Hoy (ayer) comienza la Serie Mundial 2014 entre los Reales de Kansas City y los Gigantes de San Francisco. Esta final así como que muy emocionante no me lo parece, pero tengo fe en que, como siempre, los astros del béisbol harán valer el mote de ser El Rey de los Deportes y que nos darán, mínimo, cuatro buenos juegos para entretenernos. Tengo que aceptar que estoy haciendo esta columna en Infinitum porque se me hace tarde para verme con mi amigo Jorge Mortera, quien muy solícito me invitó a ver el primer juego de la Serie. Entre ambos tomamos la difícil decisión de si la ocasión era reunión de tornillos o llevábamos a nuestras respectivas tuercas, por lo que después de sesudos análisis de la situación nos inclinamos por reunión de tornillos pues nuestras respectivas ni le entienden al béisbol, y toda vez que esos juegos requieren concentración y amor por el deporte, sería una monserga tener que darles un curso express para que al final sólo terminen fichando y engrosando la, ya de por sí, caudalosa cuenta.
Me apuro, pues ya comenzaron a caerme en la espalda los primeros goterones de ansiedad y retomo mi promesa de ayer. Así que sin más preámbulos aquí tiene usted la “Historia de un tomatito”. Vale aclarar que tampoco es la gran historia (¿Qué tanta emoción puede tener la vida de un tomatito?) y al final todo acabará en que me lo comí, así que como ya le dije el final y no está usted para perder el tiempo leyendo lo que de aquí en adelante no es más que paja, le recomiendo que se brinque hasta el final, créame, más se ha perdido en la SEDARPA y ya ve que Martínez de Leo sigue tan campante. Los sabios y siempre picosos analistas de politicaaldia ya le hicieron su modificación al cuento de Monterroso (cualquiera lo hace, tampoco es gran ciencia) y lo dejaron así: “Y cuando terminó el sexenio, Martínez de Leo seguía allí”.
Ese cuento de Monterroso, por cierto, no todo mundo lo entiende y lo toman a la ligera. Muchos incluso piensan que no es más que una simple ocurrencia en pocas palabras y lo toman con la facilidad de un dicho mexicano, pero en realidad es de una terrible complejidad. Muchas noches me he despertado llorando y empapado de sudor –¡qué lugar tan común!-, okey, no tanto, pero sí me he descubierto cavilando y cabeceando en la madrugada pensando en el ignoto dinosaurio y en el ente que despertó, de quienes caben muchas opciones, piénselo, podría usted pensar en mil situaciones distintas y aun así habría muchas más. Y allí es donde también recae la duda con Martínez de Leo, ¿qué se perdió? ¿De dónde salió? ¿Por qué fue colocado en donde jamás debió colocársele? ¿Por qué sigue allí? ¡Vaya! Un sinfín de opciones igual de intrigantes como las del dinosaurio.
Pero volvamos al otro tema que es menos infrahumano. Le contaba de la historia de un tomatito que terminó en mis cebadas fauces. Hace algunos meses me salió lo campesino y planté en una docena de macetitas, las semillas de unos chiles verdes, tomatitos cherry y otra especie de la cual ya ni me acuerdo. Por ese entonces andaba vuelto loco con la construcción de la Torre Mayor que los albañiles construían en el techo de mi hogar, y así, mi jardín siempre tan verde y limpio se convirtió en amasijo confuso de escombros, plantas de ornato y las dichosas macetitas. Nada sobrevivió pues el polvo que caía como desechos del Popocatépetl cubrió con una delgada capa toda la materia vegetal. Desconsolado por mi fracaso como agricultor subí las macetas al techo y las dejé a su libre albedrío, total, les dije, ya están grandecitas y pueden hacer con su vida un papalote… y así fue, comenzaron a salir unas enormes plantas carnívoras que devoraron el paisaje y las últimas esperanzas de mi corazón agrícola. Eran yerba, vil yerba, pero no tuve ni valor ni ganas de quitarlas pues crecían ávidas y las muy malditas no se secaron pese a que jamás las regué. Ya se imaginará lo que pasó, la vida me ha dado otra oportunidad (a ella deberían encomendarse los campesinos porque si se siguen acercando a la SEDARPA también se van a secar) y en medio de la yerba y las plantas de gruesas espinas, se coló una planta de tomate que me dio un lindo tomatito, hecho una bolita así como Juan de Dios Sánchez Abreu, de un brilloso tono rubí que, aparte de ser completamente orgánico, fue un verdadero luchador, un valiente, un sobreviviente. Estaba tan pequeño que pensé en otorgarle el indulto, pero al siguiente día ya eran tres, y pues como ya eran varios mejor los puse en un delicado platito de talavera y los sazoné con cebolla, limón y sal. Ese tomatito merece todos mis respetos pues luchó en medio de toda una selva lacandona. ¡Ay políticos míos! ¿Cuántos de ustedes tendrán el mismo valor que ese tomatito?
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P.D. Voy Gigantes. Se toman apuestas.