—¿Se acuerda que la otra vez le conté que soy marchista profesional? —nuestro personaje, vestimenta de campesino, mirada pícara, hombre feliz, se ha salido de la manifestación y se acercó a platicar conmigo, apenas me reconoció—. Pues ahora soy un marchista profesional con mucho éxito. Viera cómo hemos tenido llamados a marchas, concentraciones, plantones, toma de edificios y carreteras. Benditas campañas, que nos arriman un montón de chamba.
—Entonces, ¿ya no está con los bailadores desnudistas? Entendí que le pagaban muy bien por la exclusividad.
—De pagar, sí pagan bien, pero era unos cuantos días cada dos, tres meses, y en esta temporada tenemos trabajo todos los días, entre que vamos en favor de un candidato, en contra de otro, y entre que vamos a presionar al Palacio de Gobierno o a delegaciones o a municipios. Súmele usted, es menos lo que ganamos con éstos por día, pero como vamos todos los días, pues se hace una buena cantidad. Ya le compré zapatos nuevos a los niños y el domingo pasado me llevé a la familia entera a la playa, con todo y abuelita.
Juan Pueblo -así me ha confesado que se llama- voltea a mirar hacia la marcha, y ve con gusto que se ha detenido para gritar consignas frente un edificio (“Prensa vendida, cuéntanos bien”, “No que no, sí que sí, ya volvimos a salir”) lo que le da gusto porque tiene tiempo de seguir platicando conmigo.
—Lo que sí ha estado difícil es el tiempo, que no nos deja en paz. Viera usted que en plena primavera sigue haciendo frío, y han caído unos aguaceros que parece que estamos en junio. El otro día llegamos todos caladitos a la casa, y tuve que llevar a la niña más pequeña al doctor, porque le dio una tos que no la dejaba dormir a ella, ni a nosotros. Lo bueno es que tuve dinero para el doctor y para la medicina. Ahorita ya está bien. Mírela qué sana se ve.
El contingente ha dejado de gritar y reanuda la marcha, con lo que Juan se dispone a reintegrarse. Pero antes le pregunto por las campañas en sí, si ha participado en ellas, si apoya a algún partido político.
—¿A uno? ¡Qué va! Nosotros apoyamos a todos. Un día, nos dejamos saludar por la candidata del PRI. Luego acompañamos al del PT que cómo nos hizo reír porque cuenta unos cuentos muy buenos. Más después nos contrataron para una manifestación en favor de los panistas. Hasta un candidato ciudadano nos tiene apalabrados para que vayamos con él a votar el día de la elección… y ahí sí que vamos a hacer valer nuestro voto. Mire, en la casa tenemos credencial del IFE mis suegros, mi mamá, la abuelita -a la que vamos a tener que llevar cargando, pero mejor porque así no haremos cola-, mi mujer y los dos hijos mayores. Son siete votos muy buenos, que yo creo que podremos cobrar a razón de mil pesos cada uno. ¿Se imagina?
¡Le digo que las elecciones son la gloria!
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