Todos conocemos a Emma Watson, ya sea por sus años interpretando el papel de Hermione Granger y sus trabajos posteriores, o bien, por ser vocera de la campaña de la ONU “He for she”, la cual pretende invitar formalmente a los hombres a unirse a la lucha por los derechos de las mujeres.
A pesar de la bienvenida calurosa que muchos sectores le dieron a “He for she”, otros no se dejaron encandilar por la campaña y hasta señalaron a su representante de ser una “feminista blanca”, como se le conoce a aquellas feministas centradas en las mujeres blancas, generalmente de países desarrollados y en posiciones económicas privilegiadas, sin tomar en cuenta a féminas de distintas latitudes, tradiciones, sexualidades y condiciones sociales. O en palabras más sencillas: feminismo burgués.
Es cierto que Emma no ha salido bien parada a la hora de responder a dicha acusación. Replicar que ella no es una feminista blanca porque “el feminismo blanco implica la exclusión del movimiento de las mujeres negras, lo cual encuentro sorprendente porque mis jefas son dos mujeres negras” no solo resulta ridículo, sino excluyente. Revela cierta ingenuidad, pero también ignorancia (que bien puede ser sólo momentánea) de la diversidad cultural y étnica en el mundo.
Sin embargo, tonterías más grandes han sido dichas por gente famosa. Seamos pacientes, démosle una oportunidad y centrémonos ahora en otra figura pública: Malala Yousafzai, activista defensora del derecho a la educación de las mujeres en Pakistán. El documental sobre su vida, “Él me llamó Malala” fue estrenado recientemente, motivo por el cual Emma Watson le realizó una entrevista que usted puede encontrar fácilmente en Youtube y de la cual quisiera rescatar las siguientes palabras de Malala a Emma:
“Esta palabra, el feminismo, ha sido una palabra muy complicada. Cuando la escuché por primera vez, escuché algunas respuestas negativas y algunas positivas. Dudé si decir que soy feminista o no. Después de escuchar tu discurso (en la ONU), cuando dijiste ‘si no es ahora, ¿cuándo? Si no soy yo, ¿entonces quién?’, decidí que no hay nada malo en llamarte a ti misma una feminista”.
“El feminismo es una palabra realmente difícil”, reconoció posteriormente Watson. Y concuerdo: lo es en tanto la ignorancia, la pereza de siquiera leer su definición en Wikipedia y el frecuente desprestigio al que se ve enfrentado. Escuchamos “feminismo” y nos quedamos en su raíz y aborrecemos que nos remita a lo femenino, a las mujeres. Asumimos como verdaderos los cuentos de ancianas amargadas-quemabrassieres-odiahombres y nos quedamos ahí. Le damos la vuelta a mujeres como Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Marcela Lagarde, Élisabeth Badinter o Coral Herrera Gómez. Y al hacerle le damos la espalda a nuevas formas de explicar y comprender a la sociedad, a quienes nos rodean y a nosotros mismos: rechazamos nuestro propio crecimiento.
Quizás, entonces, la contribución de Emma Watson como activista sea ésta: ofrecerle a sus seguidores, a todos aquellos que admiran su papel como actriz y que se maravillan porque fue capaz de sacar su carrera en Literatura al mismo tiempo que trabajaba, los que todavía la recuerdan como la valiente e inteligente Hermione Granger, la oportunidad de acercarse al feminismo con más curiosidad que prejuicios. Quizás a pesar de ser una guapa, rica, europea, privilegiada feminista blanca, Emma Watson sea capaz de inspirarnos para mejorar y aprender.
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