En la homilía más esperada del papa, la de la misa en Ciudad Juárez, en el último día de su visita a México, el 17 de febrero, inició con una cita muy conocida de San Ireneo, padre de la Iglesia del siglo II: “La gloria de Dios es la vida del hombre”. Ésta sintetiza, en la mejor tradición de la Iglesia, su visión humanista de radical afirmación de la persona, que no siempre ha hecho realidad. Viene al caso, para analizar la problemática de la migración.
El tema central, como se esperaba, fue precisamente ése. México es país que expulsa y también de tránsito de migrantes. El papa analiza que “aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar al otro lado. Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano”.
Y avanza, donde demuestra su conocimiento del tema a nivel regional y en otras zonas del mundo, que “no podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significando la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carreteras e incluso a pié, atravesando miles de kilómetros por montañas, desiertos y caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada es hoy en día un fenómeno global. Se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla, por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza, la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado”.
El papa se extiende en su análisis y afirma que “ante tantos vacíos legales, se tiene una red que atrapa y destruye a los más pobres. ¡No sólo sufre la pobreza sino que encima sufren estas formas de violencia. Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, carne de cañón, son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas y qué decir de tantas mujeres a quienes se les ha arrebatado injustamente la vida!”. Esta última es referencia a los trágicos feminicidios de años atrás en Ciudad Juárez.
Ante esta problemática, el sucesor de Pedro plantea: “¡No más muerte y explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida y una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del Padre”. Sabe bien, con los pies en la tierra, que la petición debe ser acompañada de la acción y por eso hace un reconocimiento al trabajo de “tantas organizaciones de la sociedad civil a favor de los derechos humanos de los migrantes. Sé también del trabajo comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes, de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en defensa de la vida. Asisten en primera línea arriesgando la suya propia. Con sus vidas son profetas de la misericordia, son el corazón compasivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene”.
En su intervención, el papa advierte a la sociedad, en particular a las organizaciones de la sociedad civil y la Iglesia, pero también al gobierno, de que en la problemática de la migración “estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón”. Lo dicho por el papa va a provocar las más diversas reacciones en México, Estados Unidos y la comunidad internacional.