Por Ramón Durón Ruiz

Rabindranath Tagore afirmó: “Tengo mi propia versión del optimismo. Si no puedo cruzar una puerta, cruzaré otra o haré otra puerta. Algo maravilloso vendrá…”
Sé, bien que sé, que para usted querido lector y para mí, en el año que está por nacer… ¡algo maravilloso vendrá! Pero antes de que llegue, al estar por concluir el 2014, este viejo Filósofo, desea agradecer con amor, a mi Padre DIOS todas las bendiciones que durante el presente año me regaló, algunas llegaron disfrazadas de tropiezos y dolor, otras de éxitos y felicidad… ¡todas dejaron una profunda enseñanza!
Hay una lección que he aprendido y que es el hilo conductor del éxito: la prosperidad y la felicidad, es muy sencillo, se simplifica en saber que algo maravilloso vendrá y en aprender a ser agradecido.
Cuando cultivas el arte de ser optimista, entiendes que nada llega por casualidad, lo bueno siempre es atraído con el poder de un espíritu positivo, que si lo unes al don de saber ser agradecido, es cuando llega el equilibrio, la abundancia y tu espacio vital se plenifica.
Tu vida toma sentido cuando eres optimista y aprendes a dar las gracias. Daniel Defoe sentenció: “Todo nuestro descontento, por aquello de lo que carecemos, procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”
Y a un paso de que concluya el 2014, ¿qué es lo que tienes?: salud, vida, amor, familia, amigos, techo, pan… tienes la bendición de un día más, que le fue negado a otros más ricos, más sabios, más poderosos, más guapos que tú.
Si estas con vida, es muy claro que tienes un propósito; lleno de optimismo ve a su encuentro y da las gracias por un año más de vida.
La palabra gracias, está plena de la magia del amor; si la ley de la gravedad atrae todo al centro de la Tierra, la ley de la gratitud atrae todo al centro de tu alma, cubriéndote con un maravilloso resplandor que le da más vida a tu vida; haciendo crecer tus actividades diarias.
HOY, este viejo Filósofo te invita a que agradezcas al Padre; yo lo hago a mi manera:
¡Gracias Padre! por enseñarme que el amor incondicional es el camino a la felicidad;
¡Gracias!, por enseñarme que el ego es incapaz de dar, y que el amor todo lo comparte en humildad;
¡Gracias!, por instruirme, que un abrazo dado con la fuerza del amor… es la mejor medicina;
¡Gracias!, por enseñarme a escuchar la sabiduría del corazón, se que ahí vive mi maestro interior;
¡Gracias!, por reemplazar los miedos con la fuerza de la fe, la esperanza, el optimismo y la confianza;
¡Gracias!, por regalarme la elocuencia del silencio, que acalla mi incesante diálogo interno;
¡Gracias!, por darme momentos de soledad, para encontrarme conmigo mismo;
¡Gracias!, por “guiarme por mi intuición y no por mi razón, mucho menos por mi interpretación”;
¡Gracias!, por ayudarme a no torturarme por aquello que no depende de mí;
¡Gracias!, por alinear mi mente, cuerpo y alma con el universo, a través de la oración;
¡Gracias!, por instruirme que “el perdón es dos veces bendito, bendice al que lo da y al que lo recibe”;
¡Gracias!, por guiarme a encontrar mi oficio de vida;
¡Gracias!, por enseñarme con la enfermedad, el valor de la vida y con la adversidad, el secreto del éxito;
¡Gracias!, por iluminarme a no llorar por el ayer, ni irritarme por el futuro, sólo vivir el HOY plenamente;
¡Gracias!, por bendecir a quienes me hacen el favor de publicarme, leerme y a toda su hermosa familia;
¡Gracias!, por darme la oportunidad de volver a empezar un año más a tu lado, lleno de amor y humor.
A propósito, “tres hijos platicaban de los regalos que habían hecho en Navidad a su Mamá:
El primero dijo: — Le construí una casa enorme.
El segundo dijo: — Yo le mandé un carro de lujo.
El tercero dijo: — Ustedes saben cuánto disfruta mamá leer la Biblia, y saben que no puede ver muy bien. Le mandé un cotorro que conoce de principio a fin la Biblia. Mamá sólo nombra el personaje o el capítulo y el cotorro, lo recita.
Pronto, la mamá envió sus cartas dando las gracias a sus hijos.
Escribió al primero: — ¡Hijo, muchas gracias!, la casa que regalaste es muy grande, sólo necesito un cuarto… pero tengo que limpiar toda la casa.
Escribió al segundo: — ¡Hijo, muchas gracias!, pero estoy vieja para aprender a manejar tan lujoso carro, además me quedo en casa todo el tiempo, así es que no lo uso.
Al tercer hijo escribió: — ¡Muchas gracias hijo!, fuiste el único que tuvo el sentido común, de saber lo que le gusta a tu mamá… ¡EL POLLO ESTABA A TODA MADRE!”
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