Sin duda que la mente humana no tiene fronteras, su territorio es ilimitado, pero aun así no podremos evocar completamente todo lo que nos ha sucedido, a pesar de todos los esfuerzos que hagamos. Recuerdo a mis inolvidables “Saetas”, equipo de volibol que “armamos” los alumnos de tercer grado grupo “A” de la Escuela Primaria Federal “Pastor Torres” sito en la calle de Hernández y Hernández de la bella “Suiza Veracruzana” como la bautizara el Duque Alexander Von Humboldt. La directora de la institución educativa Profra. Luz María Tenorio Ojeda, contagiada por alumnos y docentes permitió que en su amplia cancha se efectúe un torneo de ese deporte. Con la visión y apoyo del profesor campechano Félix Díaz Melgarejo (+) llegamos a la final contra el poderoso equipo de sexto “A”, después de que ambos derrotamos a los demás grupos y grados. Un final muy disputada, en la cual se ejercía en el reglamente antiguo, que solo era tanto cuando una ganaba el punto en discordia si uno era el que había sacado, si no, era cambio de saque, contienda que fue suspendida por la llegada de la salida de clases, donde triunfamos al otro día de manera muy holgada ¡Fuimos mejores!. Lo anterior originó otra serie de rencillas, ya que todo el universo escolar vió en nuestra demostración de juego una hazaña, no solo por haberle ganado a los cuartos y quintos grados, sino a los chicos grandes de sexto, que trataron de demostrar que ellos eran superiores, no estaban preparados para perder- ahora siento que nadie está preparado para perder algo, y menos a esa edad de doce años-. Nunca he sido llorón ni miedoso, y la sentencia de los integrantes del equipo de sexto grado de vengarse con quien más había disfrutado el triunfo, el capitán del equipo triunfador, nunca me amilanó. Supe defenderme y darle su merecido a estos grandulones, más no de mi mamá, que recibió las quejas de los padres de esos chicos, que cuando me veían, no concebían que sus mayores hijos hayan sucumbido en estos pleitos conmigo, pero mi madre si que me dio buenas “tundas” que aún conservo. Transcurrieron los años en esta escuela, donde tuve la oportunidad de competir en eventos de atletismo que la zona organizaba, pero por falta de recursos y permisos en casa no pude ir a eventos estatales de los cuales me hice merecedor por ganar en zona y región, a mi madre no le interesaba el deporte, me apoyó a los eventos de conocimientos y culturales, de acuerdo a sus posibilidades; más nunca en estos, que veía como “perdedera de tiempo”. Concluí satisfactoriamente mis estudios de instrucción primaria, recibiendo para ello diplomas, reconocimientos y constancias oficiales y de grupos de la sociedad civil como la Resp. Logía Simbólica “Iris de Eyipantla No. 2”, del “Club de Leones de San Andrés” y del Gobierno del Estado de aquella época; “papeles y más papeles, nada de dinero” es lo que escuché en casa; pese a ello guardé evidencias, que a la distancia me hacen revivir cosas que no fueron sueños. Después de las vacaciones, que son muy necesarias, llegó el día de ingresar a la gloriosa escuela secundaria “ Dr. Isaac Ochoterena”, la única en aquel entonces de la Región de “Los Tuxtlas” que recibía alumnos no sólo de este municipio, también de los aledaños como Santiago Tuxtla, Catemaco, Hueyapan de Ocampo, Ángel R. Cabada, Lerdo de Tejada y Saltabarranca. La tradición de la novatada para los hombres era corte de pelo (trasquilar), por los alumnos de los grados superiores, a lo que me opuse con golpes el día que fui a solicitar requisitos de ingreso, que duró hasta el día de la inscripción, donde mi cuñada (Socorro Solís Merlín) me pidió que accediese a ser tusado, con el argumento de que evitase ingresar a esta institución con rencillas con los alumnos de grados superiores. El primer día de clases me di cuenta de la diversidad de niños con los que trataría, desgraciadamente de los egresados de la escuela primaria donde procedía no se inscribió otro en este grupo, recuerdo que solo dos chicas de la escuela anterior prosiguieron en esa época sus estudios de secundaria, pero las niñas tenían un grupo separado. Veía que algunos de mis nuevos compañeros se trataban con familiaridad, procedían de escuelas céntricas de mi ciudad, como eran la “Landero y Coss” y la Experimental “Freinet”, otros menos de los municipios aledaños, así como de las congregaciones más grandes. Con los primeros que hice amistad fue con otros chicos que estaban en similar situación que yo, que provenían de escuelas primarias de la periferia sanandrescana, como las del barrio de San Francisco, Campeche, Belem Grande entre otras, así como de los hijos de los clientes de mi madre, con los que jugaba esos sábados y domingos, así establecí vínculos con los demás. Al igual que los personajes de Dostoievski, a quienes menciono aquí, están vivos y siguen vivos en mí. Quiero decirles que me sentía orgulloso de portar ese uniforme gris de tela de dril, una la tela fuerte de hilo o de algodón crudo, rústico y rígido. La hora de entrada era más temprano que en la primaria, pero cumplía con regularidad. Las rencillas no se hicieron esperar, todos los días un callejón adjunto era el escenario de las pendencias, a las que no fui ajeno, como pocos me conocían creían que podían “agarrar barco” y buen chasco que se llevaban. Grato es recordar a los hermanos Quiala, uno bohemio (Ángel) y el otro parte de los “estudiosos” (Armando) que integraba con Julio César Sosa Miros, Enrique Agustín Cerón Morales, Javier Escalera Leandro y Raúl Cerdán. Otro grupo de los “abusados”, que no demostraban mayor dedicación pero siempre salían bien como Luis Bernardo Enríquez, Luis Toto Pérez, Arturo Tenorio, el “Cuate” Pérez y Rodolfo Soler Valencia, los esforzados como Víctor Ortiz, Roberto Amoroso, Tavo Flores y Bruno Anota, así como los “bohemios” quienes tenían como gusto adicional andar con la guitarra y tras de las chicas guapas, como Salvador Escobar Herviz, Fredy Tellez Hernández y el mismo Ángel Quiala; con todos me unía, pero la libertad que tuve, hizo que anduviese mayormente con éstos últimos y ahora cambiaban mis aventuras de las áreas verdes, en tardeadas, bailes, kermese y serenatas; que terminaban en parrandas y en muchas ocasiones pleitos con otros chicos, ya que teníamos que demostrarles a las bellas nuestra destreza no sólo en el canto, el baile y en el estudio, sino en los golpes, de la que siempre salimos bien librados . Sólo estudié los dos primeros grados de secundaria en esta hermosa institución, pues mi comportamiento en casa “dejó mucho que desear”; enviándome mi madre con mi hermana a estudiar al puerto de Veracruz el tercer año de mi educación secundaria, donde viví otro tipos de experiencias similares, pero que el amor de una chica hizo que olvidara pendencias, diversiones y distracciones, concluyendo mis estudios de secundaria gratamente en el Instituto Hidalgo. alodi_13@nullhotmail.com (continuará).