Cuentan que recién concluyera su accidentada gestión de gobierno, cuando el ex presidente José López Portillo acudía a algún restaurante los comensales que allí se encontraban “ladraban” en coro obligándolo con escarnio a retirarse del lugar. Si bien está en tela de duda el que tal incidente hubiere acontecido de cualquier forma circulaba como un rumor al que el gobierno de Miguel De la Madrid no le interesaba poner fin, pues convenía a su propuesta de “renovación moral”, que finalmente no removió los sólidos cimientos de la corrupción en el país.
Dicen en el llano que en donde hay tortuga hay lagarto, similar a este fenómeno de la naturaleza en el contexto social la corrupción y la impunidad son fenómenos colaterales, difícilmente se presentan separados, donde incuba una se genera la otra; en México, su divorcio ocasional ha sido posible en los últimos tiempos cuando en una sucesión de poderes el gobierno entrante pertenece a partido diferente del antecesor, entonces, por venganza o por conveniencia política se hace befa de quien se fue, asunto fácil porque en nuestro país es costumbrismo el que quienes se desempeñan en el servicio público se vayan llenos de contento con las manos cargadas de oro. Así, porque su partido perdió la sucesión se conocieron las travesuras de Amalia García, en Zacatecas, de Ulises Ruiz, en Oaxaca, en Michoacán Vallejo, del PRI, reveló los desvíos cometidos en el gobierno perredista antecesor, y lo de Tabasco es tan “grueso” que es inevitable inferir la patología de Granier que lo induce a desviar dinero ajeno a cuentas bancarias personales y familiares. En algún estado vecino de Tabasco se produjo no hace mucho algo similar pero el sucesor es del mismo partido y procedió al “no pasa nada”, al borrón y cuenta nueva, aunque la población está convencida de todo lo contrario, como ya está documentado y tiene registro histórico.
En ese contexto, como el graznar de una rara avis atravesando por terreno cenagoso, se escucha la voz del diputado Ricardo Ahued proponiendo que, al igual que Hacienda audita a los empresarios, de la misma manera debiera revisar las cuentas de los políticos; porque mientras a los empresarios que generan empleos los multa e impone severas sanciones, en la revisión que los órganos de “control” y de “fiscalización” llevan a cabo sobre la aplicación del dinero público no encuentran anomalías, solo faltas administrativas, cuando en la realidad el enriquecimiento de un numeroso sector de la clase política es debido a dinero de procedencia conocida.
Ese es un escenario de rutina en México, enraizado en vicios tan acentuadamente costumbristas que ya dejó de parecer extraño el que un individuo entre al “servicio” público en condiciones de empujar su coche para que camine, vistiendo guayabera de tianguis, con dificultades para pagar la renta de su vivienda, en pocos años salga convertido en un potentado, presto a convertirse en empresario, en contratista de obra pública, en proveedor del gobierno, en buen gourmet o bien ejercitándose en el trapecio político, porque vivir fuera de la nómina ¡nunca! algo así como un sutil lavado de dinero. Además, ¿para qué trabajar si el suelo está bajito y hasta parejo? Lo de “bajito” es porque para ingresar a ese mundo sicodélico no se requiere de muchas luces, la incompetencia se perdona y mediocre o un poquito más arriba es suficiente; lo de “parejo” porque es universal, hay de chile, de dulce y de manteca, como dice el de los tamales en bicicleta.
Pero ¡animo! no todo está perdido, porque el gobierno veracruzano ha iniciado una bizarra campaña contra la corrupción de servidores públicos, y para que no quepa duda ya puso tras las rejas al agente municipal de Morgadal, una aldea de Papantla, acusado de no entregar el sello de la oficina; y para reafirmar que esto va en serio también detuvo a dos ex funcionarios del municipio de Maltrata por incumplimiento de un deber legal. Porque, ¡Oh sí!, en Veracruz el que la hace la paga.
En la república de Paraguay el sastre Roberto Espínola diseñó un traje anticorrupción al que denominó “Traje Ibáñez”, en alusión al diputado José María Ibáñez, acusado de cobrar dinero público a través de sus empleados (lo que en México es lugar común). Dice Espínola que el traje lo bosquejó sin bolsillos en protesta contra la corrupción que hay en el servicio público de su país, porque ya está cansado de que los corruptos se burlen de los ciudadanos. Por otro lado, como el cuento aquel de los ladridos se dice que, semejante a una auténtica muerte civil bochornosa, cuando José María Ibáñez acude a un restaurante los allí presentes comienzan a gritar en coro: “¡Que se vaya, que se vaya”! con el sorprendente resultado de que Ibáñez se ha visto obligado a retirarse del lugar. La indumentaria imaginada por el sastre Ibáñez ha tenido tal éxito que muchos jóvenes de aquel país han formulado pedidos para vestirlo como una señal de protesta ciudadana contra la corrupción. La consecuencia: el diputado Ibáñez ha pedido un permiso para ausentarse del cargo por 50 días, y sin goce de sueldo.
Aunque en Veracruz la lucidez jarocha ilumina conciencias previsoras para crear antídotos, al grado de inducir a establecer restaurantes para evitar lo que sucede a Ibáñez, este caso, que no es cuento porque lo viven en la realidad Paraguaya, debiera ser fijado como paradigma a seguir en nuestra sociedad; sólo que, hecho en México, el Traje Ibáñez sería una utopía, pero se vale soñar.
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