No tengo dudas de la importancia y necesidad de las teorías del poder político para explicarse las coyunturas gubernamentales, como tampoco que, de los libros a la realidad, hay una enorme distancia. Pensemos en México, para cuestionarnos sobre el sistema político imperante; pensemos en Veracruz, experiencia cercana, para darnos una idea sobre la democracia en tiempo real y en forma concreta.
Al final, la obra de los gobernantes y el funcionamiento de las instituciones se verán determinados por los intereses particulares de sus operadores, lo que se conoce como el estilo personal de gobernar, su capacidad, su voluntad y su calidad humana. En un segundo plano, a veces sin tomar en cuenta para nada, se apelará a la ideología, a algún programa de gobierno, a la buena fe y a los derechos de los ciudadanos.
Tengo la impresión que, en su mayoría, los gobernantes no QUIEREN hacer las cosas bien, que tienen otros planes, que su papel privilegia el interés particular y la administración del cargo, con visión burocrática y absolutamente lejana del interés general. Como no quieren servir y resolver, se la pasan simulando y enredando los problemas. Con esa actitud se convierten en un embudo y en un estorbo. La carencia de prácticas democráticas ha venido disminuyendo la calidad y eficacia de los políticos, desplazando el estudio, la honestidad y los méritos como escalera de ascenso.
Como NO QUIEREN hacer las cosas bien, tampoco PUEDEN; también creo que, en muchos casos, aunque quisieran no podrían. Pero lo fundamental, la clave de nuestro caos público, radica en que NO QUIEREN, en que el sistema se armó para la simulación, asignándoles un papel formal e intrascendente. Visto el sistema ineficaz y sin representación, las voluntades individuales, que las hay, no tienen las condiciones para incidir positivamente, teniendo que alinearse en las inercias. Al final, las conductas de los gobernantes son reproducción de las anteriores y reflejo para su entorno.
Es impresionante el grado de inutilidad del aparato público en su conjunto, consumiendo los recursos de la sociedad sin corresponderle con acciones y obras. Resulta espectacular que los representantes populares casi únicamente se representen así mismos. Sin gobierno la sociedad cae en ingobernabilidad, reflejándose en todo. Sin un buen ejemplo de los funcionarios los ciudadanos caen en apatía, imitan las malas prácticas y boicotean silenciosamente al gobierno. De esas acciones omisas y rebeldes de los ciudadanos se pueden ver en las obligaciones fiscales, en incumplimientos reglamentarios, en omisión de denuncia, en destrucción de bienes públicos, etc.
En la falta de voluntad política, es decir, asumir compromiso solemne de cumplir con las leyes en línea del interés general, se encuentra la actitud de NO QUERER hacer bien las obligaciones. Abstenerse de hacer y cumplir responsablemente puede significar un agravio social y afectaciones a los ciudadanos, en mayor o menor grado. Hay áreas públicas donde ese tipo de conductas tan generalizadas pueden significar la diferencia entre vivir o morir, como ocurre en la actividad policial, lo que debería llamarse seguridad pública. Hay serias y fundadas dudas sobre la transparencia, eficacia, pulcritud y profesionalismo de los cuerpos policiales; se duda que no sepan de la existencia de grupos delictivos, que no puedan prevenir la comisión de actos criminales y que no puedan darnos la tranquilidad a que tenemos derecho. Si NO QUIEREN estamos mal, pero si NO PUEDEN estamos peor.
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Recadito: Seguimos construyendo ciudadanía en Xalapa