Las características de nuestro sistema político han permitido una reedición del presidencialismo a ultranza y la resurrección de un acentuado centralismo, las causas de este fenómeno radican en que el PRI nunca se fue del poder, a que prácticamente cogobernó durante los doce años de gobiernos panistas a través de 19 gobiernos estatales, y a una habilidosa gestión de cabildeo político-legislativo en el Congreso de la Unión. Desde la idea de formar la CONAGO, en donde se fraguaron las estrategias para enfrentar al gobierno federal y se tendió la red del poder interactivo para imponer en su agenda los intereses de la mayoría de los gobernadores, priistas y perredistas.
Semejante al fenómeno de regeneración de extremidades en algunos animales, el PRI se dividió en tantas secciones como gobiernos estatales surgidos de sus siglas había, se reunió eventualmente en 2006 para postular a Roberto Madrazo a la presidencia, solo que en esa oportunidad algunas piezas no embonaron por lo que la unificación no fue integral y el resultado fue la derrota en los comicios, otra vez ante el PAN. Aprendida la lección, la reunificación en 2011-2012 fue eficiente y el PRI regresó, completo, a la presidencia de la república con Enrique Peña Nieto a la cabeza.
Muchas son las causas que propiciaron ese retorno: una de ellas fue que el Partido Acción Nacional sufrió serias disonancias a su interior que provocaron divisiones en sus cuadros directivos, adicionalmente intervinieron factores exógenos, muchos de ellos tuvieron origen en la labor de zapa que gobiernos estaduales priistas llevaron a cabo para minar esa oposición. Al debilitar las dirigencias locales del panismo este fue menos competitivo en la contienda electoral.
Por otro lado, al presidente Felipe Calderón se le fueron los hilos de la conducción del PAN, ocasionando que gobierno y partido caminaran por sendas diferentes en una campaña político-electoral que exigía la unión de ambas instancias, el resultado fue la derrota electoral. Ya para los tiempos de la campaña electoral de 2012, Felipe Calderón no tenía todo el poder que se hubiera requerido para convertirse en factor de decisión.
En nuestra forma de gobierno, sobre la que influyen factores históricos, culturales y políticos, el cuarto año de un gobierno programado a seis asemeja una llegada a la cumbre, de corta estadía porque pronto empieza el descenso. La acumulación del poder inicia desde los tiempos de campaña y se va consolidando en mayor o menor medida conforme transcurre el desempeño del ejercicio. Es decir, “el pinche poder” empieza a declinar una vez concluido el cuarto año de ejercicio gubernamental. Obviamente existen variantes, pues gobernantes ha habido que ejercieron el poder hasta el último día de su mandato, a diferencia de quienes por el contrario en seis años no lograron consolidarlo.
Entre los presidentes de la república que alcanzaron un control casi absoluto del poder político hasta los límites de su mandato están Álvaro Obregón (1920-1924), Plutarco Elías Calles (1924-1928), Lázaro Cárdenas (1934-1940), Miguel Alemán (1946-1952), Luis Echeverría (1970-1976) y, en parte, Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). De entre quienes no alcanzaron a terminar con todo el poder en sus manos, el caso clásico es el de Gustavo Díaz Ordaz, a quien el movimiento del 68 le restó impulsos y méritos para cerrar con broche de oro un buen gobierno. A José López Portillo y a Miguel de la Madrid las crisis económicas y las devaluaciones los desgastaron considerablemente antes de finalizar el quinto año de gobierno; a Carlos Salinas de Gortari el movimiento zapatista en Chiapas y la muerte del candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio, le frustraron el sueño transexenal, y a Ernesto Zedillo (1994-2000), la crisis económica y su escasa pericia política aunada a su desinterés por intervenir en asuntos políticos le fue minando el poder, a tal grado que ocasionó una ruptura al interior del PRI que su candidato a la presidencia, Francisco Labastida Ochoa, no logró superar, ocasionando el advenimiento de la alternancia en el año 2000.
La gestión sexenal, combinada con un presidencialismo fuerte condiciona los tiempos sucesorios. En el caso de Peña Nieto es prematuro imaginar el final de su mandato, pero por lo pronto se anotó un buen punto al sentar las bases constitucionales que configurarán un México diferente, y lo pondrían en la cima de la historia si la vigencia de ese nuevo marco normativo produce resultados inmediatos o que al menos se avizoren en lontananza. El anuncio de sus proyectos de obra diseña una infraestructura nueva, pocas veces lograda por gobiernos anteriores, que se hagan realidad es la parte más dificultosa. ¿Podrá Peña Nieto consolidar su paquete de infraestructura?
Existen muchos factores que pueden ocasionar retrasos, la inseguridad es uno de ellos. Pero la parte medular la forman los gobiernos estatales, ¿los gobernadores están a la altura del Proyecto de Peña Nieto? No es dable generalizar, pero hay gobernadores que no vinculan su actuación con el interés social, ya sea porque no pueden o no saben gobernar, o porque, como el de Puebla, privilegia su prematura campaña para la presidencia de la república.
Seguramente desde el altiplano, como desde un otero, ya tienen un diagnóstico preciso sobre cuáles son los gobiernos estatales que pueden apuntalar las obras que se emprendan; para buena o mala fortuna de Peña Nieto no todos tienen el mismo calendario sexenal, unos se irán ya pronto y dejarán espacio para el grupo en el poder, otros llegarán en 2016 para completar un cuadro auténticamente peñista, de cuya trascendencia hablarán los hechos.
alfredobielmav@nullhotmail.com sociedadtrespuntocero.com