¡Ay Gamboa Pascoe, ay Gamboa Pascoe, qué grande eres, vos!, pero ¿para qué, para qué, para qué?, ojalá no vaya ser de sal o de marfil porque a las primeras se puede romper o derrumbar, qué persistencia, carajo, ¿no sabemos si sea el temor al olvido, a la caducidad que no perdona, el culto a la personalidad o será la vanidad?, lo que sea, pero es un exceso propio de narciso inaceptable de un monolito fosilizado del siglo XX en estos días del siglo XXI. Ojalá a don Joacho no le vaya a pasar como a las estatuas de Sadam Hussein en Irak, o a las de Stalin o Lenin en la Rusia de hoy, ya nadie las quiere ver de pie, no han resistido el paso del tiempo, el tiempo no perdona.