Los hombres resisten a las leyes, pero ceden a los beneficios.
Fedro

Wilhelm Weitling para muchos fue el sastre fundador del comunismo alemán, pensaba que los pobres deberían formar grupos de choque entre los sectores más depauperados de la sociedad (parias y criminales) quienes, al no tener nada que perder y con muchos agravios por cobrar, lucharían intensamente contra la clase propietaria responsable de su condición infrahumana.
Estas huestes de marginales serían la punta de lanza de la revolución social. En ese sentido el fenómeno actual de las recurrentes manifestaciones que se presentan día a día en nuestro país nos hace repensar si el picado de las mismas se conduce conforme a ciertos lineamientos de lucha de clase, sectores o subsectores.
La información para la toma de decisiones en cualquier acción humana es fundamental. Sin duda alguna como ciudadanos parcialmente informados tenemos dos opciones para entender las manifestaciones; la primera que se circunscribe en la idea de una solidaridad ante la falta del esclarecimiento de lo sucedido en Ayotzinapa, y la otra que ante tal movilización social y la promoción en medios alternativos, obedecen a intereses ajenos a la expresión social del sentir.
Sin duda alguna estoy seguro que no existe ciudadano mexicano que no vea con repudio cualquier acto de represión o acto público al margen de la ley, no solo por sus implicaciones a los derechos humanos, sino a la desintegración agregada del tejido social.
Nunca está de más recordar que un Estado fuerte no es necesariamente un Estado autoritario y que sin el primero no es posible edificar un Estado democrático y constitucional.
Un país disperso y polarizado es un país anclado en la involución, el diálogo debe ser el vehículo con el cual avancemos en perspectivas de franca distención. No podemos seguir generando mala imagen; así como el individuo es lo que proyecta, de igual forma así lo es la nación.
Ante lo anterior se presenta la oportunidad de hacer de la ley el viraje que nos reunifique como país, nuestra pluralidad cultural trepa de manera pujante hacia senderos que solo continuarán erosionando la poca tranquilidad aún existente.
Porque sin formas no es posible la convivencia ni el progreso. Sin construir formas, no se puede aprender en la escuela, producir más o vivir mejor; la carencia de formas es falta de madurez en la vida pública de la nación.
Las formas, subraya Salvador Cardús en su libro titulado , constituyen instrumentos de socialización que a su vez son recursos útiles para comunicarse adecuadamente. Como país hace falta mayor respeto, que viene a ser lo mismo que una falta de civilidad.
Y no me refiero con civilidad solo a la ciudadano de piso, sino también y como núcleo al servidor público con la displicencia aplicada en mucho de los casos hacia sus labores cotidianas, o al productor que por tener mayor audiencia sus series de éxito gravitan con respecto a la apología al narco.
Contamos con una sociedad contaminada, que solo ve lo malo y se presenta como escéptica a las –escasas- pero existente posibilidades de progreso, vemos el vaso medio vacío y no medio lleno.
México no va a cambiar con opiniones, sino con los actos y para eso es imprescindible involucrarse actuando de forma perenne en sus posibilidades de transformación, hacer de la congruencia el artefacto que modifique el arquetipo social de un país desgarrado y traicionado por aquellos a los que les dieron lo mejor de sí.
Recordando:
• Todos aquellos que se den tiempo de tomar un texto sobre historia se darán cuentan que la desestabilización es asidero de dictadores en el mejor de los casos.
• Apostar a la destrucción de nuestro sistema democrático, con sus virtudes y defectos, es sin duda una salida falsa al clima de violencias. Francisco Guerrero Aguirre
Twitter: @David_Quitano