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México atraviesa por una etapa de devaluación, quizás una de las más grandes de la historia, y no solamente de forma económica. La pérdida de valor es generalizada. Ha perdido su valor el peso, la vida misma, la justicia y la confianza en los demás.
La semana pasada el dólar se vendía hasta en 16.11 pesos, esto se debe no sólo a la restauración de la economía estadounidense sino también a la caída de precios del petróleo y falta de inversiones, entre otras. Lo preocupante es la desigualdad creciente, en un país con 122 millones de habitantes, el 43% de la riqueza del país se concentra tan sólo en un millón de ellos.
Lo anterior deriva en dos cuestiones de igual consternación: Una parte de la sociedad que no tiene lo indispensable para vivir dignamente, cuyo índice de desarrollo humano es casi inexistente y con apenas un salario deben lidiar con inflaciones y constantes alzas de precios. Personas con estas carencias son las que se ven dispuestas a hacer lo que sea con tal de sobrevivir. Y en más de una ocasión no falta quien se aprovecha y ofrece dinero a cambio de la dignidad de quienes en busca de sustento aceptan cualquier trato.
En la otra cara de la moneda está un sector más reducido de la población, los que pertenecen a un mirreynato y que por tenerlo todo han quedado con un gran vacío. Un pequeño sector que inicia el día con fotos frente al espejo y que aun teniendo alimentos de sobra prefieren sustituirlos por agua para ser capaces de realizar retos como el #BellyButtonChallenge (reto del ombligo) o #CollarBone (reto de la clavícula) que básicamente promueven una delgadez insana.
Unos podrían matar para sobrevivir, otros se matan a sí mismos con tal de pertenecer y mientras tanto vivimos una profunda crisis, que se ha generalizado en temas como la seguridad, los valores, la economía y los derechos humanos, es preocupante que todos sean capaces de seguir campañas virales que ponen en riesgo la salud, pero no tienen interés en la situación del país.
Es indispensable que los ciudadanos empiecen a formar parte de la toma de decisiones, que no esperemos siempre que sea el gobierno quien resuelva todo. Que así como somos capaces de cambiar una imagen de Facebook por una de colores en favor de una ley aprobada en otro país (que días antes se aprobó en México y nadie dijo nada) seamos capaces de alzar la voz ante injusticias y no sólo porque se vuelvan hashtags virales, sino porque de verdad nos informamos y nos preocupa. No esperemos a que alguien más nos insulte para mostrar nuestro orgullo por México, ni esperemos matanzas sin esclarecer para abogar por los derechos humanos. Generemos pequeños cambios todos los días.