El próximo domingo 5 de octubre tendrá lugar la elección presidencial de Brasil, en la que participan la presidenta Dilma Rousseff, del Partido del Trabajo (PT), que aspira a reelegirse; Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño (PSB), y Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Las últimas encuestas indican un empate técnico en la jornada del domingo entre Rousseff (66) y Silva (56), que obligaría a una segunda vuelta electoral, el próximo 26 de octubre, donde ganaría, por una pequeña diferencia, la candidata del PSB.
Hasta antes del 13 de agosto pasado, cuando en un trágico accidente perdió la vida Eduardo Campos (49), el candidato presidencial del PSB, todo indicaba que Rousseff se haría de la victoria en la primera vuelta quedando en segundo sitio Neves (54).
El PSB eligió, entonces, a Silva, que en la fórmula con Campos iba de vicepresidente, como su nueva candidata, y el escenario electoral cambió. En pocas semanas empezó a competir con Rousseff y Neves se fue al tercer lugar. A cuatro días de la elección, las cosas no han cambiado.
En estas semanas se ha escrito mucho para tratar de explicar el fenómeno Silva, que en la pasada elección obtuvo 20 millones de votos. Lo que parece más plausible es que ella representa el ideal del cambio que quieren los brasileños tras 12 años del gobierno del PT.
La gestión del PT ha sido exitosa los primeros ocho o nueve años, pero Brasil ha dejado de crecer, producto del agotamiento de su modelo económico, en los últimos tres o cuatro años. A eso hay que añadir que su gestión ha estado marcada por continuos y sonados casos de corrupción en los niveles más altos del gobierno.
Silva es reconocida por su honradez, que despierta la simpatía de muchos, y también por su historia de lucha tenaz por salir de la miseria. Ella aprendió a leer hasta los 16 años. Fue a la universidad donde estudió Historia y trabajó al lado de Chico Méndez, el ecologista asesinado por los grandes madereros.
El discurso de Silva promete el cambio de modelo económico, que implica dejar a un lado la economía cerrada y proteccionista, que ha favorecido a ciertos grupos de la oligarquía, y hace cada vez más inviable el proyecto brasileño centrado en el mercado interno. La gente ya no quiere seguir pagando productos caros y de baja calidad.
La candidatura de Silva despierta entusiasmo entre los jóvenes y mujeres, pero también en sectores del empresariado que quieren cambios, para salir de la crisis en la que se encuentra la economía brasileña. Provoca también esperanza en la clase media emergente, que representa ya 54% de la población. El domingo se sabrá cuál fue la decisión de los brasileños.
Twitter: @RubenAguilar