El libro reseñado esta semana registra la masacre de 303 chinos en Torreón, en 1911, en el marco de la primera toma de la ciudad por los revolucionarios maderistas.

La casa del dolor ajeno

Crónica de un pequeño genocidio en La Laguna

Julián Herbert

Literatura Random House

México, 2015

Pp. 303

El libro registra la masacre de 303 chinos en Torreón, entre el 13 y 15 de mayo de 1911, en el marco de la primera toma de la ciudad por los revolucionarios maderistas. La tradición oral sostiene que los criminales fueron soldados villistas y no vecinos de Torreón. Julián Herbert (Acapulco, 1971) prueba que el asesinato es producto de la xenofobia que imperaba en amplios sectores de la sociedad torreonense.

Herbert desmienta la versión popular que dice “hubo un estallido de violencia espontáneo, donde supuestamente las clases populares enloquecieron y mataron a los chinos (…). Las clases populares llegaron a ese lugar y a ese gesto de violencia física, porque había una construcción ideológica detrás, ya que la burguesía torreonense sentía un profundo menosprecio por este grupo. Y digo todo esto porque al hablar frente al espejo, ¿qué sucedió? Lo mismo que ahora pasa en nuestra relación con Centroamérica. Para mí ese hecho es un reflejo, una historia que se sigue repitiendo y que en mi caso no le veo salida”.

Narra con detalle como la noche del 13 de mayo inicia la matanza en las huertas a las afueras de la ciudad. El “pequeño” genocidio se extiende dos días más. El 14 y 15 de mayo. Los asesinos, de las huertas se dirigen al centro de la ciudad donde los chinos tienen sus negocios. A sangre fría torturan, acuchillan y descuartizan a personas desarmadas e indefensas. Incluso niños. Al terminar la locura criminal hay 303 cadáveres. La mayoría se entierran en una fosa común fuera del cementerio, porque no son cristianos.

El autor se confronta con la manipulación de los hechos que han hecho los historiadores locales, pero sobre todo con la justificación-interpretación que desde un primer momento construyen los torreonenses de entonces, que después trasmiten a las generaciones que les siguen. Herbert prueba que ellos a lo largo de cien años lo que han hecho es negar la verdad, esconder los sucesos y siempre guardar un silencio que resulta cómplice. Hoy en Torreón, a pesar de las evidencias, hay gente que minimiza lo que ocurrió o se niega a aceptar lo que sucedió.

De su libro Herbert dice que “es una crónica documentada que atraviesa por el tamiz de mi punto de vista, un retrato de 1911 que dialoga con el presente; y al hacerlo vemos temas que aún permanecen, como los asesinatos masivos, la migración en México, los conflictos regionales, la xenofobia y las interpretaciones jurídicas desde el poder”. El autor, en la reconstrucción de los sucesos, dialoga, de manera permanente, desde el presente con el ayer y del ayer con el presente. En ese ir y venir, que resulta original y atractivo, están los temas de la violencia, de la xenofobia, del racismo, del trato a los inmigrantes y la actitud evasiva de las autoridades.

El autor hace un riguroso trabajo de investigación sobre los hechos y para eso recurre a archivos oficiales y particulares, a entrevistas con historiadores y cronistas, con descendientes de los sobrevivientes y con gente de la calle. Revisa la bibliografía sobre el caso y visita los lugares. La manera de articular los materiales de la investigación es muy creativa. La escritura transita entre la crónica, el ensayo, la novela histórica y la entrevista periodística. Y como siempre es ágil y elegante. En las obras de Herbert, la forma es fondo.

“Escribo esto, dice el autor, porque es una historia de migrantes, de violencia extrema, porque es una historia de un montón de gente que termina en una fosa común y de la que un Estado crea una verdad histórica a su mejor parecer. Yo no estoy hablando de historia. Estoy haciendo un reportaje del México contemporáneo”. Y lo hace no sólo de manera rigurosa y fundada sino también en forma convincente y bella a pesar de su carácter trágico.

@RubenAguilar