720 días Johanna Morrigan ha empleado para pulirse. Durante 720 días ha practicado la escritura, escuchado 148 discos y analizado las revistas musicales a su alcance. Como resultado, a los 16 años ya es una crítica musical cuyo objetivo ya no es entrar, sino permanecer en una industria donde frecuentemente se debate entre lo que le place escribir y lo que le gusta leer al público.

Después de su intenso análisis de la música de los 90, Johanna Morrigan, la protagonista de la novela “Cómo se hace una chica”, de Caitlin Moran, ha concluido que ésta puede dividirse en tres categorías: el magnífico ruido blanco “que se te mete en la cabeza y empieza a hacer vertiginosos y fríos circuitos alrededor de tus venas”; la música de los chicos de clase trabajadora, arrogante y eufórica como si estuvieran en pleno colocón de éxtasis; y la música ruidosa pero al mismo tiempo, crítica. La música de los sexis, listos y enojados. La de los vengativos, cultos y raros. Una música donde incluye a unas nuevas mujeres venidas del escandaloso Estados Unidos: las feministas.

Con apenas dos amigas que citar en su entorno, Johanna Morrigan se vuelca con emoción sobre la música de las Riot Grrl. Alude a las letras de Kathleen Hanna y de Courtney Love con asombro, mezcla de tranquilidad y excitación. “Oír a las mujeres cantando sobre ellas mismas, y no a los hombres cantando sobre mujeres, hace que de repente todo parezca maravillosamente claro y posible”, dice mientras está a punto de dar en el clavo.

“Toda mi vida he creído que si no podía decir algo que los chicos encontraran interesante, más valía que me quedara callada. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que existía otra mitad del mundo, invisible (las chicas), con la que sí podía hablar. Otra mitad igual de silenciosa y frustrada que yo, que esperaba recibir la mínima señal de salida (el mínimo cultivo iniciador) para explotar y liberar palabras, acción y gritos eufóricos de alivio: «¡Yo también! ¡Yo también siento lo mismo!»”.

¡Y ha dado en el clavo! ¡Johanna Morrigan ha descubierto la sororidad!

Sororidad viene del latín “sor”, “hermana”. De acuerdo con Marcela Lagarde es la experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política para contribuir a la eliminación social de las formas de opresión de las mujeres y a su apoyo mutuo. En palabras más sencillas, sororidad se refiere a la hermandad entre mujeres; una manera de relacionarse entre nosotras que implique el apoyo y la confianza de no ser juzgadas a través de estereotipos anticuados y sexistas del tradicional ser-mujer.

Pero, ¡ojo!, no vaya a confundirse y a creer que la sororidad implica el aplauso a toda acción realizada por una mujer. Porque la sororidad tiene que ver con la lealtad entre nosotras, pero tampoco ha de ser permisiva por el mero accidente del género. No se trata de amarnos ni de aceptar y aprobar cada acción sin importar sus repercusiones. No es coincidir en lo reprobable. “Se trata de acordar de manera limitada y puntual algunas cosas con cada vez más mujeres”, acota Lagarde. Porque la sororidad acude al desacuerdo a través de la razón y el diálogo, censurando a la persona, pero no su actuar desde “una mujer debería hacer/ser/pensar/lucir…”.

Incluso tras la última acotación, la sororidad aún se abre camino como una opción de relacionarnos entre nosotras de una manera sana y positiva; sin carteles absurdos de “cuidado, roba-maridos” ni alusiones a las ardidas y dejadas ni a las ligeras de ropa o de cascos; la sororidad apunta al olvido de las “malas madres” y de las indecentes o provocadoras que “lo andan buscando”. Sororidad se trata de pensar en las otras desde ellas mismas y no a través de la mirada patriarcal común.

Y es eso lo que Johanna Morrigan descubre cuando escucha por primera vez a Coutney Love y a Kathleen Hanna: cantar sobre nosotras desde nosotras esclarece y abre otros caminos.

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