Con un saludo a mi amigo Dr. Ricardo García Guzmán.
Por Ramón Durón Ruiz

«Cierto día que el Papa Juan Pablo II celebraba audiencias en una de las salas del Vaticano, recibió al gran Rabino del Estado de Israel, Meir Lau, una de las más altas autoridades religiosas del judaísmo. El encuentro se llevó a cabo en el más cálido ambiente de fraternidad que dio margen al siguiente relato anecdótico.
El líder religioso judío refirió al Santo Padre un hecho acaecido hace muchas décadas en un pueblo del norte de Europa. Le cuenta que, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, una mujer católica se dirigió al párroco del pueblo para hacerle una consulta.
Su esposo y ella tenían el gusto de mantener bajo su custodia, desde el inicio de la guerra, a un pequeño niño judío que le habían encomendado sus padres, poco antes de ser enviados a un campo de concentración.
Los padres del menor, desaparecidos en el infausto y aciago infierno de la aniquilación y extermino judío por parte de los nazis, habían previsto para él un futuro en la tierras de Israel, soñaban con ello.
La mujer, que se encontraba ante un conflicto espiritual profundo, solicitaba del joven sacerdote católico un consejo. Deseaba hacer realidad los sueños de los padres del niño y al mismo tiempo, amorosamente anhelaba quedarse con él y bautizarlo.
El joven párroco una vez que hubo escuchado el tema, le dio una comprensiva respuesta:
— Tu deber es sólo uno: ¡Respeta la voluntad de los padres!
El niño judío fue enviado al entonces naciente Estado de Israel, donde se educó y creció. La anécdota resultó demasiada interesante para Juan Pablo II, pero pasó a ser conmovedora cuando el gran Rabino añadió:
— Usted, eminencia, era ese joven párroco católico y el niño huérfano… ¡¡Era yo!!”1
La moraleja es profunda “en la vida no hay casualidades, lo que según nosotros se presenta como azar surge de las fuentes más profundas del universo” y siempre llega para nuestro bien.
Lo que si hay es una causalidad, la ley de la “Causalidad” –no tiene nada de extraordinario– nos dice que la acción, los pensamientos y la energía que se genera en torno nuestro cuando somos pequeños o que generemos cuando tenemos conciencia, regresarán a nosotros en igual intensidad con la que sean enviados, porque somos causa y efecto de nuestra vida.
Los sabios afirman que “las almas no se cruzan en el camino por casualidad” sino por una razón superior que a veces desconocemos; todo forma parte del camino de tu vida, cada ser llega con una lección, con una enseñanza, dejándonos su aroma y llevándose algo del nuestro.
Eso que el hombre llama casualidad, no existe, lo que si hay es un plan superior que estructurado matemáticamente desde el cielo, es portador de lo mejor para nuestra vida, aunque a veces nuestra razón no lo conciba, el corazón si lo interpreta y lo que es mejor… ¡lo entiende!
La “casualidad” siempre va al encuentro del hombre que descubre lo bello del paisaje del camino, aquel que trabaja con pasión, que lucha con fe, que tiene un sueño, aquel que sabe a dónde va, sirviendo con amor incondicional, sin esperar nada a cambio.
Claro que no es casualidad que encontremos lo que buscamos, Voltaire afirmó: “Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido.” Y es ese efecto desconocido el que nos dice que nuestra vida tiene un propósito superior, sólo requerimos creer en nosotros mismos.
El estado de necesidad, hace que el ser humano busque lo que desea, y es Bíblico: “El que busca… encuentra”, cuando el hombre va apasionadamente en la búsqueda de sus sueños, se encuentra con el éxito, con la prosperidad, con la abundancia y la armonía, porque la “causalidad” hace que la fuerza de su voluntad, se una a un poder superior, que conduce al encuentro con lo que recalcitrantemente se desea.
Para el viejo Filósofo una cosa queda muy clara, todo lo que ocurre en nuestra vida es producto de la causa-efecto de la Ley de la “Causalidad”, que nos susurra al oído: “Más allá de los confines de la tierra, donde la noche termina y el día empieza; donde se divorcian horizonte e infinito, una voz celestial me susurró: el cielo y el infierno están en tu interior” y no son producto de la casualidad… sino de una “causalidad” que está llena de encantos, esa que hace que el Filósofo de Güémez afirme:
“El Vaticano es como la reforma Agraria… en 50 años ha producido cinco Papas”
1 http://www.reinadelcielo.org/el-papa-y-el-rabino/
filosofoguemez@nullprodigy.net.mx