Hay mucha indignación moral en el escenario público. Es una buena nueva. Sin ese resorte nada se puede cambiar.
José Woldenberg
La calidad política que se desarrolla en un país, determina la funcionalidad activa de la economía; hoy ambos aspectos en México no se atienden, generando como resultado un latente desánimo participativo por parte de la sociedad mexicana.
Esto, a partir de que el deterioro de las instituciones tanto formales como informales que le dan tonelaje a la vida de un territorio, no resuelve las necesidades de quienes solventan la soberanía a través del sufragio efectivo.
Pippa Norris, de la Universidad Harvard, ha llamado a toda esta atmósfera el déficit democrático, mismo que define como la brecha que separa las aspiraciones públicas de los ciudadanos del desempeño de las instituciones de la democracia.
Si a ello le sumamos un cúmulo de eslogan que no dicen mucho, aunada a la oscura trayectoria de muchos candidatos, tenemos como resultado un desánimo y una cerrazón por parte de quienes pueden trasladarlos a través de sus votos a un posicionamiento representativo.
Hoy nuestra democracia parece que no encuentra instrumentos que presenten alternativas reales de castigo al lóbrego político y al incongruente.
En algún momento se pensó que votar en contra del partido oficial era una manera de equilibrar las cosas, otra era anular el voto, y por último votar por el menos malo.
Ese abanico de “posibilidades”, ya hoy causa postración y es manantial de escepticismo. Sin duda, para nada es positivo el hecho de que la participación política sea escasa, pues de esta forma se generan dos cuestiones regresivas para el Estado.
En primera el deterioro de las instituciones se acrecenta y por tanto la funcionalidad de la economía se contrae, y el bolsillo nos duele; la segunda es que el vínculo hipotético entre candidato y votante es menor al carecer de representatividad.
Los estudios de opinión sobre los políticos muestran datos tajantes, el repudio a estos es hoy una realidad incuestionable; pero sin duda la psique ciudadana lo que en realidad refleja es que el modelo de elección democrática no funge como herramienta de avance.
Este desprestigio ahuyenta a muchos jóvenes que, en otras condiciones, querrían seguir una carrera política bajo un ideal, hoy los que se suman son mercenarios en su mayoría, o en el mejor de los casos encuentran un empleo temporal.
El trabajo político debe ser una vocación fundada en el perfil y en la determinación en pos de la mejora social.
El desinterés, es una de las manifestaciones de la brecha que cada día nos aleja más de la promesa, al mismo tiempo que profundiza el descontento.
La indignación ha sacudido el ambiente y expresa un hartazgo saludable ante prácticas que desgastan la de por sí contrahecha convivencia nacional.
Soledad Loeza en su artículo “El descontento y la promesa” reflexiona ¿Cuántas veces no hemos escuchado en relación con México la frase que se utilizó para describir la delicada situación de la República de Weimar: «Una democracia sin demócratas»? Porque no culpamos sólo a los gobernantes, sino que también nos vamos en contra de los ciudadanos.
Recordando:
• La calidad de nuestros políticos es el espejo de los liderazgos sociales, del actuar del ciudadano, de la dinámica diaria.
• Desgraciadamente en México muy pocas cosas se hacen por voluntad y con gusto, la coercitividad apremiante se vuelve el tamiz conciliador.