Lo que hay que ver no necesariamente lo pasan en la televisión muchachito, me decía siempre muy serio mi difunto tío Totolón. Que no sé por qué me tomaba de encargo a mí cada vez que iba a casa de los abuelos pues no iba a verlo a él, pero desde que me veía llegar le daba un sorbo a su botella de Magno y una mordida al bolillo del día que mascaba hasta convertirlo en líquido que se paseaba entre los dientes. Sé que le imagen visual no es agradable, pero tenga compasión de este su columnista de cabecera y de mi altísimo grado de concentración ocupado en hacer como que le ponía atención. Ya sabe, esa maldita buena educación que me inculcaron me impedía la descortesía. Lo que hay que ver, decía con la boca blanca y bebiendo más brandy, está en la calle, lo único que hay que hacer es caminar con los ojos abiertos.

A mi corta edad eso se me hacía una perfecta idiotez, pues era obvio que para andar en la calle debe uno ir con los ojos abiertos, pero yo callaba, estoico el niño, sólo me imaginaba estar en un lugar feliz mientras él seguía contándome una de vaqueros y la masilla blanca se le escurría y le moteaba la barba. Estos niños de ahora son unos imbéciles, le gritaba a quien quería escuchar y se iba tosiendo y escupiendo el piso cuando veía que yo ya no me aguantaba la risa. Era una especie de esgrima que teníamos y que duró por años hasta que él tuvo la descortesía de estirar la patita y como burla final me heredó un cajón lleno de revistas del Libro Vaquero.

Ahora, con el tiempo y la distancia, me doy cuenta de que tan idiotas no eran las cosas que decía, pues realmente vamos por la calle y no siempre vamos observando, podemos ir viendo pero no observando. Le cuento a quien hasta aquí todavía sigue conmigo -porque no dudo que les haya dado asquito imaginarse los dientes decadentes de un viejo, llenos de bolillo diluido con ron que bien podrían pasar por el putridarium de Guanajuato (¡uuyyy qué fresas!)-, les cuento pues, que cada vez que puedo intento realizar ese ejercicio visual que tanto alimenta el alma. Veo con ojos renovados mi espacio, los caminos que recorro día con día al trabajo, las calles que me sé de memoria, las banquetas cuarteadas y las calles pulidas, y las descubro nuevas, las descubro hermosas y las descubro sorprendentes.

Ayer vi en el rellano de las escaleras de una casa a una señora con un morral, vendía seguramente picadas y tortillas porque le rebosaban la bolsa, habrá tenido unos 70 u 80 años, canosa, piel arrugada y un vestido muy sencillo con delantal. Habrán sido las seis de la tarde y ella, en el quicio de una puerta ajena, dormía sentada. Me dio tristeza pero seguí adelante. Metros más adelante otra señora, un poco más joven pero de una condición económica similar, estaba sentada en la banqueta y había puesto en el piso una mesita de madera de unos treinta centímetros de altura. Vendía rábanos y nopales, y su mirada no era de una persona aburrida, era de una persona desamparada, una tristeza profunda se observaba en sus ojos opacos y sin brillo.

Casas después, un joven grande y gordo tenía prendido del cuello a otro más joven y con uniforme escolar, le pegaba en la espalda y la gente se paraba a ver. Yo, por puro oficio periodístico (¿Chismoso? ¡No! Curiosidad científica) me detuve a ver lo que pasaba. Al que le pegaban había pateado la puerta del carro del gordo al parecer porque este último había chuleado a su novia. Tremendo caso que no tenía mayor importancia jurídica pero aun así el grande exigía la presencia de la policía. Los gritos y el barullo no hicieron que la pobre señora se despertara, ni que la señora que vendía nopales levantara siquiera la mirada. Ya no hay capacidad de sorpresa. En cambio a mí me sorprendió todo, porque iba dispuesto a sorprenderme.

Me fui a comer al centro, a la Parroquia, y me sorprendió que después de varias semanas hubiera nuevamente un cierre de Enríquez. ¿Ha notado eso, que los cierres ya no es de todos los días? Dice mi amiga Irma que es porque Flavino Ríos atiende a todos y va apagando fuegos antes de que empiecen a arder. Pero lo cierto es que ya damos por sentado que siempre está tomado el Centro, y últimamente no ha sido así. Quién sabe si sea por las artes del Secretario, pero los que lo conocen dicen que es un político metido al cien por ciento en su trabajo. Los manifestantes de hoy pedían obras a la Secretaría de Infraestructura pero lo que en realidad querían eran 20 placas de taxi ¡Así cómo!

Me senté en la Parroquia y me pedí un lechero. La media tarde estaba impresionantemente bella. La gente caminaba sin prisas por el centro de la calle Enríquez y las palomas iban y venían. ¿Roma, Madrid, París? ¡No! Era Xalapa que también es bella, impresionantemente bella, pero que a veces ya no lo notamos porque hemos perdido la capacidad de ver. A veces, como me decía el Totolón, lo que hay que ver no necesariamente lo pasan en televisión, basta con abrir los ojos.

Hoy es viernes, lo invito a ver, lo invito a vivir.

Tome nota: Pepe Yunes dice que Duarte ni va a renunciar, ni hay condiciones para removerlo. Me parece lo más prudente.

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