Como actor nos deleitaba su histrionismo, verlo actuar era como un flashback, como un regreso al expresionismo alemán, exagerado como un Klaus Kinski en Nosferatu, sacando los ojos y agrandando la boca para enfatizar sus gesticulaciones. Lo recordamos en Chinatown al lado de la hermosísima, en aquellos años, Faye Dunaway, o todavía más atrás en Easy Rider con los incombustibles de Peter Fonda y el grandioso de Dennis Hooper, pero no fue hasta Atrapados sin salida, en un papel como escrito especialmente para él, para esa personalidad tan desajenada que tuvo su epítome en el Batman de Tim Burton (1989) en su memorable papel del Guasón, pero a donde de veras nos apantalló fue en El cartero llama dos veces con la hermosisima Jessica Lange, perdonen ustedes pero esa escena de la mesa de la cocina, no tiene nombre, cimbra al más centrado y ecuánime, qué 50 sombras de Grey y ni qué nada, esa escena era erotismo puro, sin olvidar El resplandor, por supuesto, en donde se volvió a interpretar a sí mismo. Creíamos que era indestructible hasta que el Alzheimer lo consumió y nos privó de ver en la pantalla al loco más delirante y amado de todos los tiempos. Ya nunca volveremos a ver su sonrisa demoniaca sobre una pantalla.