Sócrates afirmó: “Vida que no reflexiona, no vale la pena ser vivida”, HOY debido a la lamentable partida de la estimada Sra. Yuleth Smer de Almaraz, por el cariño que guardo a su familia, este viejo Filósofo reflexiona sobre la muerte. “Todos estamos de visita en este momento y lugar. Sólo estamos de paso. Hemos venido a observar, aprender, crecer, amar… ¡y volver a casa!”1
Cuando un ser querido se va a rendir cuentas al hogar del Padre, rozamos la muerte, eso nos ayuda a cambiar la perspectiva de la transitoriedad de la vida, nos invita a dejar de sufrir y aprender a vivir a plenitud.
La muerte de un ser querido, pone en el mismo plano la experiencia de mi muerte. Para este campesino, sólo vamos de paso, desde el momento en que nacemos… algo de nosotros inicia a morir.
Víctor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, afirmaba: “Las cosas se determinan las unas a las otras, pero el hombre en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser dentro de los límites de sus facultades y de su entorno, lo tiene que hacer por sí mismo.”
El hombre se auto determina en la trascendencia, en base al amor incondicional. En nuestros pueblos se respeta el arribo de la muerte, alabándola mediante la sabia tradición oral, plena de una inigualable cosmogonía, expresada a través de los constructos imaginarios manifiestos en los ritos, mitos, símbolos y sincretismo religioso –que se entretejen entorno a la vida y también de la muerte– ayudando a alivianar el peso y el paso de la muerte.
Tanatológicamente el sincretismo religioso, los ritos, mitos y tradiciones, que le dan identidad y riqueza a una cultura, son simbólicamente protectores para deudos y amigos; son parte integral de una serie de rituales que sirven a los miembros de la comunidad, para expresar el amoroso acompañamiento, la solidaridad, el afecto, la asimilación, despedida y ayudar a sanar y cerrar el proceso de duelo.
Los rituales funerarios en torno a la muerte, reflejan un profundo sincretismo; la muerte como proceso no se concibe de la misma manera por el género humano, hay un profundo contraste entre las grandes ciudades –en las que el valor del tiempo y la economía son preponderantes– y nuestras sociedades tradicionales, en las que todo tiene un sentido tan místico, como sagrado.
Así, la polaridad de vida-muerte, se presenta antagónica entre nuestros pueblos y las grandes ciudades, en estas últimas ha habido un rompimiento, un desapego, un distanciamiento a su cultural original.
En nuestros pueblos el dolor ajeno… ¡Es nuestro, lo sentimos propio!; se vive el momento de la presencia de la muerte –tan misteriosa como sagrada– con una espiritualidad plena, hemos aprendido a respetar la vida en todas las etapas… incluida la final.
Para nosotros el amoroso acompañamiento, parte de un mundo lleno de una inagotable tradición, expresada a través de la práctica y la oralidad; en las sociedades modernas –siempre movidas por la prisa y la economía–, se va olvidando la rica herencia cultural de los abuelos; se autodestruyen con el paso del tiempo.
Hay una plegaria indígena, que por su enseñanza, en este momento invoco:
“No te acerques a mi tumba sollozando. No estoy allí. No duermo ahí. Soy como mil vientos soplando. Soy como un diamante en la nieve, brillando. Soy la luz del sol sobre el grano dorado. Soy la lluvia gentil del otoño esperado. Cuando despiertas en la tranquila mañana, soy la bandada de pájaros que trina. Soy también las estrellas que titilan, mientras cae la noche en tu ventana. Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando. No estoy allí… Yo no morí.” Sólo volví a la casa del PADRE.
Resulta que con motivo de la inseguridad llega un pelotón de soldados al pueblo. El capitán los forma y les dice: –– ¡Firmes…YA!, los que sepan música: un paso al frente.
Siente soldados orgullosamente dan un paso al frente. El capitán les ordena:
–– Váyanse inmediatamente a la estación del ferrocarril… ¡A descargar el piano de mi general!
1. Dicho aborigen australiano/pleno de sabiduría
filosofo2006@prodigy