Los diferentes niveles de gobierno en México, más organismos autónomos y de representación, consumen buena parte del presupuesto público, dejando una parte pequeña para infraestructura, obras y programas sociales; en gasto corriente, publicidad y excesos de la alta burocracia se gasta la mayor porción de dineros públicos. Todo ese aparato, gigante, medio cumple con sus responsabilidades pero deja mucho que desear en cobertura y eficacia con los ciudadanos, a quienes debe su existencia.
Mal inicia todo si nos atenemos a la calidad de nuestra democracia, precaria y artificial: cara e ineficaz. Tenemos organismos electorales formalmente autónomos pero muy costosos y cuestionados, partidos que poco se preocupan de la gente y reciben toneladas de dinero, votantes escasos y condicionados de mil maneras, elecciones con déficit de libertad y transparencia, etc. Sin mecanismos democráticos de elección de las autoridades y los representantes, sin ejercicio libre del sufragio, sin partidos democráticos y sin derecho a la información es impensable una vida pública normal y armoniosa.
De esa condición vienen muchos de los males que padece México; la ilegalidad generalizada se inspira en el gobierno. Vivimos al filo del peligro en muchos ámbitos, en cuestiones de protección civil, en las carreteras, en seguridad pública y en todo tipo de acechanzas y fraudes del aparato público. El gobierno no alienta la participación ciudadana para no ser vigilado y no rendir cuentas, le conviene el silencio y, en cierta medida, la complicidad por omisión, de la gente. Para los que gobiernan siempre será mejor que nadie los cuestione, eso les garantiza impunidad; para el ciudadano es una catástrofe, solo reciben poses, rollos y migajas de atención y servicios.
Esa es la crisis de México, la principal, la del círculo vicioso, la de los problemas eternos: elites políticas y económicos voraces e insensibles, procurando el cuidado y la ampliación de sus intereses; convirtiendo al Estado en un espacio de su representación casi exclusiva. Los poderosos, los que siempre ganan, utilizan a los gobiernos para sus fines de todos los tamaños; de los partidos en general no se preocupan, los han fundido y utilizan para simular pluralismo y alternancias.
No hablamos de idealismo alguno, lo cual no estaría mal, sino de la urgente necesidad de que los servidores públicos cumplan mínimamente con su función; se trata que, al menos, medio desquiten su sueldo; por supuesto que no se debe omitir que hay salarios ínfimos, que son una invitación cotidiana a la mordida y a «nadar de a muertito». El reclamo principal es para los altos mandos y para los legisladores, para la clase política. La exigencia va hacia los que deberían ser terrenos de la normalidad: policías que te cuiden y no se mezclen con los delincuentes, servidores públicos en general que te sirvan, políticos serios y de ideas que no lucren con tus necesidades y problemas, legisladores que te representen y no estén al servicio del ejecutivo, profesores preparados que te enseñen, médicos que te curen y no zopiloteen tus enfermedades, en fin, gobiernos que gobiernen y lo hagan para todos. Sólo así habrá una vida pública pulcra y con efectos prácticos en las actividades cotidianas de la sociedad.
Sin división de poderes, prensa libre, partidos independientes y diferenciados, sufragio efectivo y sin ejercicio real de los derechos sociales la vida de México seguirá al garete, en la incertidumbre y con frenos y retrocesos. Algo hay de descomposición social, cuando la violencia no se detiene ni tiene para cuando, cuando familias enteras se involucran en secuestros, cuando jóvenes se prestan a delinquir por un celular o por unos pesos. Eso no es normal, no ocurre por generación espontánea, no es hereditario ni mucho menos, tiene explicaciones sociales, políticas y económicas y se da en un contexto determinado. Sin un verdadero estado de derecho, sin acortar en serio la brecha de la desigualdad social, sin democracia y sin información veraz y oportuna, simplemente vamos a seguir hundiéndonos en el fango de la inseguridad, de la falta casi generalizada de acatamiento a la ley, de la desesperanza social y del inmovilismo de la población.
Lo más peligroso radica en esa especie de «vale madrismo», de vida en burbuja, de las elites, que eluden los problemas de fondo, que no manifiestan apertura casi en nada, que refuerzan su control político y económico, que no quieren poner un granito de arena de sus privilegios y que desprecian las críticas. Son tan insensibles, tan irresponsables, que se confían demasiado en su suerte; le jalan los bigotes al tigre. En tanto se abre paso la verdadera democracia, se da su lugar al pueblo por las buenas o por las malas, hay capas de la población tomando ilegalmente bienes públicos o grupos que roban, asaltan y extorsionan alentados por la impunidad, el miedo social y la corrupción gubernamental. Por todo eso el llamado al gobierno de todo nivel es que si no ayuda que no estorbe.
Recadito: asamblea general del Mopi el 5 de octubre: buenas ideas y trabajo.