Bajo una tenaz y consistente capita de polvo. Así vivimos. Por eso es que las pobres afanadoras o afanadores domésticos no terminan, nomás le pasas el trapito al mueble, te volteas a tomarte un agua de horchata con piloncillo y zúcutu… ahí está otra vez la capita de polvo. El trabajo doméstico es un cuento de nunca acabar, como la carrera a intervalos de la liebre y la tortuga (les iba a explicar el concepto griego pero mejor otro día, ya ve que luego me disipo).

Leí hace no mucho tiempo, en una de esas tardes de lectura que necesito hojear algo para agarrar sueñito, una propuesta legislativa que en principio no sonaba mal. Cierto diputado local tuvo a bien considerar que ya era momento que las trabajadoras domésticas tuvieran un sueldo estandarizado y que se les ofrecieran todas las prestaciones de ley. Magnífico, pensé y casi brinco en mi reposet al unitime, con eso se les daría certeza, pero luego, asentándoseme un poco la emoción comencé a pensar…

“Los hombres desde que conquistaron la posición de privilegio a garrotazo limpio y comenzaron a limitar sus actividades a cazar y sembrar, hicieron cuentas, y el homo erectus se convirtió en ese preciso instante en homo sapiens (dícese que el Astralopithecus africanos pudo burlar miles de años de evolución de haberlo pensado también), cuando consideró que era muchísimo más fácil andar haciendo la guerra, cazando megareptiles a pedradas o tigres dientes de sable a mano limpia, que quedarse a limpiar la cueva y a criar los niños.

“Los hombres desde entonces repartieron sus horas y sus días; cazaban un mamut y se hacían mensos deambulando por las planicies, esperando el anochecer recostados en los prados sacándose la carnita de las comisuras maxilares con astillas de los huesos de animales. Ya entrada la noche ponían cara de cansados y regresaban a sus cuevas a aguantar la retahíla de quejas de las señoras: que el niño ya se comió una iguana; que mira el tiradero que tienen; que ya volvieron a pintar caballitos en la pared; y sobre todo que se la pasaron todo el día trajinando y ni siquiera las sacan el miércoles a ver la Vía Láctea (desde entonces era al dos por uno). Aquellos inmemoriales tiempos marcaron el inicio de la ya tan traída queja de las féminas “limpiar la casa también es trabajo… y ni nos pagan”.

Cualquiera que con espíritu científico le haya dicho algún día a su mujer “Tú descansa, no te muevas, hoy yo limpio y cocino”, habrá entendido que el polvo es una fuerza cósmica imparable, la partícula primigenia del caos, indisoluble en cloro, omnipresente y eterna.

Todo eso me pasó por la mente entre que medio brinqué en el reposet y que me volví a sentar, y Wait a minute muchachito, si estandarizas los pagos, entonces las señoras podrán hacer su pliego petitorio y en una de esas hasta sindicato. Por lavar los trastes, 20 pesos; por tender la cama, 10 pesos; por lavar la ropa en lavadora, 8 pesos el kilo; por lavar calzones a mano, 30 pesos el kilo; si los calzones traen canela, se aplican restricciones… y así, hasta hacer una lista interminable. Pero más allá de eso, ya veo a las y los trabajadores domésticos haciéndola de tos en cada casa, pues no sé si el cobro sería estandarizado por metro cuadrado, por piso, por acabados, por capacidades o por la agilidad, porque hay unos y unas bastante truchas pero hay otros que primero hay que capacitar.

Doña Lupe se fue, junto con la mitad de los xalapeños, de vacaciones, y no sabe cómo la extraño pues la señora Karla en franca sintonía con la ausencia de Lupe, también decidió que era momento que yo dejara de estar de haragán y me dedicara por unos días a limpiar y a lavar los trastes. Agarré la labor con valor, y comencé por la mesita de centro. Llego a la conclusión, después de limpiar la mesita de centro y tomarme una horchata, que el polvo es eterno, inmutable, e inamovible. Renuncio. Mejor espero a que vuelva doña Lupe.

Tome nota: ese diputado no creo que haya sabido lo que propuso.

atticusslicona@nullgmail.com

@atticuss1910