“Relato de un náufrago.”

Como la mayoría de los grandes escritores Gabriel García Márquez se formó en el periodismo, desde muy joven incursionó cómo reportero y columnista en diferentes medios de comunicación en su natal Colombia. Sin duda alguna, el periodismo ayudó a García Márquez a contar las historias de ese realismo mágico que tanto maravilló al mundo. Pero la característica especial que tiene el libro “Relato de un náufrago” publicado en el año de 1970, consiste en que es una historia periodística real que el escritor colombiano con su privilegiada pluma universalizó y eternizó.
Por lo antes mencionado, previo a la lectura de “Relato de un náufrago” el escritor señala: “El 28 de febrero de 1955 se conoció la historia de que ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la Marina de Guerra de Colombia, habían caído al agua y desaparecido a causa de una tormenta en el mar Caribe. Al cabo de cuatro días se desistió de la búsqueda, y los marineros perdidos fueron declarados oficialmente muertos. Una semana más tarde, sin embargo, uno de ellos apareció moribundo en una playa desierta del norte de Colombia, después de permanecer diez días sin comer ni beber en una balsa a la deriva.”
El náufrago se llamó Luis Alejandro Velasco (murió en el 2003), cuando apareció moribundo en una playa del norte de Colombia y se conoció la noticia de su odisea, Luis Alejandro de inmediato se convirtió en un héroe nacional, apareció en todos los periódicos, en la radio le pagaban fuertes cantidades de dinero por realizar comerciales, daba discursos, se escribían historias de su travesía, pero la realidad es que se contaba de todo, menos la verdad, ¿Cuál era la verdadera historia del naufragio?
La verdadera historia se supo cuando Luis Alejandro Velasco acudió al periódico “El Espectador” donde García Márquez era reportero de planta, lo entrevistó por veinte días en sesiones de seis horas y: “la verdad, nunca publicada hasta entonces, era que la nave dio un bandazo por el viento en la mar gruesa, se soltó la carga mal estibada en cubierta, y los ocho marineros cayeron al mar. Esa revelación implicaba tres faltas enormes: primero, estaba prohibido transportar carga en un destructor; segundo, fue a causa de sobrepeso que la nave no pudo maniobrar para rescatar los náufragos, y tercero, era carga de contrabando: neveras, televisores, lavadoras.”
Cuando empezó a salir la verdadera historia del naufragio la noticia se convirtió en un boom, Colombia vivía bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, pero aunque éste Gobierno controlaba a la mayoría de periódicos, le fue imposible impedir la historia publicada por “El Espectador”. Estas publicaciones en serie, platicadas por el náufrago y escritas por García Márquez en 1955, es la conformación del libro “Relato de un náufrago”.
Leer la historia es un verdadero deleite, García Márquez a través de su bella prosa nos hace viajar y acompañar a Luis Alejandro Velasco en esos diez días inolvidables de su vida. El relato inicia desde el 22 de febrero cuando se anunció el regreso del destructor Caldas a Colombia, el buque había estado ocho meses para ser reparado en Mobile, Alabama, Estados Unidos, mientras el buque era reparado la tripulación recibía cursos y vivían las experiencias que estamos acostumbrados a escuchar, conquistas de novias, borracheras, llantos de despedidas, un director de orquesta les tocaba mambos y tangos pensando que era música colombiana.
“A las tres de la madrugada del 24 de febrero zarpó el A.R.C. Caldas del puerto de Mobile, rumbo a Cartagena. Todos sentíamos la felicidad de regresar a casa. Todos traíamos regalos.” El viaje iba normal, hacia buen tiempo, de pronto el 28 de febrero cuando faltaban aproximadamente dos horas para llegar a Cartagena, Luis Rengifo le preguntó a Luis Alejandro qué hora era, éste le contesto que 11:50 a.m., se vino un fuerte viento acompañado de una ola grande: “Tratando de salir a flote, nadé hacia arriba por espacio de uno, dos, tres segundos, seguía nadando hacia arriba. Me faltaba aire. Me asfixiaba. Traté de agarrarme a la carga, pero ya la carga no estaba allí. Ya no había nada alrededor. Cuando salí a flote no vi en torno a mí nada distinto del mar. Un segundo después, como a cien metros de distancia, el buque surgió de entre las olas, sólo entonces me di cuenta de que había caído al agua.”
El marino Luis Alejandro vio una balsa y nadó hasta llegar a ella, en instantes pudo ver cómo se hundían sus compañeros, a partir de éste momento empieza la odisea de sobrevivir en plena soledad de diez días en el mar sin tomar agua y sin comer. La historia se va platicando día a día, al inicio no se desesperó, tuvo fe que vendrían en poco tiempo a rescatarlo, así llegó la noche, empezaron a pasar los días y sobrevivir era un verdadero milagro.
Como sucede comúnmente en la vida ordinaria, Luis Alejandro se sintió abandonado y olvidado a su suerte: “Después de que me aferré obstinadamente a la esperanza de los aviones. Sólo esa noche decidí que con lo único que contaba para salvarme era con mi voluntad y con los restos de mis fuerzas.”
A pesar de que a veces sentimos que la vida no vale nada, casi siempre terminamos aferrándonos a ella y Luis Alejandro es el mejor ejemplo, porque aunque parezca difícil creer su historia, ésta existió y después de haber vivido en constante peligro contra tiburones, momentos de delirio, desesperación, pérdida de la fe, sufrimiento de hambre, sed, cuando el marino vio tierra firme, sin fuerza alguna, todavía tuvo que nadar dos kilómetros para salvar su vida.
Seguro estoy que al momento de escribir el relato, Gabriel García Márquez se acordó de la enseñanza de uno de sus grandes maestros Ernest Hemingway cuando en “El viejo y el mar” nos enseñó que: “Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido.”

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