Para mi tía Rosa

La rivera del río de las mariposas ha dado frutos del trópico, exuberantes y exóticos, de igual forma han brotado en esas hermosas tierras hombres y mujeres con gran talento a lo largo de la historia de nuestro estado, una de las más destacadas del siglo XIX es sin duda Josefa Murillo Carlín que vino al mundo a regocijar con su canto poético el espíritu de varias generaciones, deleite de muchos incluido el presidente Don Benito Juárez, así como de Amado Nervo, sólo por mencionar algunos.

Nació el 20 de febrero de 1860 en la calle del Río esquina con el “callejón” hoy llamados Miguel Z. Cházaro y Josefa Murillo respectivamente. Fue la segunda hija de ocho descendientes de los esposos, el doctor Mariano Murillo y doña Manuela Carlín, su primera enseñanza la recibió de sus tías maternas las señoritas Cruz y Laura ambas maestras de la escuela para niñas de la localidad; enferma de asma desde muy pequeña se ausentaba por largos periodos de la escuela, pero nunca perdió el interés por la enseñanza y prueba de ello es su aprendizaje autodidacta del inglés, francés y latín aprendidos de los libros que se encontraban en la biblioteca de su padre quien la orientó en todo momento a pesar de no haber cursado estudios significativos.

Era tanta su ilusión por aprender que llegó a sus oídos una conversación en donde el presidente de la República Benito Juárez apoyaba a cuantos desearan estudiar, motivada por ello a su corta edad le escribió una carta cuando contaba con apenas 10 años de edad, comentándole a su hermana que si era favorecida se escaparía de su casa en barco de Tlacotalpan a Veracruz y después se trasladaría a México para estudiar en la capital Ciencias y Letras, la carta finalmente fue encontrada por sus tías que la hicieron desistir de su osada idea a la pequeña Josefa.

Al poco tiempo sorprendió a su círculo familiar debido a su facilidad para versificar, ya a los quince años compone sus primeros versos inspirada en el fallecimiento de una amiguita suya despertando en su corazón un profundo dolor que supo plasmar convirtiéndola desde ese momento en una gran poetisa cantando al río, a las aves, al viento, a la naturaleza toda, inspirada en la exuberante belleza del Papaloapan, sus creaciones brotaban con un impacto directo, espontaneo, sencillo pero elegante sin rebuscamientos como un don divino, pintando su tierra con bellas palabras. Otros poemas los hizo jocosos, satíricos, los empezó a firmar con el seudónimo de Xóchitl.

La musa de la perla del Papaloapan fue una mujer sencilla que igual trato ofrecía al rico que al pobre, abnegada y hogareña. Pepilla como le decían sus padres y hermanos conversaba con los trabajadores de su familia venidos de la zona de Oaxaca y gracias a su inteligencia aprende el zapoteco.

Enamorada de Lorenzo de la Fuente, profesando ambos un amor que corría por la rivera del río, entre la fecunda vegetación y el candente sol, con la anuencia familiar, se desarrollaba como un hermoso cuento romántico del trópico pero el destino quiso que esa ilusión se desvaneciera ya que pronto llegó la fatalidad al contraer su amado la llamada “fiebre perniciosa” que lo condujo a un fatal destino, esos tristes acontecimientos quedaron plasmados en la tristeza de su poesía.

Pasado el tiempo y después de padecer una penosa enfermedad hepática decae, su hermana Luz se encarga de sus cuidados y ve con tristeza extinguirse poco a poco la vida de Josefa, que el 1º de septiembre de 1898 a la una de la mañana su vida se apaga.

El también tlacotalpeño escritor y periodista Cayetano Rodríguez Beltrán le hizo un merecido homenaje, ofreciendo un libro en donde amigos y escritores le dedicaron unas palabras a tan sentido fallecimiento, en él aparecen poemas y prosas de Justo Sierra, Amado Nervo, Rafael Delgado y Enrique González Llorca, entre muchos otros.
“Tocan a gloria y se abren ante nuestro espíritu atribulado las puertas cinceladas de la inmortalidad ”: Cayetano Rodríguez Beltrán. Palabras expresadas en su homenaje póstumo.

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