió.

_Usted es el del vocho

_A sus órdenes… hasta ese momento supe que el joven se llama Pedro y que es abogado.

_Señor, estoy apenado con usted, se me rompió el chicote del freno de mano, me puse nervioso, no pude detener mi vehículo y fue a darle al suyo, estoy dispuesto a pagarle la reparación.

Sin más preguntas, nos pusimos de acuerdo y quedamos que al día siguiente le diría la cantidad a pagar. A la mañana siguiente le hable, le dije de cuánto era el costo y dijo.

_Señor, ¿podríamos dividir los gastos?

Medité por un momento la propuesta y me dije; este señor bien pudo irse y no dejar ni el mensaje y yo tendría que apechugar el costo total, accedí a compartir los gastos, a lo que el joven dijo que más tarde pasaría a pagar. Así sucedió y, más tarde el maestro hojalatero me habló para informarme que ya habían pagado parte de la reparación.

El hecho bien vale la pena comentarlo, “es un garbanzo de a libra”; aunque también me puse a pensar, “Esto no es obra de la casualidad, es la reciprocidad del hacer bien las cosas, de actuar con buena voluntad y sobre todo la bendición del todo poderoso. El joven nunca lo conocí, pero con este texto quiero hacerle un reconocimiento a su honradez, a su responsabilidad; la acción que hizo, espero siempre tenga la voluntad de hacerlo en su vida. Este hecho no nos sorprendería si todos actuáramos con responsabilidad, para que entendamos que es una manifestación de que nos necesitamos unos a otros. Si actuáramos así, dormiríamos mejor. Hasta pronto…Cualquier comentario sobre este honesto texto, favor de enviarlo a valdesnoe@nullhotmail.com