¿Qué es lo peor o, como dicen, qué es lo menos peor, la exclusión, la pobreza, la discriminación o la violación a los derechos? ¿O lo padecemos todo junto, mezclado, batido en una licuadora de dientes de odio filosos? No veo por dónde estará el camino, pero en lo que sí estoy convencido es que hay que seguir buscando, “ir, permanecer en ese verbo”, o como escribió Jorge Luis Borges, “busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar”. Drástico o no, poético o no, amoroso o no, utópico o no… Ustedes me entienden.
El 9 de agosto pasado fue el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, con el lema de garantizar su salud y el bienestar. El mismísimo presidente Enrique Peña Nieto dicen que dijo que México es uno de los países con mayor riqueza cultural del mundo, cuenta con 68 pueblos indígenas; la población indígena representa el 10 por ciento de la población total de México, es decir, uno de cada 10 mexicanos tiene raíces indígenas.
Luego señaló que más del 70% de la población indígena presentan pobreza, por lo que destacó los programas que el Gobierno de la República ha puesto en marcha en favor de los pueblos originarios, como son: la Cruzada Nacional contra el Hambre, de infraestructura básica y la Reforma Educativa, que apoya a más de 75 mil niñas, niños y jóvenes indígenas. (Excélsior/10-08-15). Datos y más datos, acciones y más acciones, programas y más programas, más de lo mismo. Y veo que la situación sigue igual o peor. ¿A qué se deberá?
Dicen que hay en México 15 millones de indígenas, principalmente en Yucatán, Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Puebla; trabajan 49.3% (población mayor de 12 años): por su cuenta, el 38.7%; empleados u obreros, 29.1%; jornaleros o peones 17.1%.
Ahí están las cifras, pero parece que la realidad es otra. Cada día la población, indígena o no, está más jodida. ¿Alguien lo niega? Escuché por ahí una plática donde afirmaban que un empresario buena gente había manifestado su deseo de cambiar realmente al país, pero por unos dólares más. Qué chistecito, pero ¿acaso no está pasando?
Hace unos días asistí a la boda de un gran amigo en San Felipe Orizatlán, Hidalgo. El viaje fue en autobús; al regreso de San Felipe a Huejutla me encontré con Alberto, joven de 22 años, indígena bilingüe: español y náhuatl. En la conversación rápida y de mucho brinco por el camión “totolero”, Alberto me dijo que la vida es muy difícil, pero trabaja y estudia para salir adelante, sin olvidar a su tierra de la huasteca. Que no le da vergüenza ser “matancero”, “estudio agronomía y deseo cumplir mi carrera y tener un futuro, aunque la pobreza algunas veces lastime”. Se bajó del camión sin darme tiempo de decirle mi nombre, pero vi que era feliz, aun en las adversidades.
De cinismo y anexas
Leo en El Universal, de fecha 11 de agosto de 2015, que en el municipio minero de Mazapil, Zacatecas, “se encuentran los más grandes yacimientos de oro del continente americano, sin embargo, 72.7% de su población vive en condiciones de pobreza. Se trata del segundo municipio más grande de México por sus 13 mil kilómetros cuadrados de extensión territorial (representa 36% de la superficie del estado y es equivalente a cinco veces el estado de Aguascalientes), pero en su cabecera municipal apenas hay mil 500 pobladores”. ¿Sólo pasa en México?
Por lo pronto, ahí se ven.