“¿Qué tal está tu libro?”, me pregunta el novio. Cierro “Poesía no eres tú” de Rosario Castellanos y farfullo una respuesta que le sé incomprensible porque para satisfacer la cuestión hace falta más que una línea o un “bien” o un “mal”. Hace falta una historia.

Tendría que haberle contado de aquella indignación que siente un conocido porque no me agrada cierto tipo de poesía. Aquélla que habla del desamor, de las nostalgias románticas y la esperanza cimentada en el futuro compartido. No quiero decir que sea una negada al romanticismo, sino que aquellos versos en conjunto no me ofrecen lo que busco, aunque no pueda precisar con exactitud cuál es mi búsqueda.

Puedo, sin embargo, quizás ensayar una respuesta mientras juego con mis poemarios de Octavio Paz y Carlos Pellicer y abro las páginas marcadas: un poema del Marqués del Sade y otros tantos con una música siempre conocida aunque jamás escuchada. Los demás, espejos del asombro y el milagro de lo cotidiano que se me revela y me devuelve, por al menos un instante, la inocencia de toda primera mirada.

No soy una acérrima fan de Octavio Paz y Carlos Pellicer, aunque podrían pensarlo viendo la cantidad de separadores que tengo entre sus libros. Pero es precisamente aquel detalle el que revela mi relación agradable, pero no estupenda con tales autores. En cambio, mi “Poesía no eres tú” está limpio de marcadores, aunque bastante poblado de huellas de lápiz. El problema es que de haber querido seleccionar mis poemas favoritos habría acabado llenando el libro entero… y ya no tenía tantos señaladores.

Lo que ocurre con la poesía amorosa-dolorosa de la que hablaba al principio es que parte de una experiencia casi desconocida para mí: el desamor. Y que se encuentra basada en lo que se denomina “amor romántico”, que no es otra cosa que el modelo de amor que comúnmente los miembros de esta sociedad seguimos para formar parejas y que fundamenta la monogamia a través del mito de la otra mitad. El amor romántico es el responsable de los celos, de la posesividad, de la pérdida de individualidad dentro de la relación y de la sensación de fracaso al término de ésta, entre otras linduras.

Pienso, por nombrar a una autora y para explicarme mejor, en Elvira Sastre, joven poeta española. “Baluarte”, su primer libro de poesía, me resulta agradable los primeros cinco minutos. Pasado ese tiempo la nostalgia y la pérdida romántica, así como el romance me alejan. No puedo dialogar con aquello que me hace pensar más que nada en las actitudes tóxicas y destructivas del amor romántico. Sastre alude al sentimiento adolorido del abandono, al anhelo y a la devoción; sus lectores, a la catarsis y a la ensoñación. Yo no encuentro espacio ahí, pues me he abierto uno en la deconstrucción amistosa de mi relación: Demasiado análisis y estabilidad para la emocionalidad de Elvira Sastre.

He escrito la palabra “dialogar” y creo que ahí radica toda mi explicación. Con Rosario Castellanos ocurre que en la mayor parte de las ocasiones no podría afirmar con certeza que sé de qué habla, pero hay algo en sus formas, en sus palabras y en sus alusiones que me recuerdan lo que veo, pero no miro. Mis soledades, mis inconformidades, mis dudas y extrañezas encuentran en Castellanos un eco ido, a veces inteligible por mera intuición. Y en general así me pasa con la poesía, con la prosa, la pintura y la música: gusto de todas las expresiones que me animan a responder y a proponer, ya sea a través del asentimiento o el silencio del encuentro.

No crea que le estoy proponiendo que lea a Rosario Castellanos (aunque no estaría mal), ni censurando las expresiones románticas de las que guste… No. Si acaso espero que estos párrafos le animen a buscar en la forma artística que más le agrade el diálogo del que le hablo. Ese que le haga responder lo que ignoraba que sabía o descubrir aquel sentir que de tan inexplicable apenas existía.

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