La difusión de una conversación telefónica de Lorenzo Córdova, presidente del INE, donde ridiculiza a unos representantes indígenas, actualiza el cada ves más importante debate sobre las características culturales de nuestras élites. Por su encargo y por sus antecedentes académicos ha resultado más sobresaliente el escándalo de este funcionario electoral. Evidentemente hay una intencionalidad política en este acto ilegal y bochornoso, por medio del cual se le estarían enviando advertencias o presiones por sus posturas o como escarmiento para el resto de consejeros. No se debe obviar el carácter ilegal y fascista de las grabaciones pero también tener clara la forma de pensar de gente como Córdova que, al parecer, está más extendida de lo que uno pudiera pensar.
No hace mucho la opinión pública se deleitó con el morbo generado por llamadas telefónicas en las que aparecían de manera estelar figuras como el Secretario de Comunicaciones, la diputada Carpinteiro, y el periodista Pedro Ferriz, entre otros; en todas el hilo conductor era el uso de un lenguaje entre juvenil y vulgar, en exceso. No podía dejar de llamar la atención la ligereza y lo corriente de personajes adultos y con un rol de responsabilidades públicas, que uno imagina con suficiente educación como para hablar correctamente en cualquier ámbito. Desde luego los involucrados han apelado a la ilegalidad del registro y al carácter privado de sus conversaciones; siendo cierto eso, tampoco se puede omitir el nivel superfluo mostrado por esos funcionarios.
En su vida fácil, tanto en ámbitos privados como públicos, estos personajes dan cuerpo hasta elevaciones de consideración a los rasgos más cuestionables de nuestra sociedad: machismo, racismo, homofobia, clasismo y otros tipos de discriminación. Sólo desde la hipocresía se puede sostener que tales características sociales no existen o están superados. Son tan fuertes y se estimulan en el dúopolio televisivo que atraviesan horizontal y verticalmente a nuestra sociedad. Ahí tenemos un producto directo de la bien llamada caja idiota (TV) que cotidianamente alimenta nuestros prejuicios e ignorancia para regodearse con puras frivolidades. Ese nivel mostrado por personajes que han tenido muchas oportunidades de estudio, incluso en afamadas universidades del extranjero, explica muchos de nuestros atrasos en ambiente social y en participación ciudadana.
El caso de Córdova, hijo del distinguido Arnaldo, ha resultado particularmente decepcionante por sus antecedentes académicos y democráticos. La mayoría de los otros, los escandalosos, son del montón, no acreditan una trayectoria donde destaquen por su tolerancia; pero Córdova no es ignorante, cualidad general de los que usan palabras de moda, por lo tanto se puede pensar que es un funcionario superfluo, mimetizado con un entorno simulador y en postura de acelerar el inmovilismo disfrazado. Lo que agrava las expresiones de Córdova es su burla al origen étnico de esas personas.
Las llamadas de Córdova alertan sobre el nivel de nuestras elites, más incultas y menos democráticas. Más allá del trasfondo de la llamada está un comportamiento ostentoso, influyente en su contexto y retador de todo orden legal. No hay demasiadas sorpresas, salvo el supuesto nivel intelectual de Córdova, y los preparativos finales del caso hasta encontrarle una salida con poco gasto político; así son, incluyendo imitadores, creen ser como elegidos y nos miran por encima del hombro. Ya habrá oportunidad de recibirlos en alguna campaña, no sólo electoral.
Esas élites, no todas con méritos, han sido nocivas para quienes anhelamos una vida democrática; son ambiciosas, individualistas y corruptoras. En ellas estaría depositada la confianza de millones de Mexicanos, que las ven como ejemplos, las siguen y terminan desalentadas; merecen un futuro mejor. Córdova debe irse, debe ser pionero de una conducta oficial distinta, no tradicional, y dar espacio a gente más sería, comprometida y eficaz. Si Córdova renunciara estaría inaugurando un estilo digno y consecuente en el gobierno; es tan necesario para oxigenar a la política y recuperar la confianza de la ciudadanía.
Es oportuno señalar que la ubicación social privilegiada de las elites no se traduce en liderazgo social, que ese papel se gana; haber recibido herencias materiales te hace rico pero no te da cultura por definición ni te hace relevante socialmente. La crisis del país, generalizada, la decadencia política y social, mucho tiene que ver con elites ignorantes, frívolas, antidemocráticas y excluyentes. El caso mexicano incluye lugares como Xalapa, donde los acomodados solo ven por lo suyo, omitiendo cualquier tipo de compromiso social. Mientras las elites no asuman un papel más social poco contribuirán para una vida pública más sana, pacifica, productiva y normal.
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Recadito: Hay que votar, también botar y hacerlo en absoluta libertad.