He escuchado todo tipo de opiniones sobre los efectos de la visita del papa Francisco en la imagen del presidente Peña Nieto y su gobierno. Me he encontrado con personas muy indignadas porque piensan que el gobierno “manipuló” la visita a su favor, pero también he oído los argumentos de quienes acusan a la Iglesia, en particular al Vaticano, de prestarse al juego, para favorecer a la Presidencia.

El papa y el presidente se vieron en las tres ocasiones: el 12 de febrero en la recepción del aeropuerto, el 13 de febrero en la ceremonia oficial de bienvenida en Palacio Nacional y el 17 de febrero, en la despedida en Ciudad Juárez. Pienso que los dos actuaron en esos eventos de acuerdo con el marco que establecen las reglas de la diplomacia, para este tipo de reuniones protocolarias.

En estos encuentros no veo ningún tipo de manipulación por parte de Los Pinos y reconozco una actitud respetuosa de la Iglesia a la autoridad civil. En todo caso por el prestigio moral del papa, que es reconocido a nivel internacional, y por el entusiasmo que despierta entre los católicos, también en un número importante de quienes no lo son, la ventaja en estos eventos siempre la tuvo el obispo de Roma.

Más allá de las percepciones, de unos y otros, hasta ahora el único dato duro que existe del efecto de la visita del papa en la imagen del presidente y su gobierno es la encuesta telefónica que Reforma público en días pasados. En ella, 20% dice que mejoró su valoración del presidente, 20% que empeoró y 44% que sigue siendo la misma.

La valoración positiva se anula con la negativa. La visita en términos de la imagen del presidente no tuvo ningún efecto. La percepción que tienen los mexicanos del habitante de Los Pinos continúa siendo la misma. En otras circunstancias, en un México que ya no existe, se podría haber pensado que una visita papal debería mejorar la imagen presidencial.

Pienso que son tres las razones que explican el hecho: la existencia de una ciudadanía cada vez más educada e informada que distingue bien los ámbitos autónomos de la Iglesia y el gobierno; en razón de lo anterior es cada vez más difícil que un actor político utilice a su favor o manipule a la ciudadanía a través del hecho religioso; la percepción mayoritaria de que el actual gobierno federal es corrupto y frívolo. Ningún evento que realice, por positivo que sea, es capaz de cambiar es valoración.

La visita, eso dice la encuesta de Reforma, mejoró de manera marginal la imagen que los propios católicos tienen de su Iglesia y los movió, también marginalmente, a ser mejores católicos. Ahora, mientras no se publique nueva información estadística, lo que tenemos es que el recorrido del papa por seis ciudades del país favoreció a su Iglesia, pero no al presidente y su gobierno.

En conclusión, pienso, sé que hay quienes no aceptan esta afirmación, que la sociedad mexicana es cada vez más madura y que distingue muy bien el campo de acción de la Iglesia y el gobierno. Una buena relación entre Iglesia y gobierno no premia a ninguno. La ciudadanía asume que en un Estado laico eso es lo que se espera de ambos actores. Una situación de confrontación, en dependencia del caso, sí favorecería a uno y perjudicaría al otro.