Con el propósito de obsequiarme un libro, el estimado maestro Miguel Ferrando Valenzuela me hizo saber que Publilio Ciro, poeta latino conocido popularmente por las sentencias que sembraba en boca de sus personajes, escribió una nota que, a juicio del profesor, es toda una enseñanza moral: “quien pierde la confianza, no puede perder más”. Con estas expresiones esperaba mi respuesta a una petición formal que consistía en ingresar al servicio educativo.
El presente consistió en poner en mis manos la quinta edición del libro titulado El Político, que había publicado la colección Austral, Espasa-Calpe Mexicana S. A., y efectivamente, el trabajo literario de José Martínez Ruiz contiene consideraciones sobre la administración pública y su dirección, porque el nacido en Mónovar en 1873 reflexionó con amplitud sobre las características de los hombres públicos. Esta obra es recomendada para quien desee tener conciencia de lo que es un político valioso e integral. La primera condición de un hombre de estado es la fortaleza, razón por la cual su cuerpo debe ser sano y fuerte, y tiene que recibir a personas, escucharlas, conversar con ellas, leer correspondencia, contestarla, practicar la oratoria, valorar el estado administrativo del gobierno y también ser crítico y mañanero.
Azorín, como se le conoce en los medios literarios, perteneció a la generación del ‘98, integrada por Baroja, Valle Inclán y Unamuno, entre otros. Afirma que el hombre social debe saber vestir, tener presentación adecuada ante el pueblo, que no busque elegancia sino estar bien arropado, guardar simplicidad con limpieza. No andar con perfumes y olores para sorprender a las damas, sino ser natural, saber callar y expresar sus juicios con precisión para que los entienda la población.
Un político excelente admira a sus gobernados, aprecia el arte, la música, obviamente la pintura; debe ser prudente en los agasajos y las fiestas, pero compartir con todos sus conocimientos técnicos; en consecuencia, el autor de El Político señala que el ser humano dedicado a la administración y a la atención populares debe conservarse en el fiel de la balanza y preocuparse en serio en no perder el sentido del equilibrio, así como entender que existen leyes, códigos y jurisprudencia en todas las entidades, razones por las cuales precisa cumplir estrictamente con la ley, siendo éste su deber imperioso.
Estadista valioso es el que no está de acuerdo en los elogios que le brindan porque muchos carecen de sinceridad; entiende que es mejor la buena voluntad que la demagogia y, en consecuencia, deja de lado los ditirambos y pondera el amable desdén. Otra de las características más importantes, es que debe tener suerte y catadura para evitar a los galopines, truchimanes y trapisondistas.
Es una exigencia pública el que se conozca a todos los políticos y el pueblo se entere cómo viven, qué negocios tienen, qué hacen y cuáles son sus secretos idas y regresos; el político impedirá la murmuración de quienes lo rodean, con el fin de eludir los malos pasos, por lo que verá cara a cara en una conversación con el parcial suyo de vida sospechosa. Es importante no aceptar las cortesías ni los grandes elogios, porque se sabe que el hombre público debe asistir a banquetes y comidas, así como tiene que hospedarse en provincia o en casas de amigos.
Con base en lo anterior, dice Azorín que ni la contradicción es señal de falsedad, porque todo cambia en la vida y en otro sentido tiene que evitar las vulgaridades y saber charlar sabiamente para destacar entre los hombres modestos y sencillos. Es primordial que visite pueblos del país y platique con los habitantes para recoger sus necesidades y observaciones.
Todo hombre público enfrenta problemas, pero debe contar con la faz serena para que cubra sus dolores íntimos, pondere sus decepciones y esconda sus amarguras.
El político debe servir íntegramente al pueblo.
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