El profesor Kuznetsov escribió a Trotsky: “Moscú está muriendo de hambre, literalmente”. Éste le respondió:

Eso no es pasar hambre. Cuando Tito sitió Jerusalén, las madres judías se comían a sus propios hijos. Cuando yo consiga que las madres de Moscú comiencen a devorar a sus hijos usted podrá venir a decirme: “Aquí pasamos hambre”. (Trotsky, 1919)

Ese pasaje escrito por Svetlana Aleksiévich en “El fin del Homo sovieticus” es demasiado duro; descarnado al extremo. Imaginemos (¿Podremos siquiera?) a una madre comiéndose al hijo muerto, al que acunó durante sus últimos estertores y por el que rogó a Dios como nunca antes había rogado por algo; imaginemos a esa desdichada mujer con los ojos inundados y sintiendo el corazón oprimido con el peso de las murallas circundantes, comenzando por, acaso, un dedo o una pierna que lo único que mantiene en abundancia es la resequedad del hambre provocada por Tito… debió ser un hambre descomunal, atroz, que convirtió a esa pobre gente en caníbales. Habrían sido obligados a dejar atrás la época de los herbívoros y comenzaban la era de los carnívoros. “Cuando las madres comiencen a devorar a sus hijos podrán venir a hablarnos de hambre…”.
En Veracruz, cada que un gobierno comienza a decaer, en el ocaso de sus tiempos, invariablemente, he escuchado que ya no se puede estar peor. Me pregunto si no estamos siendo demasiado optimistas. Porque el optimismo puede encontrarse en las peores veleidades de la fortuna, cuando se ha tocado fondo y no hay nada peor que pueda suceder, pues allí se tiene la certeza, la dura conciencia de que ya no habrá nada peor. Pero ¿Hasta dónde podemos estar ciertos de que bajo nuestros pies no está por abrirse una grieta que nos lleve a desconocidos horrores? ¿Ha escuchado “En Veracruz jamás habíamos estado tan mal, ya no podemos estar peor”?… Kusnetsov seguramente sonríe.
Aleksandr Grin escribió: “Se diría que el futuro ha dejado de ocupar el espacio que le correspondía”. Los veracruzanos vivimos la resaca sin que haya terminado aún la fiesta. ¿Podremos decir, sin embargo, que estamos peor que nunca? ¿Jamás hemos estado así o simplemente no teníamos la información suficiente? Hemos entrado de lleno a un tiempo de segunda mano en el que descubrimos que la democracia tiene el mismo valor que un animal salvaje en el cuarto de juegos de un niño. La diferencia es la conciencia de los que asisten a los mítines políticos. En el pasado las señoras corrían a los eventos políticos pero no le entendían al candidato… en el presente las señoras corren a esos mismos eventos políticos con la salvedad de que ahora no le creen al candidato.
Ante nosotros tenemos siete opciones, todos hombres, que se nos presentan como auténticos mesías; hombres probos que solo tienen la sana intención de servir a Veracruz; jamás, y escúcheme bien, jamás les ha pasado ni les pasaría por la cabeza la intención de medrar con el erario público; son hombres rectos que han volado por años sobre el pantano con las plumas níveas y que han permanecido impertérritos ante la seducción y el llamado sibilino del enriquecimiento fácil. Pero cada seis años ha sido lo mismo… y en solo seis años los políticos se encargan de tentar a las madres a comerse a sus hijos.
Nos ven como almacenes llenos de votos, de acarreados, pintabardas, gritones y aplaudidores para llenar explanadas y salones. Y leemos que tal o cual partido ha mostrado músculo porque fue capaz de llenar un auditorio con cinco, diez o quince mil almas espontáneas; nutridos cargamentos humanos que se desplazan en autobuses que jamás se contabilizan. No debería ser posible pero hay incluso quienes se quejan porque el Gobierno Oficial le ha dado la espalda al candidato cuando así debería ser… en un mundo irreal, el que no vivimos y en el tiempo que se nos escapa.
Ha comenzado el periodo de callar, de reclusión, en el que supuestamente los candidatos no podrán hacer promoción pero que seguramente encontrarán la forma. No debería haber guerra sucia y sin embargo la hay. No deberían existir suspicacias y sin embargo están presentes. No deberíamos presenciar esa denigrante guerra de lodo y sin embargo nos tienen sumergidos hasta el cuello. Si usted no pertenece a ningún partido político no debió haber presenciado ni conocido ninguna publicidad de los precandidatos y sin embargo la tuvimos presente cada que encendíamos la radio o veíamos televisión. Es más, no debieron existir siquiera esas precampañas con figurines de sololoy a modo que desde el principio se sabía no tenían ninguna oportunidad… ¡Por favor! ¿No podrían terminar de una buena vez con esa farsa?
¡Cuidado! Mucho cuidado debemos tener. Si un candidato es proclive a incitar esas faltas a la decencia (si no son faltas a la Ley Electoral entonces tenemos una Ley Electoral muy indecente) y a no respetar siquiera el mínimo de la inteligencia del veracruzano, no merece ser considerado la mejor opción. Y si no es el candidato sino su equipo de trabajo, sus capitanes y soldados los que participan en todas esas búsquedas de los vericuetos legales… entonces tampoco merece ser considerado la mejor opción pues desde ahora no se está haciendo responsable de lo que su equipo de trabajo hace.
Y si presenciamos todo ello y hacemos caso omiso, entonces somos partícipes de lo que acusamos. Nos decimos víctimas pero nadie quiere sentirse responsable. Tenemos ante nosotros opciones democráticas que nunca antes habíamos tenido, pero no sabemos qué hacer con ellas. Tal vez entonces es nuestra culpa, tal vez por eso esos siete políticos (héctor, miguel, cuitláhuac, armando, juan, elías, alejandro… léanse y escríbanse así, con minúscula) se pasean frente a un corral llamado Veracruz como lobos hambrientos viendo quién es capaz de confeccionarse el mejor disfraz de oveja. Compadezcámonos pues porque “no tenemos otra opción”… o como estableciera la “Leyenda del Gran Inquisidor” de Dostoievski: “…No hay preocupación más constante ni torturadora para el hombre que, después de quedar libre, buscar cuanto antes aquello ante lo cual inclinarse… y a quien entregar cuanto antes ese don de la libertad con el que nace ese desdichado ser”.
Yo no reconozco este Veracruz. No sabemos qué piensa la mayoría de las personas, ni lo que quieren. Hay quienes aseguran que no podemos estar peor porque sus negocios están en un bache. Pero hay quienes hoy no tienen para comer, quienes hoy lloran la muerte del hijo asesinado, los que hoy velan esperando ver entrar por la puerta al familiar que les ha sido arrebatado, los que pese al esfuerzo están cerrando definitivamente la cortina metálica de su negocio, los que no pueden ver a la cara a sus hijos porque les han fallado. Y aún así me pregunto si no somos demasiado optimistas al pensar que ya no podemos estar peor. Ojalá, Dios quiera, no estemos dentro de dos años deseando que termine esa repetida o nueva pesadilla. Ojalá no estemos pensando que nos morimos de hambre… y ojalá sobre nosotros no pese la risa sardónica de Kuznetsov repitiéndonos “…cuando las madres comiencen a devorar a sus hijos, usted podrá venir a decirme: “Aquí pasamos hambre”.