Tendemos a creer que los principales arquitectos del destino de México –para bien o para mal- recaen en la clase política, y esa observación es correcta en gran medida, pero no son los únicos, existen otros actores, no tan públicos, pero reconocidos, admirados e inclusive hasta premiados, que tienen un muy fuerte grado de influencia para dictar el rumbo de este país y por ende, de sus más de ciento veinte millones de mexicanos, me refiero a los empresarios más ricos de este país, y a sus familias.
Por ello no es coincidencia que las veinte familias más acaudaladas del país concentren el 10% de nuestro producto interno bruto -unos 130 mil millones de pesos-, la mitad de la Bolsa Mexicana de Valores y una influencia poderosa -y muchas veces invisible al ojo público- que juega un papel fundamental en la agenda económica y política del país.
No por nada en la lista de la revista Forbes, en su edición del 2015, aparecen once multimillonarios mexicanos con fortunas que superan los mil millones de dólares, algunos construidos por esfuerzo de varias generaciones, muchos otros gracias al compadrazgo y la complicidad de la administración pública.
Comenzamos con Carlos Slim y Emilio Azcárraga, las cabezas de dos de los imperios económicos más influyentes del país gracias a sus buques insignia, Telmex y Televisa, y toda su diversificación corporativa.
Alberto Bailléres, recientemente galardonado –polémicamente- con la medalla Belisario Domínguez, es el segundo hombre más rico del país gracias a el Palacio de Hierro y su minera Grupo Peñoles, la familia Zambrano y CEMEX han cambiado la faz de Monterrey y pavimentado al resto del mundo.
María Asunción Aramburuzabala es la mujer con mayor fortuna de América Latina gracias a Grupo Modelo –recientemente adquirida por el gigante AB-InVeb- y Tresalia Capital, por otra parte, Lorenzo Servitje y su osito Bimbo son aves de tempestades por su protagonismo político.
Roberto Hernández se hizo multimillonario gracias a la venta de Banamex a CitiGroup, sin olvidar que fue el banquero predilecto de las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón. Olegario Vázquez Raña controla los principales medios de comunicación apoyado por sus hoteles y hospitales, y Roberto González no solo es el rey del maíz, sino también propietario del último banco mexicano, Banorte.
Por último, Alejandro Ramírez –y flamante nuevo presidente del Consejo Mexicano de negocios- y su familia se han encargado de hacer de Cinépolis la cadena de cine más grande del planeta.
Es innegable que tal capacidad económica se convierte en una influencia que es capaz de llegar a todas las esferas, a tal grado de poder intervenir en las políticas públicas para no afectar sus intereses o para crear nuevos, con el bienestar y desarrollo del país en segundo plano.
Ellos, a pesar de la generación de empleo y desarrollo económico que emanan de sus diversas actividades empresariales, son los verdaderos dueños de México.

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