¡Qué forma tan terrible de terminar la semana! He visto posturas tan radicales con respecto al trágico evento de los normalistas que me doy cuenta que la intolerancia es la madre de muchas de nuestras desgracias. Algunos comentan que si no se levanta la voz o no se hace un reclamo enérgico, entonces estamos a favor de la represión… qué forma tan simplista de ver las cosas. Yo lo que tengo es que me he quedado mudo; como dijera un buen amigo: “me quedé mudo y sin despegar los labios”.
Lo que se diga en este humilde espacio no sería nada nuevo, muchos de mucha mayor estatura ya lo han expresado y con mejores palabras. Yo lo único que puedo aportar es el llamado a la esperanza, porque como dijeran los clásicos “la esperanza muere a lo último”. Hay que mantener la esperanza de que esos pobres jóvenes aparecerán con vida, pues pese a que hay cadáveres encontrados aún no se puede asegurar sin temor a equivocarse que sean ellos… por lo tanto, hay que esperar a que las pruebas y el tiempo den su veredicto. No soy quién para repartir culpas. No soy nadie para sacar conclusiones. Y no soy tampoco alguien que se derrote habiendo en el horizonte aunque sea un resquicio para la vida. Al principio, honestamente, pensé que algunos de ellos estaban escondidos en sus casas –como al final sucedió con unos cuantos-, llegué a tener la idea de que podrían estar ocultos a propósito para castigar a las autoridades. Ahora, después de ya tantos días, creo que algo grave les debió pasar, pero no quiero arriar las velas todavía, ni sumarme a la fila de decepcionados que ya los dan por muertos. Ojalá no se mal interpreten mis palabras, lo que quiero, lo que deseo, de lo que tengo fe y aún esperanza, es que aparecerán con vida. Tal vez golpeados, zarandeados y muertos de hambre por una atroz desaparición forzosa… pero con vida.
Yo no me uno a las voces que ya exigen una destitución del Presidente de la República, como vocifera cual loco en el desierto Fernández Noroña, esto ha sido un evento local que, sin embargo, refleja como una selfie el débil estado de derecho en el que vivimos en todo el país. El Gobernador de Guerrero es un descarado y el Presidente Municipal en fuga, una ratota con una cola tan larga que por ella lo pescarán. Me indigesta también la idea del fuero. Porque puedo entender que el fuero constitucional en los legisladores es necesario pero hasta ciertos momentos y en ciertas circunstancias. El fuero debe ser una protección para que no puedan ser atacados por lo que dicen en su calidad de legisladores, más no un escudo contra las trapacerías que hace que asesinos y malhechores puedan andar tan campantes. Una cosa debería ser un fuero contra ataques políticos y otro un fuero contra delitos del fuero común. Pero ¿el fuero para presidentes municipales? Eso, señor señora mía, es un abuso.
No sé qué vaya a pasar este fin de semana. Al parecer pasarán muchos días antes que se confirme o elimine la posibilidad de que los cuerpos encontrados en las fosas clandestinas sean o no de esos pobres muchachos, y eso precisamente, la incertidumbre, es lo que seca el pasto y que lo pone a modo para que cualquier cerillo encienda el fuego. Es una pena que México siga así después de tantos años, y lo que está pasando me recuerda un excelente discurso que le escuché al Secretario de Educación, Adolfo Mota Hernández, en sus tiempos de primera juventud. De una forma soberbia se plantó en el auditorio del Congreso del Estado y comenzó con un poema de Octavio Paz:
“Mi abuelo, al tomar el café,
Me hablaba de Juárez y de Porfirio,
Los zuavos y los plateados.
Y el mantel olía a pólvora.
Mi padre, al tomar la copa,
Me hablaba de Zapata y de Villa,
Soto y Gama y los Flores Magón.
Y el mantel olía a pólvora.”
Al final, Adolfo remató con algo de su cosecha y dijo, palabras más, palabras menos que “Han pasado tantos años, y hoy, sentado en la mesa con mis hijos… el mantel sigue oliendo a pólvora”. Que cierto es, pues eso se lo escuché hace ya casi veinte años y el olor a pólvora sigue en los manteles. De eso hablamos en las comidas; en la cena, mientras sopeamos el pan nos quejamos de la represión; nos despertamos y en el desayuno lo primero que recordamos es a esos jóvenes que sólo Dios sabe dónde estarán. ¡Qué lástima! Porque hoy, desafortunadamente, el mantel sigue oliendo a pólvora.
Hasta aquí. Ya es viernes, así que cuídese y pórtese serio.
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