URIEL FLORES AGUAYO

Es difícil localizar obra y perfiles democratiza-dores en el Gobierno estatal y en la mayoría de los Ayuntamientos, aunque algo debe haber pero en minoría; es evidente su comportamiento de control y reproducción facciosa (partidista) del poder, de dicho y acción. Más o menos hacen lo tradicional, lo que siempre se ha hecho en Veracruz, de las pocas entidades donde no ha habido alternancia en el Gobierno estatal. Salvo algunos destellos en su primer sexenio – de dos-, a casi once años de tener el poder político no dan muestras de interés democratizador, evidenciando un ejercicio inercial y de grupo del poder: el poder por el poder, cueste lo que cueste y en sentido contrario a las tendencias del mundo y la juventud. Deben ser muy difíciles de localizar los indicadores que muestren avances sociales, materiales y políticos en Veracruz, como resultado de los gobiernos fieles y prósperos. A su partidismo añaden con severidad un afán casi exclusivo de mantener el control gubernamental y legislativo, sin reparar en costos productivos y de seguridad. Lo manifiesta con absoluta claridad la manipulación casi irracional de los calendarios electorales y los periodos de gobiernos estatal y municipal. Su presencia es de poca ayuda para la población.

Apenas terminando las elecciones federales más recientes el grupo oficial de poder veracruzano hizo sus cuentas y arrancó su estrategia para la renovación de la gubernatura, la de los dos años; tal vez todavía mantenga ciertos niveles de ambigüedad en la definición de su abanderado, que puede ser un externo súper maniatado o uno propio con todos los riesgos del mundo, pero en lo demás es suficientemente obvia su movilización en pos de las elecciones del 2016. Una de sus primeras acciones fue poner a trabajar en territorio a los presidentes municipales de los distritos perdidos por el PRI, ahora los podemos ver para arriba y abajo, tratando de recuperar aliento y pagando su cuota perdedora. En seguida operaron cambios en el partido oficial para preparar el terreno en general, con acento en la zona conurbada Veracruz- Boca del Río, donde los resultados para el PRI fueron un desastre. Están tomando varias medidas administrativas y legislativas para sacudirse acusaciones y ganar cierta popularidad, en esa dirección va la caza de «charalitos» y los ajustes a la venta de alcohol; el mismo sentido tienen las reuniones del ejecutivo con los periodistas. No debe perderse de vista, como parte novedosa de la estrategia mencionada, el auspicio de candidaturas seudo independientes que distraigan y confundan.

Es claro, por lo tanto, que nuestra élite política oficial se encamina a una dura y riesgosa guerra electoral; que lo hará sola o en alianza con otros grupos. Cualquier resultado, por optimista que les sea, implicará una disminución drástica de su poder. Su disyuntiva es sencilla: comparte el poder o lo entrega, que puede ser a sus aliados o a sus enemigos. Es de obviedad que el actual gobierno estatal llega muy desgastado al sexto año, con poca fuerza y casi solo administrando su ejercicio de poder. Lo peor que le puede pasar es no aprender de las alternancias, no sentir el ánimo ciudadano, creerse muy listos, pensar que son infalibles y eternos; eso seria su suicidio. Concluyen de forma difícil pero pacíficamente o de manera complicada y violenta. Dudo que entreguen sin más el control, no veo que entiendan de cambios; van a intentar mantenerlo hasta el final; en esa decisión estarían cometiendo un gravísimo error. Sería muy sano para nuestra vida pública que se impusieran voces sensatas, políticos de altura y visión de Estado a la hora de tomar sus acuerdos definitivos.

Observo un escenario de polarización en la disputa por la gubernatura, donde los ejes serán el PAN y el PRI. Solo una ruptura en el PRI movería ese seguro escenario de dos coaliciones en choque de trenes. Va a operar el voto duro tricolor y el voto útil opositor. No veo una tercera opción, salvo la de la ruptura oficial; ni los seudo independientes o los partidos satélites serán importantes. No hay certeza de mayoría para el PRI, no tiene condiciones de asegurar nada a nadie; dese la nominación de su candidato a gobernador puede iniciar su debacle; también tiene el riesgo de perder la mayoría en el Congreso. El PRI se dirige a un referéndum de doce años, con todos sus errores, desaciertos, escándalos, incumplimientos, pendientes y deudas. Nada fácil le será superar ese desafío, casi es imposible que lo logre. Así será, con la ayuda o no de los partidos paleros. De la oposición real de izquierda, MORENA, se esperaría una valoración que privilegie lo local sobre lo nacional; ojala no se equivoquen en su análisis, porque pueden irse a la marginalidad. La verdad es que las siglas partidarias van a pasar a un muy marginal papel en la próxima elección veracruzana.

Recadito: Segunda etapa de firmas contra el gasoducto.