Las transformaciones políticas y económicas que resonaron en Latinoamérica en los años posteriores a la caída de los regímenes autoritarios (entre la década de los 40 a fines de los 90, aproximadamente), enmarcado por el ciclo de reformas neoliberales y su posterior crisis, se convirtieron en motores que impulsaron cambios en los patrones de interacción y comportamiento en la sociedad, así como en sus expectativas y actitudes favoreciendo el ascenso de las nuevas izquierdas en Latinoamérica. Esto impactó en las tendencias ideológicas y programáticas de la mayoría de sus gobiernos y partidos, estableciéndose cambios en las acciones y reacciones, fueran poder nacional o en su caso oposición, adoptando una posición más flexible para no convertirse en paralizadoras del desarrollo.
Lo acontecido en los regímenes de izquierda en América Latina, de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, nos llevan a adentrarnos en el debate de, si éstos se manejan aun con los mismos ideales de sus orígenes, dado que se percibe que han ido adecuando algunos sus modelos económicos, frente a las diversas circunstancias que enfrentan pero conservando ciertas características originales: su carácter marcadamente regional, antiimperialista y de defensa de la democracia. Es decir, las bases ideológicas se conservan, pero abonadas con ingredientes nuevos, en virtud de los cambios en los modelos económicos y políticos mundiales que les ha obligado a dar un giro de 90 y 180º, moderando sus posicionamientos, fortaleciendo la democracia representativa, logrando negociaciones con otras fuerzas políticas internas y externas, pensando en el fortalecimiento de sus economías.
Como sostiene Carlos Vilas: “El eje de las propuestas de reforma de la izquierda de nuestros días se orienta mayoritariamente a dotar a la democracia representativa de eficacia política, para convertir en acciones de gobierno las aspiraciones populares y de gran parte de las clases medias a una más satisfactoria calidad de vida –combate a la pobreza, morigeración…–(moderación en las costumbres y estilo de vida)–…, de la desigualdad social, empleo, salud, seguridad y educación para todos, una más justa distribución de los esfuerzos y los beneficios, para tener una mejor inserción en los escenarios de la globalización”. (Vilas, 2005:88)
O como dijera Paula Korol Ribles : “hay una cuestión central y que no puede dejarse de lado cuando analizamos estos procesos, y, es, que nos hallamos entrampados dentro de un modelo capitalista –(o neocapitalista), el paréntesis es mío–, que más allá de las críticas que puedan hacérsele, tiene la capacidad de, a través de sus sucesivas crisis, resurgir y adaptarse a nuevas condiciones”. Es decir, el modelo capitalista es un mal necesario ineludible e insoslayable.
Por lo tanto al estar inmersas las naciones, se quiera o no, guste o no, dentro de los flujos del mercado y de los capitales, la izquierda en el mundo ha tenido que ir corrigiendo o adaptando su discurso y actuación para no paralizar el desarrollo de las naciones donde han sido poder y adoptando una actuación más responsable y propositiva. Y esto lo hicieron las naciones que se percataron, que no era lo mismo ser crítico del gobierno cuando se está frente al mismo, que cuando se llega al poder y se tiene que dar respuesta a quienes lo demanda. Y que no es lo mismo ser rebelde y demandante cuando se es oposición, a ser tolerante frente a la rebeldía cuando se está en el gobierno.
Porque en los casos de los países que llegaron como demócratas al poder y terminaron abusando del mismo al convertirse en centralistas, autoritarios y generadores de dependencia social hacia el gobierno y al no cambiar su visión de desarrollo, hoy están padeciendo una severa crisis en su interior, tanto social como económica, porque no cambiaron su actitud y se empecinaron a defender sus ideas personales, perdiendo mucho tiempo para aceptar que el mundo está globalizado, y que lo que suceda en el norte o sur del planeta, impacta tanto en norte , oriente y occidente.
De ahí que hoy tengamos gobiernos de izquierda que han cambiado su tesitura para poder protegerse y en este sentido, la bibliografía de referencia (Lánzaro, 2006), Natanson, (2008) establece una clasificación que distingue los casos de las izquierdas en Latinoamérica, quedando entonces: a) “radicalizados o populistas” (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador), b) “moderados o progresistas”, (Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay) y c) “conservadores” (Chile, Perú, Colombia).
a) La izquierda populista y radicalizada, sigue igual en Latinoamérica, continúa captando las demandas que han sido desoídas por largo tiempo por el gobierno y las lleva al extremo, convirtiéndolas en crítica destructiva y poco propositiva. En esa posición beligerante se identifican los ciudadanos enardecidos que tienen sed de venganza hacia el sistema. Dichas izquierdas, caen en el populismo como el peor de los males, porque prevalecen en ella, los liderazgos “carismático-mesiánicos”, pero a la vez despóticos, inconscientes e irresponsables, porque delìnean un modelo de país de fantasía, –ajustado a una visión fuera de la realidad–, donde las normas se ajustan a la medida de los gobernantes y no se respetan las demás posiciones sociales, económicas o políticas de una nación y por ende propician la desarticulación con los sectores , tanto dentro de un país como con los otros países del mundo.
Por eso las naciones que han optado por la izquierda radical, en la que se insertan figuras presidenciales fuertes como Evo Morales, Rafael Correa y en su momento Hugo Chaves — hoy con su mala copia: Nicolás Maduro–, se les considera los casos más emblemáticos por cómo, en función de una ideología y posición personal, han ido expropiando empresas estatales privadas o extranjeras—lo que otrora generara empleo en sus países–, que defienden un fuerte discurso antiimperialista, particularmente de descalificación al rol de EEUU en la economía mundial, impulsando mecanismos de Cooperación interestatal. Lo grave es, que su posición extrema –en donde un solo hombre es el dueño del gobierno y del partido–, los ha llevado a desligarse del concierto internacional, quedando aislados de los cambios y por ende estancados en su crecimiento. Países en donde hoy sus habitantes están sumidos en la más severa carestía y reclaman un cambio de fondo en su sistema político, pero en donde los reclamos encuentran como respuesta la represión.
En esta clasificación puede quedar el caso Cuba en los inicios de su lucha revolucionaria, pero que hoy — pese haber sufrido el aislamiento económico por muchas décadas y haber propiciado la dependencia social hacia el gobierno, mismo al que ya no le alcanza lo que tiene para satisfacer a sus habitantes–, hoy desea romper esa parálisis interna y externa para abrirse y ampliar su vínculo con los EEUU, restableciendo sus relaciones, cambiando hacia un modelo de izquierda más flexible que le garantice su sobrevivencia. Y ahí es cuando se dice que un país puede pasar de la izquierda radical, a la otra clasificación: la izquierda “modera o progresista”.
b) Los gobiernos de izquierda “moderada o progresista”, marca su diferencia en principio en sus reformas gubernamentales y en sus políticas económicas, que serían no tan contradictorias con un modelo imperante, sino que recogen también en su interior demandas de amplios sectores de la sociedad. Se les identifica principalmente con un modelo progresista, que, si bien ha introducido cambios sustanciales, expropiaciones en algunos casos, políticas destinadas a la ayuda social, redistribución de la riqueza, no han cuestionado de raíz al modelo imperante y sí han fortalecido sus acuerdos con capitales extranjeros, e incluso en países como Argentina, Brasil, y Paraguay, se han abierto a la libre empresa vinculada a los agronegocios, que juegan un rol importante en las economías locales, pese a las críticas que reciben por parte de Movimientos Sociales, ONGs, entre otros. Es decir, enfocan mayormente su atencion en las políticas que conllevan una fuerte impronta social.
c) Por otra parte la izquierda conservadora, donde se pueden ubicar los países como Colombia, Chile, Perú, sus políticas no decantan en general en un ciclo de reformas, que evidencien una ruptura o un cuestionamiento al menos del modelo neoliberal, o hacia las imposiciones de distintos mecanismos de financiamiento internacional, sin embargo no pierden sus valores: la defensa de la democracia, la integración regional, la negociación y sobre todo, el desarrollo sostenido. La izquierda conservadora se ha llegado a comparar con las posiciones de centro-izquierda. Su propio sistema marca la diferencia pues el desarrollo en estas naciones, es mucho más alto, en comparación con las otras.
Pero ¿cuál es el rasgo que sí poseen las izquierdas: progresista y conservadora y que no posee la radical o populista? sin duda la madurez en la forma de gobernar, porque sus liderazgos provienen en algunos casos de partidos políticos tradicionales, que, han establecido vínculos con diferentes grupos o partidos políticos, o han logrado la creación de nuevos partidos . Es decir, buscan las alianzas, la negociación y el consenso para acceder al poder y pueden lograr gobiernos plurales, en su caso, para poder gobernar democráticamente, lo que hace no casarse con una sola posición ideológica. Pero eso sólo se puede lograr, cuando se llega a un grado óptimo de madurez y consciencia política.
Luego entonces, lo que está sucediendo en las izquierdas en Latinoamérica, invita a reflexionar el caso México. Especialmente porque hay un sector de la sociedad que piensa que la izquierda radical es la opción “más segura”, para gobernar nuestra nación, lo que los estudiosos del tema lo ubican en un espejismo.
El caso México– donde sus gobiernos nacionales han fluctuado entre las tendencias de centro-izquierda (PRI) y la derecha (PAN)–, la izquierda no ha podido aun convencer a toda una nación, por una simple razón: su tendencia hacia el radicalismo y la confrontación, que genera desconfianza en la sociedad y en las fuerzas económicas y políticas más fuertes del país.
Hoy, la actual división de la izquierda mexicana, permite ya identificar lo que desde ahora se podría percibir como la izquierda radical, representada por el partido “Morena”, y la izquierda moderada por el Partido de la Revolución Democrática, con sus alianzas con otros partidos con la misma tendencia.
Pero el problema de la izquierda radical o lopezobradorista, está en que no ha cambiado ni cambiará su posición, su tendencia impositiva, donde abunda la intolerancia, la inconsciencia y la irresponsabilidad al dibujar un país en el que sólo se perciben problemas—desconociendo avances históricos y actuales–, con pocas propuestas de solución. Una izquierda extrema, se vuele peligrosa y no convincente, cuando demuestra su resistencia para acatar la normas, esperando poder llegar al poder para crear las propias a medida de un solo dueño o líder; cuando no le interesa manejarse en el respeto, orden o compromiso asociativo, porque no cree en las instituciones. Sin embargo, hay que reconocer que el discurso que maneja: anti-gobierno, anticapitalismo, anticorrupción, etc., le permite ganar adeptos y que se identifiquen con ella quienes se encuentran en el hartazgo o la frustración—en especial los jóvenes—que son los que aspiran a un cambio. Y esos grupos pueden hacerla crecer, cómo ya ha sucedido en algunos lugares en donde se castiga al partido en el gobierno y se toma como alternativa.
Pero, ¿sería la izquierda radical una buena opción para gobernar un país como el nuestro? Pues eso invita a valorar y medir las consecuencias de ésta en donde ha sido gobierno. La experiencia de Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, etc., nos debe servir a los mexicanos para mirarnos en ese espejo, y tomar consciencia de nuestro futuro, para cuidarnos de los gobiernos radicales que sólo llevan a las crisis extremas, al aislamiento y al subdesarrollo en todos los niveles y sectores de una nación.
Pero también es cierto que la sociedad mexicana desea un cambio de fondo en sus gobiernos y en la política —fuera de modelos ideológicos o decálogos políticos–. La sociedad hoy vota por los partidos o las opciones ciudadanas que le convencen en los hechos; elige alternativas en donde se percibe la acción demandante, pero también la respuesta a las necesidades más sentidas de la sociedad; opta por ciudadanos que garanticen gobiernos pulcros que hagan resurgir el respeto y la credibilidad hacia los mismos. Eso es lo único que desea la sociedad…y quien lo avale, tendrá su confianza.
Gracias y hasta la próxima